jueves, 7 de enero de 2016

Umbral & Alberti




Encontré este poema escondido en las páginas del diario de 1977 de Francisco Umbral, que él tituló "Diario de un escritor burgués". Es un poema en prosa, es un retrato, es una fotografía de aquellos años de la Santa Transición. Alberti, poeta de lejanías, volvía de Italia para ser elegido Diputado por el Partido Comunista.


Rafael Alberti
FRANCISCO UMBRAL, 1977

Alberti era una rosa grande de adolescencia,
Alberti era una espada rota contra los mares,
Alberti era el poeta alto de lejanías
cuya palabra de oro llenaron de silencio.
Iluminó mis años de niño de derechas
con la verdad remota de su clavel alzado.
Fuimos generaciones que vimos en Alberti
no sé qué azul torero al que aventó la guerra,
no sé qué alegre golfo hijo del veintisiete.

Le visité en Italia, Góngora en su palabra,
enriqueció mis ojos de claras sinestesias,
y un árabe de plata, barroco y castellano, 
se queda en su verso, eterno contra el sol.
Ahora no vuelve a España: España es la que vuelve,
todo lo que resume este andaluz caliente,
museos que se levantan álgidos de su verso,
pueblos que se arraciman altos en su palabra.

Yo le visito a veces, toco su voz de lejos,
política y poeta, aves en su cabeza,
todo lo que la imagen como conocimiento,
todo lo que el barroco, como pan repartido,
puede dar a los hombres cuando lo parte un hombre.



Alberti, poeta en el siglo
FRANCISCO UMBRAL, 1999 

Con Rafael Alberti se despide la generación del 27, tras haber celebrado el centenario de Gerardo Diego, otro de los grandes en una generación singular por su densidad, por su longevidad y por el tono y el acento diferentes que trajeron a la vida española. Con ellos puede decirse que principia nuestro siglo XX, o nuestra verdadera europeidad.

Alberti, como Lorca, se inicia en el costumbrismo andaluz, pero un costumbrismo estilizado hasta la poesía pura. Una tierra, un paisaje, un mundo tan espacioso y cerrado al mismo tiempo, tan denso como la plural Andalucía, gravita muy dulcemente sobre el poeta joven. Pero Alberti no se quedaría en ninguna clase de localismo (como tampoco Lorca), sino que es un poeta que participa como ningún otro en la Historia y el tiempo: guerra de España, revolución soviética, vida viajera, compromiso, incardinamiento en todos los momentos del siglo. Primero se salva en el neoclasicismo de su libro a la pintura y luego es el poeta político de las revoluciones española y rusa, el existencial de El hombre deshabitado, el expresionista de El esperpento, el surrealista de Sermones y moradas y "Sobre los ángeles", el memorialista de "La arboleda perdida", el caminante de Roma que se reencuentra allí con su apellido italiano. En Alberti se da, pues, el poeta más cosmopolita de su generación, el poeta de la Historia, el más «vivido», el más viajado. Su destino se asemeja más al de su amigo y correligionario Pablo Neruda que al de los otros hombres del 27, de vida más bien burguesa y estudiosa, incluso en el exilio.

Lo que ha quedado entre el gran público es el poeta andaluz (a lo que él vuelve siempre, con poderosa fidelidad a los orígenes), pero Rafael Alberti también tiene algo de Blas Cendrars y de aquella poesía cosmopolita de los años veinte. Sólo que en Alberti no se trata de un cosmopolitismo frívolo, sino de un exilio itinerante y un afán, muy de la época, de convertir el mundo en texto, por los cuatro continentes. Las grandes corrientes del siglo, que ya hemos enumerado, le atraviesan más que a cualquier otro de su generación. Gustaba definirse como «poeta en la calle». Poeta en el siglo, diríamos ahora, por la pluralidad de su peripecia biográfica, tenazmente cantada, fieramente contada. 

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