En 1976 aparecía en "El País" la primera columna de un snob llamado Francisco Umbral. Las negritas, el cheli madrileño y el periodismo literario fueron los ingredientes de aquellos textos inspirados en la Santa Transición.
Camacho, en el Retiro
FRANCISCO UMBRAL, 1976
Los jóvenes estudiantes y las jóvenes estudiantes, los progres con una primavera socialista florecida en la barba, los buenos burgueses paseantes que intuyen y temen, tímidos por su querida parcela, una mitología marxista de ahora mismo, todos querían ver a Marcelino Camacho firmando libros en la Feria del Libro, en el Retiro. Osea la meleé, la debacle, el tumulto, el follón, la cosa. Suasorio de voz y acento, el señor del micrófono lo anunciaba por los altavoces de la Feria: «Camacho en la caseta tal». Como si no pasase nada. Pero hace unos años al que más anunciaban era a Sánchez-Silva, que hasta puso caseta propia, caseta de escritor. De Marcelino pan y vino a este Marcelino a pan y agua durante tanto tiempo, toda la evolución política española y, toda la evolución de una Feria, que no es la de Jerez cantada por Pemán, pero casi lo parecía, antaño, por lo latifundista de la derecha que les habla salido, con jacas jerezanas altas, de lomo cómo las novelas de don Manuel Halcón. Marcelino en la Feria, digo. Alvaro Cunqueiro se pasea entre los libros con la paz abacial de Mondoñedo en el rostro, pero recién viene de Suecia -permítanme el argentinismo, en gracia de la mucha literatura latinoamericana que hay en la Feria-, quién sabe si de ver brujas jóvenes en cueros. Gabriel y Amparo, los Celaya, cruzan hacia su caseta, vienen como de tomarse un piscolabis o tentempié (que la palabra exacta la dirá Gabriel cuando sea académico, que va siendo hora). Tiempos entrañables en que la Feria limitaba por la izquierda con las firmas de Gabriel Celaya. Ahora, mi querido arcángel rojo y donostiarra, a tí y a mí nos ha desplazado gozosarnente Marcelino. Bendito sea.
Marcelino en el Retiro, firmando libros, firmando ese su libro delgado que no se atreve al desgarrón rojo de la portada, y lo tiene marroncillo. Recuerda, Marcelino, esta fionda en que don Pablo Iglesias hablaba al personal obrero y a la hueste rala y enlutada del noventa y ocho, los domingos del principio de siglo. Creo que don Antonio y don Pío lo cuentan, Marcelino.
Marcelino Camacho, con el pelo rizado y corto de los comisionados por la historia, con el suéter ligero, el gesto abierto y su letra clara de metalúrgico aplicado: «De un militante obrero a un amigo», pone en algunas dedicatorias. Siempre dice lo de su mano, algo. Una multitud.
Y en este Retiro primaveral donde algunas tardes hay rosarios masivos hoy se ha aparecido un santo laico de otro culto, un santo modesto y atroz llamado Marcelino. Había una subasta de coches antiguos, en el Retiro, viejos Austin arqueológicos, la matrícula treinta mil de Barcelona, como las ruinas melancólicas y esbeltas de un tiempo dorado y capitalista que se viene abajo por impulso, entre otros, de Marcelino Camacho. Peiró, viejo púgil de los años cuarenta, campeón entrañable de mi infancia, pasa entre los libros de la Feria atizándole ganchos cortos al mentón del aire. Ramón Tamames es otro santo laico que se le ha aparecido a la gente, en olor de multitud, firmando libros, y Carmen, su mujer, bella como otra primavera en otro Retiro, me dice que tiene nostalgia de mar. José María Valverde, estilizado de exilios, me da un abrazo. Mientras tú firmas libros, Marcelino, han vuelto los poetas, ha vuelto la poesía, Marcelino.
También gracias a tí, Marcelino.
Fuente: El País, Martes, 8 de junio de 1976. TRIBUNA: DIARIO DE UN "SNOB"
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