La democracia es la patria del hombre
FRANCISCO UMBRAL (14 de Marzo de 2004)
Una cortina que se mueve sola, una hoguera que se añade a los astros silenciosamente, un cuchillo que devora los restos de la cena, el mal existiendo por sí mismo, matando a la deriva, insistiendo. La campana que suena y nadie llama. Eso es el odio anónimo, el que paraliza los trenes de cercanías y paraliza los astros en alguna noche de invierno. Odio anónimo es Atocha como recurso final, como arma sin filo ni puño, que añade al dolor el desconcierto.
No sabemos por qué, no sabemos quién, ignoramos de qué, sospechamos del aire que se para ante nuestra ventana. El jueves, al caer la tarde, se hacía visible, se hacía palpable el terrorismo islamita. Ningún mensaje válido, ninguna respuesta del más allá, ninguna confidencia de los acostumbrados confidentes. Y sin embargo, cobraba espesor la noticia sin nota del enemigo arábigo. Teníamos que cambiar nuestro rencor de sitio, nuestra manifestación de pancarta y la masa caminaba ayer tarde sobre el asfalto inquieto, contra el enemigo anónimo. A lo que más recuerda el tornado de jueves es a lo de las Torres Gemelas, por su manufactura doméstica, digamos que casera, y por su anonimato en la gestión. Y sin embargo...
El odio anónimo es el verdadero odio, no se manifiesta nunca, se comporta como un elemento de la naturaleza y añade a nuestro miedo nuestra indecisión. La respuesta a este odio anónimo es la actuación con fecha y firma. Todos son los mismos en la patria del odio, aunque ni siquiera se merecen una patria. Frente a tanta vaguedad y confusión debemos erigir nuestra decisión unánime, nuestra almena heroica, nuestro hormigón espiritual. Cuando han agotado su arsenal, sean quienes fueren, recurren a la herramienta penúltima del silencio, a las vastedades del anónimo. Saben que el odio anónimo es más odio, no se concentra en una siglas ni en una foto. Dijo Aznar al pueblo que esto es el matar por matar, que el terrorismo no tiene objetivos y en eso se parecen todos los terrorismos. Pero la Historia no deja de cerner su verdad con manos de oro y al final lucen en su cedazo un nombre, un puñal, una incertidumbre.
Mientras lo cierto se hace visible, estamos unidos contra ese miedo añadido del anonimato, contra ese odio que no escribe pancartas por las traseras de la civilización occidental. En esta circunstancia de sangre unas elecciones generales sólo pueden tomar una dirección: la unanimidad como respuesta y la unanimidad como armadura de guerra. La democracia es la patria del hombre en el siglo XXI. Otras patrias, australes o boreales, son las que nos odian silenciosamente, o estruendosamente.
El enemigo de la democracia recurre a la masacre irónicamente democrática de matar por abajo pues carece de estructura para llegar a los grandes poderes y matar por arriba. Las Torres Gemelas de Manhattan todavía no saben quién las abolió ni por qué. Quizá nosotros tampoco sabremos nunca quién nos ha desviado los trenes ni para qué. Occidente no lucha contra un adversario/interlocutor sino contra una vastedad de sombras que hacen guerra de guerrillas. Han cambiado el reloj de la guerra desde la hora atómica a la hora bioquímica o a la hora surrealista de disparar la pistola contra la multitud indiscriminada, que es como veía André Breton el verdadero acto surrealista.
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