sábado, 2 de abril de 2016

Desde siempre




En algún pasaje de “Mis paraísos artificiales”, la soledad inmensa del escritor ante esa carga que lleva sobre los hombros, y que le impide abandonar la vigilancia reflexiva de su máscara, se convierte en un grito de perplejidad y angustia: 

«¿Qué es eso que desde siempre nos gira dentro del pecho, siguiendo el curso de la luz, para morir cada noche y renacer cada mañana?». 

Estos son los mejores momentos de Umbral, aquellos en los que el hombre concreto aparece al descubierto en su fracaso vital. Su soledad, decía, es ilimitada, y como una especie de velo invisible le aísla de los vivientes. En los momentos de crisis a los que alude acaba creyéndose un muerto entre los muertos; de ahí su excepcional facultad para la autodestrucción y también sus llamadas de auxilio. No es narcisismo: es el grito de un corazón que aspira inútilmente a la vida.


Del libro: "Francisco Umbral. El frío de una vida" de Anna Cabal

Libro: Los botines blancos de piqué




Libro: Obra Poética





Libro: Amado Siglo XX




viernes, 1 de abril de 2016

Abril




Tres variaciones sobre el mes de Abril que Francisco Umbral escribió en su libro: "Mortal y rosa". Palabras sombrías de miedo y pavor y al mismo tiempo de plenitud y asombro. 



ABRIL. Abril es una huella encharcada en la hierba. Abril es una niña devorada por los tallos. La cintura escueta de las muchachas remite a no sé qué mundo de esbeltez. De dónde vienen las muchachas, ciudadanas de una música. No es posible que sólo para la reproducción y la fecundidad disponga así sus armas la especie, afile sus filos la naturaleza. Cuerpos forjados para algo más, raíz pura del cabello, cosecha par de los senos, álamo de la cintura, sosiego leve de las caderas, velocidad de las largas piernas. De dónde vienen, cada abril, las huestes femeninas y ligeras, qué paraíso traen entre todas, adónde van. Una esbeltez perdida y errante por el universo, se recuerda en ellas. Algo que la humanidad no ha conocido. Abril, espuma verde bajo los pies breves de mi hijo, cadera femenina del mundo, costado pálido, idioma salvaje de la lluvia, lenguaje de todas las primaveras, caligrafía torrencial que deja dicho en el aire el secreto simple del universo. Abril, esfuerzo de la luz hacia la dicha, verdor a pesar de todo, mano infantil que se abre de golpe, llena de cosas claras, un mar errático por el cielo. Abril le opone su único color verde a la muerte. Sencillo como una barca, como una lanza, como un hijo, abril ignora mi dolor, se mece entre las frondas de la muerte, propaga una sola tinta, una sola palabra indescifrable y verde, y no escucha, porque no tiene oídos, mi queja. Abril, palabra de lluvia y flauta que también en otros idiomas —april— suena llena de atriles, añiles, perejiles. ¿Qué es lo que abre abril?

A mí —ay— ya no me abre nada, ni me cierra.

Abril, pozo verde lleno de doncellas ahogadas que tejen el lino de las profundidades y suspiran a la luna en las noches de coito. Abril, pájaro claro que se envenena de lirios en los charcos del cielo. Sauce vivo, ciprés alegre con un esqueleto dentro. Mueble en el tejado, con espejos de nube, oros del alba y volutas tiernas. Abril, callejón de la lluvia de donde viene un perfume oscuro y fino de jardín que ya no está, de mano cortada, de niña orinando.

Abril canta,
pisa, crece, toca un violín apagado,
se sube a todas las tapias,
descuelga cosas del cielo,
muerde una fruta verde
y se baña desnudo,
desnuda,
en la corriente helada del pavor.

Abril. Página sólo escrita por el perfume silvestre del papel. Un automóvil abandonado tiene hierba entre las ruedas. La revista hojeada huele a lluvia confortable. La muchacha nunca sabrá que la clave de su belleza está en ese quiebro de la luz que hunde su espalda y levanta su grupa, y yo nunca sabré que mi pelo cambia de color a medida que hablo, a medida que escribo, y que los incendios se suceden en mi cabeza mientras pienso en una chica desnuda o construyo palabras que coinciden, sólo por azar primaveral, con las palabras del diccionario.

El niño entre las niñas. Carolina, de belleza cerrada y tensa. Yolanda, esponjosa en su sonrisa y en sus ojos. Mariona impenetrable como una fruta. María José, flor sin nombre ni color, mínima y sonriente como una pequeña tristeza. El niño entre las niñas, feliz.



Cap. XXVII (págs 187-188) 5 Secuencias
de "Mortal y rosa" (1975) de Francisco Umbral