miércoles, 27 de enero de 2016

Poema: La tristeza ha venido




La tristeza ha venido
FRANCISCO UMBRAL, 2000 

La tristeza ha venido como un buque vacío, 
la tristeza ha encallado en mi pecho de piedra. 
Me trae en sus bodegas toda una vida vieja, 
quintales de nostalgia 
y el whisky que he bebido. 

La tristeza ha venido con faros apagados. 
No sé de dónde viene ni por qué me visita,
yo mismo soy un puerto donde para la noche,
el mar, como noviembre, va ya de retirada. 
Somos un puerto unánime, 
puerto de tierra adentro, 
donde llegan los meses 
como veleros lánguidos. 

La tristeza ha venido 
y me golpea despacio 
como el agua golpea 
en los acantilados. 
Soy un acantilado 
de muertos sucesivos 
y estoy aquí parado, 
bajo una lluvia fina,
junto al silencio frío 
del buque de la pena. 

¿Cuánto dura noviembre, cuánto dura una vida, 
cuánto durará un hombre que tiene ya en el pecho 
ese peso dormido de los buques sin gente, 
de los mares sin luna, de los mortuorios días?

Poema: Este apagado viernes


Este apagado viernes
FRANCISCO UMBRAL, 1981

Hay días en nuestra vida que vienen de la muerte,
hay días de nuestra muerte que vivimos en vida: son estos
días inciertos, color de cementerio, por cuyo cielo
pasan féretros y coronas. He divagado triste, he subido
escaleras hasta caer en la cuenta de lo que está 
pasando: no hay que vivir el viernes, este apagado
viernes, porque es un falso viernes hecho de 
camposantos. Y entonces, retrepado, cómodo como un
muerto, me pongo a ver despacio, con mi cara de
nicho, las nubes que transcurren por un cielo cadáver.

martes, 26 de enero de 2016

Poema: Marzo




Marzo es una capilla que entroniza lo azul.
Ángeles demediados nos han dejado un rastro.
Rastro de flores blancas, restos de una batalla.
Marzo ya anuncia algo,
una mujer o el tiempo,
salgo por los jardines
pisando caras, guantes,
el rostro del invierno que se borra en el cielo
o los pasos del agua,
que vienen a mi encuentro.

FRANCISCO UMBRAL

La lencería del sueño



Respirar en silencio este despojo, la lencería del sueño, lo que de ti me queda, qué hondo trapo, como esconder la música o un oro, el contacto final, el leve esquema mojado sólo de tu alma supurante. Tener entre las manos una tela, el bordado del tiempo, algo tan vano, con menos peso que una idea, pero impregnado y cierto, perfumante, mientras viejos pintores, Botticelli, en tu perfil se afanan, doran hilos.

De qué ateneos de sombra, de qué lejos, de qué extrarradio ciego me llegaste, a qué pálido otoño dan tus senos: quiero decir el tiempo, esta ciudad tan nuestra, todo lo que insistiendo, depurándote, ha perfilado en ti un cabello que es como el argumento de una tarde. Quiero insistir en eso, los recuerdos, los amigos comunes, nombres solos, y saber por qué plazas madrileñas, por qué salas de cobre, por qué patios, nos buscábamos y nos desencontrábamos, hasta que cantó el aire del viaje y en ciudades obscenas trasnochó ya tu voz como las aves. En el perfil antiguo y tan sagrado, una risa de barrio, ese tono trivial, tu burla niña, los deletreados dientes de tu beso y ese dorado en motas que te ha quedado al paso. Por qué red de teléfonos y sangre, por qué sueños, hasta quedar desnuda en mi tristeza.

Digo yo si la tarde o esta ropa, esta tan breve ropa en que te beso, donde tu cuerpo cupo siempre huyendo, y por qué carreteras hacia nada nos llevaba una prisa hacia el fracaso. Luego figuras agrias en el cielo, tus orejas de lámina vivida, y mi boca en tu cuello, abrevándote. A qué otoño, repito, dan tus senos, a qué pálido tiempo de abundancias, y el dibujo incompleto de tu cuerpo, las piernas decididas como diosas, la soledad aguda de los pies. Mira el sol en los libros, mira la negra máscara del mundo, estelas de un viaje que doran esta casa, y reina en el hastío y el perfume que para ti despliego como un día.
Amo lo que en ti suena a niña lista, eso que tienes de puñal cansado, cómo puedes herir, fumar, besarme mientras un odio bello te decora. Y esta ropa tan breve, esta rapiña que perfuma mi sombra, huele a tiempo y me sabe a tu infancia mientras huyes desnuda —si supieran— en tu traje de robo y de tabaco.

sábado, 16 de enero de 2016

Libro: Las ánimas del purgatorio




Así explicaba el propio Umbral en una entrevista del año 1982 que era su nuevo libro: "Las ánimas del purgatorio". Nadie mejor que él para hacer su propia reseña.


“Las ánimas del purgatorio” es la novela de una tuberculosis que yo tuve a los veinte años. Un año, una enfermedad, una cama, una tuberculosis, y parece que no pasa nada, pero pasan muchas cosas. Hay un ritmo, un tempo muy lento, muy minucioso, todo se trata con mucho detalle y mucho primor: hay muy poca acción, pero muy significativa y muy cuidada.

Por este tiempo lento, este libro abre un nuevo ciclo en mi obra, que es una búsqueda de mi juventud y adolescencia. El próximo será sobre mi madre, “El hijo de Greta Garbo”, y también tiene muy poca acción, pero está contado de un modo parecido a éste, que es el libro del que surge en realidad. Creo que la forma de narrarlo es muy musical, que está ordenado como la música, y que ésta es una nueva manera de contar en lo que a mí se refiere.

Entre los personajes los hay vivos y muertos, reales y ficticios. Aparecen tres amigos de infancia, Alejandrito, el niño único; Isidorito, el niño teósofo y sabio, y Federico, el artista. Las mujeres son, las vivas y las muertas, metáforas de la madre, que es la gran ausencia, el vacío, el hueco de la madre, a su vez ausente enferma en un sanatorio. 

Estoy recuperando esta época con placer personal. Yo quería contar aquella tuberculosis que fue tan importante para mí no sólo para la salud, sino también para tantas cosas, porque fue a una edad tan especial, esa edad en que todo cambia. 

Estoy entre la crónica y la memoria. Puedo hacer en un momento crónica del presente y en otro remitirme al pasado remoto, al pasado de mi propia vida. Paso de la prosa nerviosa, informativa, metida en la tensión del presente, a otra guiada por la lentitud, la morosidad, el deleite en el tiempo o en la ausencia del tiempo. Y a mí me gusta cuidar esos dos extremos: la máxima lentitud y el máximo nerviosismo.

Libro: Días felices en Argüelles



Umbral había hablado del título de este libro antes de publicarlo y parece que iba a ser una novela sobre Madrid y el tardofranquismo, sin embargo aquel proyecto lo olvidó y utilizó el título para una especie de "memorias periodísticas" con muchos nombres propios y algunos amores diurnos. Únicamente destacaría el capítulo dedicado a "Mortal y rosa", donde define el libro como "una anti-novela sobre los itinerarios de la nada".



Aquí os dejo este capítulo íntimo y sincero del Umbral más lírico, enloquecido por un dolor innombrable y absurdo.


FRANCISCO UMBRAL
"Días felices en Argüelles" (2005)

MORTAL Y ROSA
     
No sé ahora quién fue primero, si el niño o el libro. Quiero decir que un niño entrañable o un libro entrañable se instalan en nuestra vida con naturalidad y silencio. Vienen desde siempre y van más allá de nuestro siempre. Uno se encuentra metido en faena, metido en niño, metido en libro sin saber bien cómo ni cuándo. Hay cosas que enriquecen la vida, como un libro o un niño. Los escritores sabemos bien que no es un tópico eso de haber parido un libro o haber escrito un niño. Lo que no comprende uno es cómo su propia vida ha podido llegar hasta aquí sin libro, sin niño, sin   algo.  

A lo que más se parece este dulce intrusismo de las cosas es al amor, claro. El amor no necesita decir su nombre porque ya sabemos que es el amor. Una dimensión enriquecedora de nuestra vida de la que no se sabe, ya digo, cómo habíamos podido prescindir hasta el momento en que aparece.  Yo estaba sentado a mi máquina con toda naturalidad escribiendo de un niño real que primero había sido un niño literario. El niño había traído consigo a la madre como un gato trae otro si nos hemos portado bien con él.  

A la madre, sí, la trae el niño, el hijo, y no a la inversa. La madre no tiene cualidad de madre hasta que no se la da el hijo. Éstas son reflexiones que hago ahora sobre mi libro, pero creo más o  menos que la cosa fue así. Tampoco sé cómo empecé a escribir el libro, Mortal y rosa, y cómo Pedro Salinas, el único 27 con el que no me había comunicado nunca, me hizo llegar esos dos   versos luminosos y absolutamente certeros, de los que a mi vez pude sacar el título del libro. Sólo recuerdo que escribía sonámbulo, por las noches, con mucho valium, a solas en la casa. Una traductora del libro al francés me dice que la frase que más le impresionó fue ésta: «Estoy oyendo crecer a mi hijo.» Estaba oyendo crecer a un niño, al mundo, a la noche, a esa cosa maternal que tiene la luna cuando se queda preñada. El libro iba creciendo mientras lo demás iba muriendo. El  libro ocurre en una casa, en un hospital, en una playa y poco más.     

Por el libro pasan los tucanes y todas esas aves acuáticas de las que dijo Quevedo, por el exceso de su pico, todo tú eres cuento de niños. Por el libro pasan los montones de fruta como incendios de fuego azul, los niños aplastados por una camioneta, los parques alegres con una alegría un poco cementerial, los caballos de peluche, que son los que más corren, y los señores austeros, de bata  blanca, que calculan con una varita en la mano la duración del día, la duración de una vida. Por el libro paso yo, desesperado o dormido de valium y cansancio, por el libro pasa la madre, pasa una   madre, pasan todas las madres en vela, por una razón o por otra, y todas son madres del niño que se   duerme en una mecedora. Yo soy más madre que todos los padres.     

Cuando recibió el paquete, Vergés, el editor, me dijo «esto sí que había sido un Premio Nadal». Pero el Premio Nadal ya me lo había dado y el hombre no sabía qué darme a cambio de un libro que  le emocionaba tanto. Sin embargo, Mortal y rosa no fue una revelación, un estallido, nada   inmediato, sino que se fue abriendo paso poco a poco y yo esto lo advertía por los conocidos y desconocidos que cruzaban la calle para felicitarme. Las mujeres, directamente, lloraban. De entre los hombres, recuerdo a Carlos Saura como el más conmovido, emocionado y contento con el libro.  «Qué bien, Umbral, que hayas hecho este libro, qué alegría me has dado, qué bien para todos.» En todo entusiasmo personal hay siempre unos elementos diversos que llevan al estado de sinceridad y   comunicación. La primera traducción de Mortal y rosa me la localizó Pitita Ridruejo en una librería de Nueva York. Luego han venido todas las demás traducciones, tesis, estudios, ensayos, cosas. Me  avergüenza todo lo bueno que se dice de este libro porque yo sólo pretendía hacer el diario íntimo   de un niño y sus tucanes.     

Hay unanimidad, esa unanimidad sincera que se da en la vida, pero no en la política, en torno a   un libro mortal y rosa donde dejé rubricada para siempre la muerte y la rosa, la infantil muerte color de rosa.     

Tengo traducciones al holandés de este libro y también a otros idiomas, y lo que me asombra es que la sensibilidad humana sea tan unánime y lo que emociona en Amsterdam pueda emocionar igualmente en París o Madrid. Así pues, es un libro que me permite creer en la unanimidad del bien, aunque en sus páginas se predique con mucha insistencia el mal.  

Por fin la literatura sirve para algo cuando a mí me fascinaba por su inutilidad. Sirve para que las   gentes de cualquier país lean y sientan y vivan y mueran lo mismo que las gentes de otro país. A partir de ahí podríamos entendernos un poco, digo yo, me parece a mí. Mortal y rosa salió en 1975 y su vigencia es creciente. Ayer mismo he recibido otra traducción al francés de manos de una traductora belga. Los hombres se limitan a gestionar la traducción de lo que les gusta, pero las mujeres, además, te comunican o te devuelven todo lo que les ha dado el libro.  

Un crítico literario diría que Mortal y rosa es la antinovela lograda porque cuenta los itinerarios de la nada para resolverse en nada absoluta. Lo dejo para otro día, pero quizá siga escribiendo cosas  sobre Mortal y rosa porque el libro tiene más vida que yo.   

Libro: Un ser de lejanías



"Un ser de lejanías" (2001) es un diario crepuscular de los últimos años y las últimas experiencias del escritor Francisco Umbral. La mirada poética de un señor viejo y cansado, aburrido por la exigente actualidad, tal vez desesperado por sentir una vez más el frío de un largo invierno, que parece definitivo. 

Poema: Chillida





CHILLIDA (en verso)

Chillida, hierro y viento, 
bosque oxidado. 
Chillida entre su seres solitarios, 
geometría pacífica y guerrera,
ah el oro de lo viejo, de lo nuevo, 
el gesto largo y roto de sus vidas. 
Chillida es ya lo vasco, 
el cielo fuerte, 
el aire de las fraguas detenido, 
el fuego de la aguas en espuma. 
Una epopeya vive entre esos seres 
que son hierro forjado y luz dormida, 
los ademanes lentos de la fuerza, 
la vejez victoriosa de la piedra. 

Chillida es ya lo vasco, 
luz resuelta, 
una gran fuerza en paz, 
un clima de oro, 
el silencio hablador de sus figuras, 
y las puertas del bronce, sus garitas, 
ventana entre dos nadas, 
aire y cobre, 
caserío y campamento, sueño verde, 
melodía del metal, 
prehistoria viva.


CHILLIDA (en prosa)

El hormigón como un basalto fiero, el basalto como una porcelana pensante, el espesor de la materia transido por el ángel de la luz y el hierro devuelto a su calidad de león de los metales. Chillida acaba de erigir en su País su escultura "Homenaje al horizonte".Viniendo de Oteyza y los Zubiaurre, viniendo de los grandes sordos y los cortos elocuentes en euskera, Chillida está dejando en caligrafía de granito la verdad y la soledad de una raza, la suya, por los mismos tiempos en que esa raza es conflicto, sangre y confusión con el resto de España. Euskadi es una piedra pensante con una ortografía de piedras rodadas. Euskadi es algo que no acaba de expresarse, y lo que menos expresa a Euskadi es la sangre. Euskadi, como todo nudo humano, trenzado, gordiano, dificil (que en este caso tiene mucho de nudo marinero), acaba expresándose estilizadamente en un artista que lo dice todo con/sin palabras, mediante la ortografía del hormigón armado, el rigor del hierro y la luz sonriente y trarislúcida del basalto. Para esto están los artistas, que nunca sabemos para qué están. Tengo en mi casa un grabado de Chillida junto a una Virgen románica, y se entienden (José Hierro sabría explicarnos esto de cómo conviven lo antiguo y lo moderno en el espacio común de la calidad). Del mismo modo, me gustaría, le gustaría a uno, modestamente, que el románico de Castilla y el pre/clasicismo de Euskadi se entendiesen alguna vez.

La imagen federalista que Pasqual Maragall ha difundido desde Catalunya no es cosa de poco momento. Un federalísmo coronado tampoco sería mayor disparate, ya que, según nos explicara (danzando) Antonio el bailarín, "todo es posible en Granada". Y en Granada nace España. España nace del llanto de Boabdil. España nace de un llanto y de un llanto de hierro nace Euskadi en la obra inspirada y macho de Chillida. (Este artista tiene el buen gusto de no hacer declaraciones, tentación que aqueja a muchos plásticos, y para la que no están precisamente llamados.) La verdad de Euskadi, que hoy no entendemos, entre sangre y votos, entre páctos y muertos, la está salvando (de sus propios compatriotas o paisanos) Eduardo Chillida, la está utilizando o estilando, como dijera el Pantarca, la está expresando como la verdad de un pueblo eficaz y creatívo, amordazado por su propio idioma, nublado por su propia sangre. Cuánta riqueza -Euskadi, Catalunya- en estos países "mal encadenados", como hubiera dicho el maestro André Gide. Y en otros países. Cuánta España / desespaña (que suena casi a despecho y desesperación) en este "Homenaje al horizonte", donde no debemos quedarnos en el homenaje, sino remontarnos hasta el horizonte, pero entender que una Euskadi mal encadenada no es Euskadi ni es Espa¡la. Cuánto amor español por ese pueblo, amor reprimido por la sangre y cantado por las estadísticas (en este mismo papel).

Piedra de elocuencia, hormigón de dialéctica, hierro de idioma. Lo que los políticos y los fácticos no acaban de expresar, porque les falta expresión, lo intuye y explica un artista con su recentísimo "Homenaje al horizonte", como tantas obras anteriores: entender a Chillida es entender Euskadi. Entender Euskadi es entender que, con el mecano de las autonomías estamos jugando al juego del mapa recompuesto, como los niños, por evitar la gran federalización. Asistí, hace un año o dos, a la entrega de una medalla, por el Rey, a Chillida, y Chillida lo dijo: "No vengo por una medalla; vengo a estrechar la mano de un hombre honesto".

FRANCISCO UMBRAL, El País, Domingo 31 de Enero de 1988

Columna: La patria del hombre




La democracia es la patria del hombre
FRANCISCO UMBRAL (14 de Marzo de 2004)

Una cortina que se mueve sola, una hoguera que se añade a los astros silenciosamente, un cuchillo que devora los restos de la cena, el mal existiendo por sí mismo, matando a la deriva, insistiendo. La campana que suena y nadie llama. Eso es el odio anónimo, el que paraliza los trenes de cercanías y paraliza los astros en alguna noche de invierno. Odio anónimo es Atocha como recurso final, como arma sin filo ni puño, que añade al dolor el desconcierto.

No sabemos por qué, no sabemos quién, ignoramos de qué, sospechamos del aire que se para ante nuestra ventana. El jueves, al caer la tarde, se hacía visible, se hacía palpable el terrorismo islamita. Ningún mensaje válido, ninguna respuesta del más allá, ninguna confidencia de los acostumbrados confidentes. Y sin embargo, cobraba espesor la noticia sin nota del enemigo arábigo. Teníamos que cambiar nuestro rencor de sitio, nuestra manifestación de pancarta y la masa caminaba ayer tarde sobre el asfalto inquieto, contra el enemigo anónimo. A lo que más recuerda el tornado de jueves es a lo de las Torres Gemelas, por su manufactura doméstica, digamos que casera, y por su anonimato en la gestión. Y sin embargo...

El odio anónimo es el verdadero odio, no se manifiesta nunca, se comporta como un elemento de la naturaleza y añade a nuestro miedo nuestra indecisión. La respuesta a este odio anónimo es la actuación con fecha y firma. Todos son los mismos en la patria del odio, aunque ni siquiera se merecen una patria. Frente a tanta vaguedad y confusión debemos erigir nuestra decisión unánime, nuestra almena heroica, nuestro hormigón espiritual. Cuando han agotado su arsenal, sean quienes fueren, recurren a la herramienta penúltima del silencio, a las vastedades del anónimo. Saben que el odio anónimo es más odio, no se concentra en una siglas ni en una foto. Dijo Aznar al pueblo que esto es el matar por matar, que el terrorismo no tiene objetivos y en eso se parecen todos los terrorismos. Pero la Historia no deja de cerner su verdad con manos de oro y al final lucen en su cedazo un nombre, un puñal, una incertidumbre.

Mientras lo cierto se hace visible, estamos unidos contra ese miedo añadido del anonimato, contra ese odio que no escribe pancartas por las traseras de la civilización occidental. En esta circunstancia de sangre unas elecciones generales sólo pueden tomar una dirección: la unanimidad como respuesta y la unanimidad como armadura de guerra. La democracia es la patria del hombre en el siglo XXI. Otras patrias, australes o boreales, son las que nos odian silenciosamente, o estruendosamente.

El enemigo de la democracia recurre a la masacre irónicamente democrática de matar por abajo pues carece de estructura para llegar a los grandes poderes y matar por arriba. Las Torres Gemelas de Manhattan todavía no saben quién las abolió ni por qué. Quizá nosotros tampoco sabremos nunca quién nos ha desviado los trenes ni para qué. Occidente no lucha contra un adversario/interlocutor sino contra una vastedad de sombras que hacen guerra de guerrillas. Han cambiado el reloj de la guerra desde la hora atómica a la hora bioquímica o a la hora surrealista de disparar la pistola contra la multitud indiscriminada, que es como veía André Breton el verdadero acto surrealista.

Columna: Detener el aire




Detener el aire, crispar la democracia
FRANCISCO UMBRAL 
Viernes, 12 de Marzo de 2004

Detener el aire, apear la lejanía, enterrar el tiempo, volar los trenes como imantados por la velocidad. Detener el aire, arruinar el día, parar la democracia a mitad de camino. De eso se trata.

Detener el aire, interrumpir el día, paralizar el campo, cortar las manos hacendosas de la democracia, confundirnos a todos y odiar Madrid.

El terrorismo suele nacer de un libro machihembrado y suele morir en las grandes guerras internacionales de los empresarios y los amables cazadores de elefantes. No tiene otro objetivo que confundir nuestra democracia, amalgamar nuestra civilización, crear focos de odio como Madrid o Londres y montar en mitad de Picadilly o de la Puerta del Sol una tienda de campaña con las huríes lavándose los pies y los labrantines conduciendo los bueyes a bofetadas. Esto de ser demócrata se paga.

Detener el aire, asustar la mañana, detener el cielo, recontar los muertos, detestar, desde una cultura de libro único, la multicultura liberal. Qué acerados estos proyectos, qué sutilmente envasados como armas químicas todos los venenos de la serpiente mineral. Y qué débiles, inseguros, pálidos, los recursos de Madrid, una mañana de marzo, víspera de elecciones, para llevar adelante el magnífico ferrocarril de la democracia. Ese sí que no descarrila nunca, porque las mochilas viajeras no esconden otra cosa que libros de Goethe y de Bacarisse.

Detener el aire, interrumpir la luz, envejecer la edad, crispar la democracia. Eso buscaban en Atocha. 

Poema: Fernán Gómez




FERNANDO FERNÁN GÓMEZ

En otras madrugadas tomábamos un whisky,
tu voz de obispo viejo
alborotaba el claustro de la noche.
Fernando Fernán-Gómez,
en otras madrugadas pasábamos la calle
e hilvanabas tu historia confusa y galdosiana.
Yo siempre aprendí mucho
de tu palabra honda
(y no digo las cuerdas, sino el alma).
Ahora, muy abroquelado de silencios,
escuchas en la noche la vida y su murmullo
escuchas tu dolor, tu pensamiento,
quizá nos quieres más a los amigos
con quien te gustaría estar en la alborada
diciendo las canciones de la guerra, tu
eras rojo,
y volverás a estar, Fernando, amor,
porque la vida tira de tu vida y por nosotros

FRANCISCO UMBRAL, 2000

Poema: Profesor de energía




CAMILO JOSÉ CELA

Qué grieta de hombre, tremedal caído, 
cómo colmó su siglo a manos llenas, 
él sí hizo de la prosa otra cosa. 
Qué sola la mañana sin memoria, 
las cosas vagan como peces altos 
porque ya su palabra no las fija. 
Perdimos el color de la mañana. 
Hoy el 98 al fin se muere, 
nadie sabe decir que hay sol de enero. 
La bonhomía del árbol derribado 
extiende sus liturgias por el tiempo. 
Ya no está ni en sus libros, lento muerto, 
sólo está en esa espada a la que abraza, 
ese idioma brutal y castellano 
al que dio sutileza, finas flores 
y le puso domésticos pianos 
para meter un tigre en cada libro. 
Profesor de energía, como el otro, 
nos enseñó a vivir en hombres libres, 
su violencia pacífica edificaba el tiempo 
y su silencio de hombre primitivo 
iba dejando ideas y dibujos, 
un reguero de dioses por el mundo. 
Cómo crece el silencio a cada paso 
cuando su muerte es ya definitiva, 
las palabras sin nido de árbol viejo 
habitan la distancia entre los vivos. 
Y yo inicio ahora mismo, esta mañana, 
mi aprendizaje de caligrafía, 
pues todo se ha borrado, como un ángel, 
hay un hueco en enero, un día sin falta. 
Los párvulos de España le recitan.

FRANCISCO UMBRAL, 2002 

Poema: José Hierro




JOSÉ HIERRO

No te vayas poeta, no te mueras
No vayas, Pepe Hierro a Cartagena.
Te hemos querido tanto, toma vino
o toma este chinchón carminativo.
Poeta carminativo, vuelve a casa,
mira que hay mucha tos por las esquinas,
mira que hay mucha luz en nuestro cielo.
No te mueras, poeta, yo te llevaré a Ávila,
y robarás el viento en la muralla,
probarás esas ostras del hotel,
de las que tú me dabas a probar,
como urgentes sonetos que han llegado
desde la luna hasta este pedregal.
Volvamos a por vino a aquella noche,
no te mueras, joder, amigo ronco,
tose tu enfermedad como un gran hombre,
tose tu soledad de gatopardo.
No te quedes sin voz
al costado sombrío de los buques,
no te entregues al duelo militar,
mira lo que te he escrito,
vive, Pepe,
no eres el que mejor tose en Cartagena. 

FRANCISCO UMBRAL, Noviembre, 2000

miércoles, 13 de enero de 2016

Landas de silencio




"Solo. Desesperadamente solo. No es la soledad del hombre, de la humanidad, lo que experimento, sino mí soledad personal de hombre que siempre ha estado solo, separado de los demás por landas de silencio, de miedo, de rencor, de vacío, de dolor, de odio, de desprecio"

FRANCISCO UMBRAL, 1979

La tristeza simple



"He dicho millones de palabras, las he escrito, me las han leído, me las han comprado, pero mi palabra sigo sin decirla. La tristeza simple, la soledad sencilla e inconsolable que me habita, aquella cocina apagada que llevo en el pecho: eso sigue ahí, callado, nunca dicho"

FRANCISCO UMBRAL, 1979 

Libro: Teoría de Madrid




"Alfredo es un Durero underground que dibuja las ciudades como Van Gogh pintaba los campos: en movimiento, en rotación, dándole a la piedra una urgencia que es ya como la desintegración del átomo, la liberación rotatoria de la energía que hay en la masa. Alfredo es un demasié dibujando ciudades (se tiene hechas varias), y con la paciencia de su impaciente mano y la imaginación de su cabeza/cabezota, hace de una ciudad un ser muy vivo, y ha hecho de Madrid una persona. Madrid señor, Madrid canalla, Madrid estraperlista, navajero, poeta lírico, Madrid pasota y unidimensional, Madrid/Madrid/Madrid con el clavel en la solapa vuelta para fuera de un brote de sangre que le ha salido al último visitado por la parabellum antimadrileña o la delincuencia incontrolada. Un Madrid crítico y mágico, consciente de sus pecados sociales, antisociales, un Madrid lírico y gótico (cosa que no es Madrid), se ha inventado Alfredo, porque las ciudades, aunque sean de piedra, para que existan hay que inventarlas." 

FRANCISCO UMBRAL, 1980

Poema: Lady Diana




Lady Diana
FRANCISCO UMBRAL, 1997

TERMINARÍA
en un túnel tu luminosa vida, 
cómo se iba agostando
la claridad del tiempo: 
el túnel te esperaba,
un túnel bajo el río,
o avanzaba hacia ti la inmensa hoz.
Túnel, agua París,
qué multiplicidad de advenimientos.
Extensa como el mundo ya tu imagen,
te esperaba un pasillo, un aire lóbrego
bajo un París abierto en esmeralda.
La serpiente que acecha debajo de la flor. 
Muere cada princesa
del negro alfilerón que espera siglos.

martes, 12 de enero de 2016

Poema: Loewe




Umbral y su gata Loewe. "Amable fiera, ingenua y niña, sabe más del jardín, del cielo y de la tierra, del mundo, de la naturaleza, que todo lo que nosotros podamos deducir".



La gata y la nieve
FRANCISCO UMBRAL, 2001

Mi gata mira la nieve
y lo que ve es un gato grande y blanco.
Y lo que ve es un gato en copos.
Y lo que ve
son los suaves zarpazos de la nieve,
las delicadas garras de un gran gato.

Un gato frío,
misterioso gato
venido de las azoteas del cielo,
gato de otros tejados sin ratones,
pisada blanda y pura de la nieve,
con su rabo de gato, sus mil rabos
y esos ojos de gato
con que la nieve mira nuestra vida.
Gato recién llegado, inmenso gato,
manos y pies de sigilo y blancura,
bello, soluble gato
que me asusta a la gata
o me la aburre
como acaba aburriendo la pureza.


Loewe
FRANCISCO UMBRAL, 1999

Mi gata Loewe duerme de día en un reclinatorio religioso que fue de la anterior dueña de la casa, o quizá un capricho mío en el Rastro.


Mi gata Loewe desayuna carne fresca o pescado fresco, todo crudo, y me mira con sus ojos de un verde siamés para pedirme un poco de pienso. Loewe es una gata en ocres –de ahí el nombre que le puse-, unos ocres muy elegantes y propios, pero luce medias negras y carita negra con las orejas también negras, abiertas como dos pétalos al rumor del mundo. 

Es el único ser inmortal que he conocido, pues que ignora la muerte. Pero vivimos en tiempos distintos porque yo soy un puro pasar y ella es un puro presente.

Cronista de sí mismo




El personaje Umbral, de mirada semicircular, cronista de sí mismo convirtió a todos en espejos y ellos le devolvieron su propia imagen. He aquí "una tercerita del Abc" del genial Fernán Gómez.


El cronista de sí mismo
FERNANDO FERNÁN GÓMEZ


UMBRAL es un personaje que él mismo se trazó hace años y al que ha conseguido transformar en realidad. Fue un apuesto muchacho de provincias, al que conocieron Stendhal y Balzac cuando llegó a Madrid-París, dispuesto a triunfar. Y lo consiguió. Esta realización del personaje elegido muchos se la proponen y pocos la alcanzan: por escasa ayuda de la casualidad, pero también por falta de autoseguridad, de tesón y de talentos. La noche en que Umbral llegó al Café Gijón yo no estaba allí. Pero esa primera noche, por magia de la literatura, de su amada literatura, se prolongó durante cerca de trescientas páginas y de varios libros y de algunos años. Y otro día cualquiera trajo para mí la primera noche en que vi entrar a Francisco Umbral en el Café Gijón. Al llegar, su mirada fue olímpica. No quiero decir que fuera despectiva. Se suele decir «desprecio olímpico» y no «amor olímpico», como si se diera por supuesto que aquellos dioses, hoy jubilados, no podían admirar a los humanos, cuando bastantes pruebas dieron de lo contrario. Digo, en el caso de Umbral, «mirada olímpica» porque, de estatura superior a la media de los que estábamos en el café, no sólo a la de los sentados a las mesas, sino a la de los que, de pie, alternábamos en la barra o en corrillos, paseó lentamente aquella mirada semicircular, de arriba abajo, con un aire que yo llamaría solemne y que quizá fuera el de una mirada curiosa, penetrante, fotográfica. La paseó de izquierda a derecha, desde la barra en la que por aquellos años solíamos reunimos «los del cine» hasta el extremo opuesto, hasta el rincón de los poetas, hacia el que se encaminó.

Al verle entrar tuve la impresión de que no había llegado un cualquiera, sino de que había llegado alguien, ese alguien que era Francisco Umbral, aunque entonces ni siquiera había empezado a serlo. Pregunté -creo recordar que a García Nieto-, y se me contestó que era un joven periodista que escribía muy bien.

No aquella noche en la que yo por primera vez le vi entrar, sino la noche en que llegó al Café Gijón, una de las cosas que atrajeron su atención fueron los espejos, los grandes espejos del local. En ellos quizá se vio aquella primera noche, y en otros muchos -espejos de Borges, de Levillier, en «La tienda de los espejos»; de la «Peluquería feliz», de Ramón Gómez de la Serna- no ha dejado de verse. Se ha visto también, como en espejos, en todas las personas a las que ha retratado en sus crónicas. Nos ha convertido a todos en espejos, y todos hemos devuelto (bien es verdad que algunos parcial y moderadamente), fragmentada, su propia imagen.

Parece que el cronista debería ser un hombre de aspecto casi transparente, invisible, con una mirada múltiple y fotográfica, pero que casi nunca fuera visto, para de ese modo poder ver mejor a los demás. No es éste el caso del cronista Umbral, ni ha pretendido que así fuera, pues desde sus primeras apariciones procuró que su aspecto fuera significante, aunque no se supiera significante de qué. Utilizó una elegancia indumentaria con toques de un dandismo por aquellos tiempos un tanto pasado de moda y que él contribuyó a actualizar. Este propósito de significarse, de destacar, de resultar señero -como habría dicho su denostado Azorín-, quizá pueda atribuirse a que este gran cronista pretendía desde sus inicios ser no sólo cronista de los demás y de su tiempo, sino cronista de sí mismo. 

Profesores de literatura y comentaristas han hecho, y harán en el futuro, la crítica de su obra; pero como uno de los más destacados, él mismo: el cronista, novelista, periodista, poeta y crítico Francisco Umbral, que con frecuencia, en libros y artículos, declara sus predilecciones literarias, sus fuentes, y también sus aversiones. Va dejando piedrecitas o miguitas de pan, no para no perderse al regreso, que no ha pensado nunca en retroceder, sino para que los investigadores puedan llegar con facilidad a su origen. Al origen que él, como buen creador, sé ha creado. No sólo es uno de los personajes, casi siempre el principal, de su obra, incluso la periodística -pues buena parte de sus artículos son subjetivos y el autor aparece en ellos no como una abstracción, sino como un ser humano-, sino que en sus libros nos explica con minuciosidad cómo es el escritor Umbral, cómo trabaja, por qué; se dedica a esto, cómo ama casi obscenamente a sus máquinas de escribir. Es su biografiador -no escribo «biógrafo» porque este término en Suramérica significa «local de proyecciones cinematográficas», y estamos de cara al 92- su crítico, su analizador de textos, su propagandista. Puede parecer que con esto facilita la obra de los críticos, pero pienso yo que la dificulta, pues les desagradará la labor de simples amanuenses.

Cronista de sí mismo, en su obra aparece casi siempre en primera persona del singular, pero a pesar de ello, cuando hace crónica de sí mismo, se considera tan objeto como todos los demás, y de ahí le viene una de las facetas de su originalidad. En todo lo que de memorias tiene su obra -nunca de confesiones- no encontramos, hasta ahora, el matiz introspectivo que puede encontrarse, por poner ejemplos, en las de Amiel o Kierkegaard. No nos arrastra a las profundidades de su «vida interior ». En una ocasión nos recuerda que alguien dijo que lo de «vida interior» era un chiste. Se limita a pasar su mirada sobre sí mismo como la pasaría sobre cualquier otro cliente del café. Por eso, porque él parece mirarse a sí mismo como a los demás, al menos cuando nos da su automirada transformada en literatura, no podemos sospechar que a los demás nos mire con desprecio olímpico.

Ha elegido para transmitirnos lo que en la vida, en el mundo encuentra, una visión superficial, de cronista, no de crítico, y mucho menos de analista o de psicoanalista. No llega a lo profundo, no quiere llegar a lo profundo. Sabe que casi todas las profundidades que descubren en los seres humanos los escritores profundos o profundizadores suelen ser mentira, y que si son verdad, lo son por chiripa. Los novelistas psicólogos del pasado siglo y sus epígonos, que como lector me hechizan, me cautivan, quizá tuvieran derecho a profundizar, puesto que sus personajes, aunque más o menos inspirados en seres reales, eran transformados por ellos en entes de ficción, pasaban a ser de su propiedad, y, planteadas así las cosas, nadie les va a discutir. Si al fin y al cabo Vautrin, Valjean, el señor Grandet, la señora Bovary, Julián Sorel y la familia Karamazov no son más que trozos de Balzac, Hugo, Flaubert, Stendhal y Dostoievski, sus autores pueden profundizar todo lo que les apetezca; pero que un cronista o entrevistador de urgencia pretenda profundizar en mí, en Pitita, en Marta Sánchez o en Eleuterio por habernos visto unos cuantos días en el Café Gijón, en el Ritz, en una playa o en la cárcel es una osadía inútil.

El escritor Francisco Umbral llegó una noche al Gran Café de Gijón. Una de las cosas que atrajeron su atención a su llegada al café fueron los espejos. En ellos se vio aquella primera noche y en ellos no ha dejado de verse; y que se siga viendo por muchos años para felicidad de todos nosotros, los clientes, los espectadores y los personajes de su gran crónica, novela y vida. 


Fuente: Abc, Lunes, 13 de Agosto de 1991

lunes, 11 de enero de 2016

Dos palomas de barro



"Han venido a mi casa dos palomas de barro. Tienen el color gris de los viajes. Están tomando posesión del mundo. Se acercan a la fuente como a una gran pagoda. Y mi jardín se ensancha cuando vuelan". 

FRANCISCO UMBRAL

Un perro de alguien




"Hoy me ha mirado un perro como preguntándose por mí. Era un perro negro, grande, ya un poco viejo, sin otra nobleza que la edad. Un perro de alguien, sin duda, un perro de otro, que repentinamente se ha interesado por mi persona. Quizá es el perro de un amigo y eso basta para que él me considere continuación difusa e interesante de su amo". 

FRANCISCO UMBRAL




El cuadro es "El perro semihundido" de Francisco de Goya

El presente




"El presente es todo mío y me moriré en presente, con ese viento alto, marinero en seco, este sol intemporal y este lujo de verdor que debe tener incendiados y alegres los cementerios"

FRANCISCO UMBRAL

domingo, 10 de enero de 2016

Artículo: Estoy oyendo crecer a mi hijo




Su hijo Pincho tenía apenas tres años y 1971 se acababa en el calendario. Los juguetes de su hijo se mezclan con la actualidad de aquel momento en una colaboración con una revista de medicina y humanidades. Umbral sencillamente estaba oyendo crecer a su hijo. 


Estoy oyendo crecer a mi hijo
FRANCISCO UMBRAL, 1971 


Anda entre sus trenes sin destino, sus mitologías de trapo, la carabina de Jesse James, el caballo Furia, la Moradita Luz, que es una luz que él ha visto y bautizado desde la terraza, antes de dormirse, un planeta nuevo que mi hijo ha encontrado en el cielo de la noche madrileña, una cosa roja y fina que parpadea, una luz que a él se le antoja morada, moradita. 

Estoy oyendo crecer a mi hijo en el silencio de los libros, en el monólogo de los juguetes, una batalla de trapo, una fiesta de muelles rotos, una catástrofe de automóviles sin pilas, ponen la vida de mi hijo de tres años, como el viejo tango, se han secado las pilas de todos los timbres que vos apretás, y entonces me escriben de una revista y me dicen que haga algo sobre el año viejo o el año nuevo, la nochevieja, una cosa así, ya se sabe, lo de todos los años. 

Decía José María Salaverría que cuando se acaba una colaboración siempre nace otra, y esto es ya una vieja ley en el periodismo, en la hambreante literatura española, madrileña, la ley Salaverría, como la llaman o la llamaban algunos modestos maestros del oficio de la colaboración. Raza extinguir ésta de los colaboradores de periódicos y revistas, porque somos los últimos mohicanos de un periodismo literario y francotirador. 

Pero estoy oyendo crecer a mi hijo y un hijo cuesta mucho, come mucho, gasta mucho, de modo que ahora ha venido el final de un año y el comienzo de otro. Aquí estamos, hijo, tratando de pasar la frontera entre dos años, tú con tus trenes accidentados, con tu coco guapo, tu moradita luz, tu lobote bueno y tu lobote malo, tu popó redondito y tu automóvil italiano, blanco, de pedales, que te regaló la tita por reyes, el año pasado, y que todavía da la vuelta al mundo de apartamento en ochenta pedaladas de tus botas breves y duras. Así las cosas, él anda a sus sillas que disparan, a sus ceniceros que son volantes de automóvil, a sus escobas que son aviones, y yo a mis libros, que cada día vienen más libros a casa, esto es una bendición del cielo catalán, de los editores de Barcelona, que no se cansan, benditos sean, de fabricar libros, en tanto que otros fabrican balas, escopetas, tanques, bombas atómicas, navajas barberas y mentiras. 

Abro el último paquete de libros llegado de no se qué editorial y escribo los necesarios artículos sobre el año viejo y el año nuevo, y pienso en un resumen de fin de año. Allende, el señor Allende, un caso importante, el socialismo y la democracia en América, cuánto durará eso, si pudiera ser que durase, pero las mujeres se manifiestan en París, con Simone de Beauvoir a la cabeza, pidiendo libertad de concepción y de aborto, y la gran escritora llevaba un papelito escrito en la manga derecha de su abrigo de piel, una premática con hilvanes, y otras mujeres se metían un balón debajo del suéter y se montaban en los hombros de un amigo para gritar sus derechos. El mundo sigue, hijo, y tú estás aquí a pesar de todo, y seguramente doña Simone de Beauvoir no tendría nada contra ti, como ni tú ni yo lo tenemos contra ella, pues no es eso lo que quiere decir el papelito de su manga, tú ya me entiendes, tienes tres años y ya me entiendes. 

El mundo está afuera, lleno de revoluciones, represiones, avances, regresiones, huelgas, frío, castañeras, discursos, lentejuelas, músicas, ternurismos y habre, y nosotros aquí, en este apartamento pequeño (a ver si para el verano nos tienen la casa nueva, que está casi fuera de Madrid y se respira más aire puro, menos polucionado, y tendremos más habitaciones). Tendremos más habitaciones, sí, pero entonces yo me aislaré en la mía, que gustaré de llamar estudio, con mis libros, la máquina, esta máquina de escribir, los retratos de Valle-Inclán y Jesse James, el retrato que me hizo Álvaro Delgado, y el que me hizo Martínez Novillo, dos retratos, hijo, donde estoy verde, enfermo, miope, dos retratos de Dorian Gray a los que les sale ya la decadencia de mi vida en este fin de año, en este fin del mundo. 

Estoy oyendo crecer a mi hijo y quisiera para él un mundo mejor, más justo; más libre. Cuando yo me haya muerto entre estos dos retratos verdes y amarillos, cuando ellos den ya toda la amargura de mi vida ida, quisiera que los hombres, hijo, hubiesen dejado de matar niños, que los niños hubiesen dejado de pensar en matar hombres el día de mañana, que hubiera en el mundo más justicia y más libertad. Decía Camus, hijo, que entre su madre y la justicia, se quedaba con su madre. Decía Madariaga que un día dejó de creer en la justicia para creer en la libertad. Está muy malparada la justicia para creer en la libertad. Está muy malparada la justicia, hijo, no tiene prensa entre nosotros, y entre la justicia y tú, yo no tengo que elegir, porque si digo justicia estoy diciendo justicia para ti (para ti también) y si digo que mi hijo, estoy diciendo un hombre justo para el día de mañana. En fin. 

Hay un cruce de trenes en el cruce del año que se va y el que viene, hay esa tristeza ferroviaria que es la fundamental tristeza de la vida, un instante de andén vacío, una sala de espera entre diciembre y enero, con frío y humo, y estoy aquí, oyendo crecer a mi hijo, que se asoma tras los cristales helados de la noche a mirar al parpadeo rojo de la moradita luz, y luego se va a meter en la cama y vamos a tener un diálogo de ardillas que leen libros y ciempiés que hablan por teléfono, hasta que él se duerma. Antaño, yo le dormía en la mecedora e hice un relato contando esto, que me publicó Garagorri en “Revista de Occidente”. Garagorri tiene barba blanca de Papá Noel laico, de hombre bueno y sabio de la cultura española, pero no siempre le van bien las cosas, porque no siempre les van bien las cosas a los hombres buenos y sabios, hijo. Garagorri, si quisiera podía hacernos un Papá Noel barbado y honrado, para ti, pero no va a querer. 

Es el año nuevo, el año viejo, la nochevieja, no sé. Dejo de escribir a máquina y estoy aquí, sencillamente, oyendo crecer a mi hijo. 


Fuente: Revista “Jano” (Barcelona), 31 de diciembre de 1971