Umbral, rehén del trabajo y de la actualidad se levanta algunas mañanas desengañado y excéptico de todo y vuelve a escribir una página más en su "Diario íntimo", la memoria obstinada del tiempo. La próxima semana un jurado le va a conceder el Premio Cervantes aunque él todavía no lo sabe. Una babosa del jardín de la dacha está leyendo los titulares de los periódicos antes que él.
Madrugar
FRANCISCO UMBRAL, 2000
Escribió Borges que “cada amanecer nos promete un comienzo”. Luego la verdad es que no comienza nada, pero ha valido la pena amanecer con el mundo. El sol viene del Este, largo y frío, pasando todos los colores del jardín, despertando colores como pájaros, hasta dar en el pecho de la Virgen románica, una Virgen gestante que me costó muchos duros en el Rastro, hace ya años. El anticuario tenía la pareja y quería venderme también a San José:
-La pareja no puede deshacerse.
-Se deshacen tantas parejas...
Y como yo me iba indiferente, me llamó para colocarme la pieza. El primer amigo escultor que vino a casa la encontró bellísima. Sólo yo la veo, madrugada de sol, con su cara orientaloide, su túnica de colores encendidos (conviene avivarlos con aceites, cuidadosamente) y su mano de campesina joven y fuerte, mano que se lleva al vientre de indecible curvatura. La madera tiene una gran raja vertical que es ya como un parto del bosque. La chica marroquí limpia la casa, el sol va asumiendo todos los colores del exterior y esta Virgen románica y seguramente falsa parece levitar en mayor luz. Digo que seguramente falsa y en realidad no me importa sino que me gusta. El arte falsificado tiene un misterio añadido.
Fátima, la marroquí (todas se llaman Fátima, es el nombre del exilio) no sé cómo verá esta Virgen que en su religión no hay. Pensará que en esta casa somos unos fanáticos de una religión infiel y blasfema. En cuanto alguien me manda un ramo de flores, Fátima se apresura a ponerlo debajo de la Virgen, erigiendo un inesperado altar. La familia duerme todavía. Para que nadie piense que es una Virgen de culto, le he ido poniendo en torno abstractos de Torner, la última foto de Verlaine, un dibujo de Chillida y un desnudo de Roldán, muy erótico.
Madrugar es espiarse uno a sí mismo, algo así como verse levantado desde el sueño. Doy de desayunar a la gata, que ya vuelve del jardín, entelerida y casera, con una seda de frío sobre su piel. Mi gata siamesa desayuna carne para perros, que le gusta más, y una especie de pienso para gatos. De pequeña le puse Loewe, pero ahora la llamo Caperucita. Luego se irá al jardín a cazar pájaros o se meterá en un rincón a dormir. La prensa de la mañana la arrojan muy temprano por encima de la verja. Leo noticias húmedas y a veces una babosa de la hierba se instala en un titular. Paso la babosa a mi mano y charlo con ella hasta que estira delicadamente las antenas y las orienta hacia mí. La babosa se da un paseo por el vello de mi piel. Luego la pongo en una hoja verde y la vuelvo a depositar en el jardín. Sobre el periódico era como una letra gorda de grandes titulares que se erigía hacia mí para darme una noticia.
Durante la lectura de los periódicos se va formando en mi interior el tema, el asunto de la columna, que puede ser una anécdota, una palabra, o un gran suceso o una gacetilla minutísima. Literatura es ver las cosas a través de otra cosa. Y periodismo también. Al menos el mío y el que a mí me gusta. Por eso prefiero siempre un tema lateral que luego me permitirá entrar en materia. O no entrar.
El tema fuerte es siempre ETA. Algunos periódicos han decidido escribir Eta, para quitarle a la cosa abrumaciones. La babosa de los cuernecillos está por lo menos a salvo. María me trae el desayuno. Bacalao, fruta y leche con cosas para mojar en la leche, o un poco de miel. Nunca he entendido el desayuno español, el castizo cafelito del hambre que permite dejar el trabajo a media mañana para reforzar con un bocata. Tomo pastillas de distintos colores e intenciones. Es otoño y la parra del jardín está roja, larga, derramada, como una María Callas que nos da su recital de temporada, púrpura y silencioso.
El sol se ha retirado de la Virgen, pero no del jardín. El jardinero, Pedro, anda afanando con las hojas secas. En la piscina hay hojas secas y libros malos que tiré anoche. Viene un japonés con la leche. Un japonés dentro de un casco de motorista es ya un marciano o un criptonita. Nada que ver con un repartidor español.
El repartidor español es siempre un amigo. El repartidor japonés es un funcionario de la leche. Sobre la mesa, junto a la prensa, tengo el primer fax del día. Es de Miguel Oriol, que glosa mis columnas, a veces, como de madrugada, y siempre con talento. ¿Cuánto madruga un arquitecto de la Real Academia de Bellas Artes? Más, desde luego, que un repartidor japonés.
Y más tarde, algún día, llama Inés desde Toledo y hacemos un poco de marujeo de altura. Procuro ponerme a escribir antes de que el teléfono se ponga nervioso. El teléfono tiene algún parentesco con la babosa, por el negro brillante, por las antenas como eléctricas. El sol sigue en el Este, más o menos, pero yo soy rehén, ya, del trabajo y la actualidad. Mi Virgen atea ha vuelto a quedarse sola, casi en sombra.
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