lunes, 31 de diciembre de 2018

Adios 2018



Releyendo el libro con la "Obra poética" de Francisco Umbral encuentro estos versos optimistas sobre el tiempo y sus remansos y decido escribirlos aquí para termimar este 2018.

"Seamos siempre felices, presentísimos, 
partidarios del tiempo y sus remansos. 
Bebamos a la luz rosa de Venus, 
esperemos los siglos como tribus: 
el domingo del hombre es un gran siglo"

FRANCISCO UMBRAL

sábado, 29 de diciembre de 2018

Mis libros

























Ahora que se nos acaba el 2018 vuelvo de nuevo a los libros de Francisco Umbral. Ellos viven escondidos en las estanterías, agazapados entre los libros de poesía, entre recopilaciones de artículos, entre las novelas sin género, tal vez líricas, entre los diarios de aquellos que se han ido y nos dejaron sus crepúsculos interiores, eternizados para siempre.


"Poéticamente habita el hombre" que dijo Heiddeger.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Nuevo viaje a la Alcarria



Mundo Hispánico. Nº 182, Agosto 1963 
Nuevo Viaje a La Alcarria
Francisco Umbral

Torija, una secreta frontera. Iniéstola, Alcorlo, Humanes, Brihuega y otros edenes. A la sombra de los tilos en flor.


-¿Y qué es eso de la Alcarria, niña? La niña no ha leído a Camilo José Cela, pero está estudiando con provecho su geografía del primer año de bachillerato.

«La Alcarria: alta meseta de matorrales y plantas aromáticas que se extiende por las provincias de Cuenca y Guadalajara. Es muy renombrada su miel. Brihuega es el principal centro de la comarca.»

 Lo ha dicho con su bonito sonsonete escolar de niña lista y aplicada.

-¿Brihuega dices? ¿Y se va por aquí a Brihuega?
-No, señor, por aquí se va a Alcalá de Henares.

La lectura del inolvidable libro de C. S. C., primero, y las sabidurías de la niña guapa y sabia, después, nos habían metido en ganas de visitar esas comarcas de miel y literatura, esa España enmielada, haciendo n poco de Calixto itinerante para la Melivea -voz de miel- de nuestra geografía. Jugamos a enamorarnos de la Alcarria un tanto literariamente, a riesgo de volver de allá, tras los periplos periodísticos, verdaderamente enamorados. La Alcarria, una comarca de límites más sentimentales que tográficos. Una vaga provincia que se sueña entre dos provincias de Castilla la Nueva. Pero la niña ha dicho que por aquí va a Alcalá de Henares.

-Claro que desde Alcalá de Henares, seguido, seguido, también se llega a donde usted va.

La Alcarria, después de Cela. Rutas alcarreñas de verano tras los pasos ya lejanos, pero nunca borrados, del descubridor literario de la comarca, dicho sea con perdón del señor geógrafo que escribió eso de «meseta de matorrales y plantas aromáticas» que nuestra pequeña amiga recita cómo si fuesen versos. Y a lo mejor lo son.

Torija el primer pueblo de La Alcarria

A su paso por Alcalá, el Henares llevaba aguas rojas, como de arrastres arcillosos. En la hermosa plaza de Cervantes, pacíficos vecinos dejan transcurrir el verano a la sombra de los soportales, viendo llegar y pasar a los turistas de los coches largos y de los coches cortos. Alcalá es Alcalá. Un sitio hermoseado, con tanta historia y tan sabido que da casi vergüenza repetirlo ahora, pintan cafeterías Americanas en las esquinas más estratégicas, pero no hay peligro de que el aire  acondicionado de ninguna cafetería vaya a privarle de su propio aire eterno e interno a la cervantina y universitaria ciudad. Aquí, aunque no sea la Alcarria, puede comprarse ya el primer tarrito de miel alcarreña. De modo que si usted no traía alforjas para más viaje, puede darse ya la vuelta hacia Madrid e invitar a miel a sus amistades. Se ahorrará  kilómetros y tiempo. Claro que no es lo mismo, ni mucho menos. Nosotros, en su caso, seguiríamos adelante, saltando las rojas aguas del Henares, en busca de esa nueva fuente de la eterna juventud -como Ponce en la Florida- que es o parece ser la miel convertida en jalea real. A ver qué pasa.

Brihuega, dijo la niña. Los letreros de la carretera, sobre los gloriosos campos estivales, empiezan ya a hablar de Brihuega y de los kilómetros que le faltan al coche -a nuestro coche- para llegar. Hay otros letreros, otros carteles, que de lo que hablan es de licores y neumáticos e incluso del hotel que espera al viajero en  Barcelona -estamos en la carretera de Barcelona--, pero no son ésas las lecturas que a nosotros nos interesan ahora.

«Restaurante La Morena. Déjeuner. Meals. Comidas »

No hemos entendido lo del medio, que está escrito en idiomas exóticos, pero los dos extremos del rótulo, en cambio, son lo suficientemente castellanos y tentadores como para echar el freno. A la puerta del restaurante La Morena preguntamos por la comida y por la bebida. Ya está dicho que el  «déjeuner» y el «meals» no van con nosotros. En cuanto a la morena, hemos preferirlo esperar a ver si aparecía por allí, sin decidirnos a preguntar nada. El pan y el jamón eran perfectamente honrados. Café de puchero y agua de botijo. Unos turistas y unos camioneros.

-¿Y ese pueblo?
-Ese pueblo es Torija.

Torija, el primer pueblo de la Alcarria, según se va, está ya a la vista. Hemos llegado. La torre del castillo se alza sobre el paisaje.

-Son las diez y media de la mañana. Nadie ha preguntarlo nada, pero un oficioso nos cuenta que son las diez y media de la mañana.
-Gracias, hombre. 
-De nada. A mandar.

El coche entra en Torija subiendo, subiendo. El pueblo está en un alto. Torija es piedra. Todo piedra. Sólo piedra, Piedra blanca y tornasolada, envejecida de siglos, parda en la iglesia y rosa en el castillo. Entre las calle, pétreas y pinas, grandes boquetes de cielo azul. Hemos cruzado una secreta frontera. Ya no estamos en Castilla la Nueva. Ni siquiera en la provincia de Guadalajara. Estamos en la Alcarria. Atienza, Fuentes, Casasana, Sacedón, Pastrana... nombres y pueblos se abren ya ante nosotros, en el mapa de la mañana. Hay mucho que andar y mucha que ver. ¿Por dónde empezamos?

De momento, por Torija, que es lo que está más a mano. Una gallina nos mira y va a contárselo a las otras gallinas del pueblo. Frente a la carretera, un edificio nuevo, que debe de ser, la escuela. Hay una niña a la puerta, solitaria y contemplativa, con su trenza por la espalda. ¿Qué hace esa niña a la puerta de la escuela cerrada, en pleno mes de agosto, cuando un curso ha terminado y el próximo aún está lejos? La Alcarria nos ofrece en ella su primer enigma, paseamos. Allá abajo, los caches -pocos, silenciosos, más bien lentos- van y vienen por la carretera. Arrimándose a la cuneta camina una pareja de mulas. O viaja un hombre en bicicleta. La carretera es un río ciego donde Torija no puede mirarse. Hay callejones con sol y niños rubios. La iglesia tiene una torre románica con un reloj cuya esfera, desde aquí  abajo, parece de piedra. Al reloj le falta una aguja y la otra está parada- La torre atalaya vegas y campos, tierras y caminos.

-Qué hermoso panorama, ¿eh?
-Sí- Muy Hermoso. Pero vamos a la plaza mayor.
-Plaza de la Villa se llama.

La plaza de la Villa es como dos o tres veces la plaza madrileña de igual nombre. Tiene Ayuntamiento, puesto de la Guardia Civil, juego de pelota y fuente de agua clara. En un extremo, el hombre de las verduras vocea y vende junto al motocarro en que ha traído su mercancía. Las vecinas de Torija van y vienen con los cántaros, las herradas, los cubos de plástico. A por agua a la fuente, que es el rito local de cada mañana. Charlan y charlan mientras el caño corre. Luego regresan a casa despacio, con los recipientes llenos. 

Hay algún niño que camina dentro de una arandela de madera lo suficientemente amplia como para evitar que los calderos le golpeen las piernas. El mejor rincón urbanístico de la plaza es el que mira hacia oriente, con su única casa de cierto empaque junto a otra más modesta, pero alegre, enjalbegada, vestida de hiedras y enredaderas. Pasa el vendedor de cerezas con su carga en los serones del enorme burro

-¿Son grandes las cerezas? 
-Son menuditas, pero muy dulces
-No me fío
-Cátelas, oiga, y dígame.

Catamos las cerezas y preguntamos el precio.

-A seis pesetas el Kilo
-Pues pónganos medio kilo

Las pesa en su pequeña romana de mano. Una lugareña espera su turno con un plato en la mano para comprar las cerezas del postre.

-Pero no tengo papel para envolvérselas a ustedes.
-Pueden ir en los bolsillos.
-No, que manchan.
-Yo les voy a traer un papel,

La lugareña se ha ido a su casa a por un papel para envolver  las cerezas. Vuelve con una doble hoja de periódico.

-Gracias, señora.
-No hay de qué. Una también tiene hijos por el mundo y le gusta verlos atendidas,
-Eso.

Seguimos nuestra paseata por el pueblo picando en el envoltorio de cerezas. El viejo que está sentado al sol, a la puerta de su casa, es el señor Félix.

-Setenta y cuatro años tengo. Toda la vida en el pueblo.
-Señor Félix, ¿qué tal van esas piernas? 
-Así van. Gracias a las garrotas,

El reúma le tiene como le tiene. Se ayuda de las garrotas para andar. El señor Félix ha trabajado en el campo desde joven.

-Toma, ya lo creo. 
-¿Y ahora?
-Toma, a vivir tranquilo y descansar. 
-¿Qué tal los nietos?
-Ahora vendrán por aquí a hacerme compañía. La mujer y yo vivimos solos. 
-¿Muchos años casados, señor Félix? 
-Toma, ahora van a hacer cuarenta. Pasan las vecinos y le saludan. El señor Félix tiene el rostro moreno y la risa maliciosa. Nos desea buen viaje y hace ademán de incorporarse para despedirnos.
-Nada de eso, señor Félix, No se mueva usted.

Después de haber dado la vuelta completa al pueblo, pasamos otra vez ante la escuela. Sigue allí, inmóvil, la niña de la trenza. Se nos ocurre regalarle el paquete de cerezas.

-Niña, ¿quieres cerezas?

Viene y las toma en sus manos cuidadosas. Se ha quedado donde estaba, sola, comiéndose nuestras cerezas.

Geografía y buenos letras

Vamos y viajamos. El auto por la carretera. Vueltas y revueltas por la Alcarria. La geografía leída, aprendida en los versos, se hace ahora verdad y camino. Con el viento de la velocidad se van abriendo libros que hablaban, que hablan de todo esto. Dice un poeta de esta tierra, sabio, sabedor y amigo:

Valfermoso, Montarrón,
Campisábalos, Beleña,
Iniéstola,Alcorto, Humanes,
Razbona, Trijueque, Atienza...

Ay, nombres tan enjambrados,
Alcarria, Campiña, Sierra,
Norte, Sur, Este, recuerdo,
Poniente, Oeste, la escuela 
de niño, y el río Sorbe
por Peñahora, y abejas 
ajetreadas de mayo,
color, amor, por las tierras
pobres de cardos morados, 
acuarelados de hierba;
los alcores, y los trigos,
candeales con tristeza
infantil,con sufrimiento
confuso por las ideas.

Brihuega, Cifuentea, Trillo
Pastrana., Albares, La Mierla,
Fontanar, Molina, Henche,
Las Minas, Hita,Sigüenza...

Es como ir viajando por dentro del romance, de este romance, cubriendo etapas, descubriendo nombres y pueblos, hasta la absoluta y gozosa confusión de la buena geografía y las buenas letras. La hogaza al sol de la Alcarria hay que untarla con miel de versos, con dulzor de poemas. La Alcarria, con literatura, con verso y prosa, sabe a más, se entiende antes y mejor.

-¿Y cuándo llegamos a Brihuega?
-Decía la niña sabia que Brihuega es algo así como la capital de esta comarca. Mañana, Dios mediante, estaremos en la capital.

Brihuega, ajardinada e ilustre

«Brihuega tiene un color gris azulado, como de humo de cigarro puro, parece una ciudad antigua, con mucha piedra, con casas bien construidas y árboles corpulentos» La descripción es de Camilo José Cela en su Viaje a la Alcarria. No es fácil esto de andar sobre huellas tan ilustres. Todo lo había contado ya Camilo. Y Camilo lo contó mejor. La Alcarria, después de Cela, es aquella de entonces y es ya otra. Porque el tiempo pasa incluso sobre estos pueblos sin tiempo. Y porque cada visitante descubrirá siempre su Alcarria en la Alcarria, Y su torre Eiffel en la torre Eiffel. De no ser así, mas vale que se quede en casa.

Por nuestra parte, hemos conocido, más o menos apresuradamente, una Alcarria con belleza y sorpresa como para escribir varios libros que nunca escribiremos.

-¿Y ni siquiera un reportaje? 
-Caramba, el reportaje se escribe solo, como quien dice.

Brihuega sigue siendo de humo azul de cigarro puro. Se recuesta en una ladera, acercando el ocre de sus tejados al verde y el violeta de la inmensa campiña que se abre en su regazo sin fin. En la hermosa y sombreada alameda, cerca de la fuente de dos caños, con pilón para las caballerías, frente a la Puerta de la Cadena, abierta en la muralla, encontramos a Julio Vacas, Portillo, el viejo amigo de Cela, a quien éste dedica casi un capítulo entero de su libro de la Alcarria. Están, en grupo, los hombres del pueblo, charlando junto a la gasolinera, y Julio Vacas, sentado en un banco, lleno de años y saberes, se quita la boina para hablarnos de su ilustre compadre.

-Sentados a la misma mesa que estuvimos, Yo le firmaba los libros que tuve a bien resalarle y él me dio cinco pesetas. Julio Vacas, Portillo, buhonero y retórico de profesión, tiene una heroica historia familiar. Con su venta de chismes y su trato en golosinas, de un lado para otro, ha sostenido a los hijos-alguno de ellos paralítico- e incluso se ha hecho un nombre en los alrededores. Aparte del prestigio literario que le otorgara su nunca olvidado amigo, de quien nos habla una y otra vez.

-Le dan ustedes recuerdos a Don José Camilo de Cela, es persona que lo merece. Don José Camilo me tiene encargado un maniquí que voy a ver si se lo tercio. Yo he estado mucho en Madrid. Y en Valencia, a comprar mercancía. Tengo que ir a visitar a don José Camilo. En Madrid he hecho buenos negocios con los anticuarios de la calle del Prado. Los conozco a todos. Qué persona don José Camilo. Andaba entonces con su macuto, A mí me han aperado ahora de una hernia. Que lo sepa don José Camilo de Cela... Y aquí estoy, a mis años, resistiendo. No fumo, no. En la televisión, que salí hace un poco. Será una honra si ustedes me envían estos retratos...

Nos despedimos de Julio Vacas, Portillo prometiéndole enviarle desde Madrid las fotos que le ha hecho Alfredo. Los hombres del pueblo le rodean para comentar el Caso. Salimos carretera adelante, deteniéndonos a beber agua en un manantial en el corazón vegetal y sombreado de la Alcarria, allí donde las colmenas maduran herméticas al sol, el agua se despeña por las cascadas y el grajo gigante -muchos grajos grandes y negros por toda la Alcarria- vuela y revuela en torno a la frente de piedra de la montaña, como un cuervo, como un buitre, como un aguilucho menor, un poco siniestro. El camino de regreso está alegrado de. amapolas y flores hospicianas en los bordes de la carretera. Comemos en la avenida de las Heras -así, con hache, cualquiera sabe por qué-, de Brihuega, después de haber visitado el jardín carlostercista de la antigua Fábrica Real de Tejidos, orgullo del pueblo, mirador fragante con rincones caprichosos, lugar donde hoy veranean familias madrileñas. ( Y junto al jardín, la inmensa bodega y los antiguos telares, naves profundas y abandonadas, como una misteriosa confirmación de todos los misterios que el jardín anticipa).

Comemos, digo, en la avenida las Heras, siempre bajo el perfume dulce de los tilos, y ahora can las manos entintadas de moras, porque en las moreras de Brihuega se puede entrar a saco, y el jugoso fruto, en verano, se desprende solo.

-Yo soy León Peña Vaquero.

León Peña Vaquero se ha sentado a comer con nosotros en la calle. Es de un pueblo de al lado y va cumplir en seguida los ochenta años. Parece un pastor sin rebaño, pero lo suyo ha sido siempre la labranza. Tiene los ojos hondos y la boca sumida, casi infantil. «Yo fui melitar en Madrid, ¿Ustedes son de allá? En Fuencarral anduve a la labranza de un señor marqués que todavía vive,» León Peña Vaquero, labrador retirado, cazador solitario, hombre soltero y elocuente, tiene una gorra sobre la que parecen haber pasado edades geológicas. Por debajo de la pana se le ve la camiseta. Le obsequiamos con un vaso de vino y nos obsequia con un cigarro. «La moza que sirve a la mesa es de mi pueblo», dice.

Después de comer, uno se fuma -siguiendo su costumbre de fumar de lo que le dan, y no siempre— el negro y torcido y difícil cigarro de León Peña Vaquero, León Peña pone su firma en un papel, para que veamos que sabe, y luego le gasta bromas a la moza de la venta, que se llama Mari y tiene dieciocho años.

-La Mari es de mi pueblo.
-Ya.

A la hora de la digestión y de la siesta, León Peña Vaquero siguió su camino pasito a paso. La Mari, la moza de la venta, nos despidió con su sonrisa honrada de mujer codiciada y honesta. Nos metimos apretados en el auto -después de comer parece como que ocupa uno más sitio-, y echamos carretera adelante. La Alcarria, a campo abierto, estaba hermosa. Los tilos perfumaban todavía, dulcemente, largamente. Los tilos o quién sabe qué.

Serán las plantas aromáticas que decía aquella niña...

sábado, 17 de noviembre de 2018

La prosa del siglo



La prosa del siglo
FRANCISCO UMBRAL


Para estudiar un poco la prosa del siglo, en castellano (con las inevitables escapadas a otras lenguas) hay que empezar distinguiendo entre escritores que escriben y escritores que redactan. Luis G. Seara me lo explicaba muy bien la otra noche: “Mira, Umbral, los ingenieros de caminos, en España, cuando tenían que hacer un camino a través de un monte, seguían el procedimiento del burro, o sea, soltaban un burro local, conocedor del monte, y por donde iba el burro hacían la carretera. No hay duda de que el burro había consagrado siempre el mejor camino. Y no estoy muy seguro de que no se siga utilizando el procedimiento del burro.”

Tampoco uno está muy seguro de que no haya, entre los escritores, algunos que sigan utilizando el procedimiento del burro: es decir, el camino más corto y aburrido para contar una historia. Mas, para ser escritor de verdad, hay que utilizar exactamente el camino contrario del burro. El primer escritor español del siglo que hace prosa, con voluntad de que el lenguaje signifique por sí mismo, y no sea un mero vehículo redaccional, es don Miguel de Unamuno (1). Unamuno, en el ensayo, la novela, la filosofía, pone siempre en funcionamiento la musculatura del lenguaje, frente a la astenia de Azorín y Baroja (y de Machado, a veces, en verso). El primer escritor en castellano consciente de que incluso la filosofía es lenguaje es Unamuno, y no sabemos cuánto le debemos a este viejo. Unamuno en el 98 y Juan Ramón Jiménez en el Modernismo hurden el nuevo castellano del siglo, como también Azorín, sólo que ellos actúan por exuberancia, y Azorín por estreñimiento. Valle-Inclán es un cruce del palabrismo conceptual de Unamuno y el lirismo de Juan Ramón y Rubén. En el 27 todos son poetas, salvo los brillantes intentos de Pedro Salinas en prosa. Unamuno hace la prosa como generadora de ideas. Juan Ramón hace la prosa lírica. Valle, la prosa descriptiva. Ninguno de los tres ha sido superado. Bergamín es una mala caricatura de Unamuno (2). Miró es una mala caricatura de Juan Ramón. Foxá es una mala caricatura de Valle. La prosa del siglo, pues, amanece especulativa, lírica, narrativa. Entendemos por prosa aquella que de la palabra genera una idea: Unamuno, Ortega.

Entendemos por prosa creadora, creativa, aquella que no se limita a redactar las cosas, sino a crearlas / recrearlas con palabras: Valle-Inclán. Entendemos por prosa aquella que contiene en sí todos los elementos de la poesía, pero liberada de la prótesis de la versificación: JRJ. Las metáforas comerciales o geodésicas no son literatura. Después del 98 no hay más que un prosista en España: Ortega. Un discípulo de Ortega, Julián Marías, ha dicho alguna vez que el pensamiento sistemático es contrario a la marcha natural del pensamiento humano. En una palabra, la filosofía clásica es "antinatural" (3). La gloria y ventaja de Ortega es que, incluso tratando temas cerradamente filosóficos, deja vagar su prosa por los meandros naturales del pensamiento. Por eso sigue estando vivo, incluso con su sabor de época. De otra parte, ya nadie cree en un sistema filosófico que pueda cerrar el Universo como una catedral (ni siquiera las catedrales se cierran arquitectónicamente: ahí está la Almudena). De modo que el pensamiento azaroso de Unamuno u Ortega vienen a resultar los más últimos y actuales de los pensamientos. En la generación del 36 no hay buenos prosistas. Cela y Delibes, en los 40, después de la guerra, superan con mucho el estilismo malo de Serrano Poncela o el proustianismo aprendido de Rosa Chacel. La prosa del siglo salta de Valle a Cela, en la narración, y de Ortega a nadie, en la filosofía y el ensayo.

Laín y Aranguren son ricos de ideas y cultura, pero sobrios de prosa (que es la materia que se estudía en esta lección, a saber). En cuanto a la prosa creadora, sólo hay dos nombres en la generación de postguerra: Cela y Delibes. Y no hablo -insisto- de merecimientos literarios, sino del entendimiento de la prosa como sustancia primera y última con que se hace un libro. No es tanto una cuestión estética como una cuestión ética. Se lo expliqué una vez a Lázaro Carreter en el Palacio de Liria:

- El escritor, cuando habla de un gitano, tiene que molestarse en hacer la "escultura léxica" de un gitano (Peter Weiss), y no limitarse a aludirle con cuatro tópicos: Galdós, Baroja, Azorín. Es la moral de la obra bien hecha. Los entes y las cosas tienen que emerger de las páginas como esos libros infantiles con ilustraciones erectas.

Y Lázaro, al fin, comprendió. Comprendió que el escritor bien, creadoramente, no es una cuestión estilística, estética, sino una cuestión ética, un hacer las cosas hasta el final: lo que los soviéticos debieran exigir a sus escritores, si los soviéticos no fueran tan burros. La inmensa minoría (no hay mayorías) de los escritores se limita a redactar las cosas como en una carta. Pero redactar una cosa es todo lo contrario de hacer una escultura léxica. Por eso he odiado siempre a los redactores de domingo, que, al cabo de toda una carrera, ni siquiera se han enterado de qué cosa sea la literatura. En la generación de los "niños de la guerra" -Ferlosio, Aldecoa, Martín Gaite, Matute, Goicoechea, Fernández Santos, etcétera- hay un solo creador en prosa: Ignacio Aldecoa. Martín Santos hizo el Ulysses pequeñito y nacional, como se ha hecho en cada país. Sánchez Ferlosio hizo una novela gramatical y calló para siempre. Ignacio sí sabía qué era la prosa.

Tiene uno escrito, a propósito del pintor Solana, que su genio está, no en pintar pobres, sino en pintarlos pobremente, con lo cual está pintando ya la pobredad. Bueno, pues Aldecoa, como sus predecesores inmediatos, Cela y Delibes, no pinta los pobres pobremente, sino con un secreto lujo de estilo que los enjoya. Resulta, irónicamente, que nuestros mayores "obreristas" han sido orfebres. Se es orfebre de oro o del estaño. Benvenutto Cellini no está en la materia trabajada, sino en sus manos. Quizá nos hubiera hecho falta el Solana de la literatura, pero ya lo fue el propio Solana, que escribía mal muy bien. La generación que hoy anda alrededor de los 60 años ha tenido un escritor, "el escritor": Ignacio Aldecoa. Y no me obliguen a repetir aquello de Nietzsche: "Una generación es el rodeo que da la naturaleza para producir un genio". Los demás lo han probado todo, de Joyce al intímismo, del anglosajonismo (que les hace parecer ingleses traducidos, como JRJ dijera de Cernuda) al realismo y el surrealismo. Nada, no hay escritor. Aldecoa deja varías novelas magistrales y dos tomos de cuentos que están, completos, en Alianza Editorial. Más que realismo lo suyo es hiperrealismo. Lo suyo, sí, está más en Antonio López que en Solana, por seguir utilizando la pizarra, tan explicativa de la pintura. Pero aquí no hay un dios que venda un cuento si no es Borges y ciego. La generación posterior o "tercera generación de postguerra", como dicen algunos críticos muy ordenados, me incluye generosamente, y ha vuelto a dar, sobre todo, de manera curiosísima, articulistas, columnistas, como la generación de la guerra. Vázquez Montalbán, Cándido, Vicent, Máximo, Rosa Montero, Carandell, Cueto, Verdú, Gala. ¿Somos también una generación de señoritos", como aquéllos? Probablemente; sólo que, ahora, de señoritos "de izquierdas", lo que no hace sino poner peor las cosas. Entre todos lo hemos hecho todo y de todo, pero el público nos conoce mayormente por el articulismo, cosa que nunca han admitido suficientemente los periódicos, y menos aún sus administraciones.

La prosa del siglo, pues, tras el didactismo redaccional del XVIII -Jovellanos- y el romanticismo huero o el neoclasicismo tardío del XIX, tras el gacetillerismo histórico de Galdós, vuelve a cobrar nervio en el 98, y el Modernismo, con Unamuno en el ensayo y Valle en la creación, vuelve a tomar conciencia de que escribir es generar una realidad no real, que está entre la escritura y el lector, y esto se debe en buena medida al surrealismo y las vanguardias. La prosa didáctica del XVIII había arruinado el barroco y, en cuanto al XIX y su Romanticismo, fue más creador en la poesía que en la prosa, de Hugo a Baudelaire. En España ni siquiera existió. La prosa del siglo es otra vez prosa, creación léxica, y el estructuralismo, más que a anunciar esto, viene a corroborarlo, mediada la centuria. Los estructuralistas nos recuerdan que un libro consta sólo de palabras, como un cuadro consta sólo de pinceladas. Lo demás son valores añadidos que, más que sumar, restan. O se tiene el genio de la palabra o se redacta. Tras dos siglos de didactismo y redaccionismo, el nuestro quedará -modernismo, surrealismo, vanguardias- como un siglo muy literario (ironía anti/McLuhan), de Joyce a García Márquez.


Publicado en El País, Lunes 13 de Enero de 1986

Notas

1. El juego de la prosa le viene a Unamuno de su "pariente" exístencialista Kierkegaard, y más entrañadamente, de Gracián.
2. Bergamín exhaustiviza el concepto unamuniano de ida y vuelta, hasta hacerlo gratuito.
3. Marías es el único discípulo de Ortega que ha mantenido la voluntad de estilo o calidad de página.

Este sol intemporal



Obituario: Angel Antonio Herrera




Un apache de lejanías
Ángel Antonio Herrera

Cruzó a Quevedo con el grafitti, alternó a Ruano con Pitita, fue un apache de lejanías. El mejor.

Era Francisco Umbral un forajido con corazón, y faenaba en un olivetti mínima que era una ametralladora que había leído a Gómez de la Serna. Venía de la escuela del hambre, e iba directo para la posteridad, que quedaba en Majadahonda. Me lo decía siempre: “Herrera, la posteriodad queda en Majadahonda”. Eso, y que cuando quedábamos, me enviaba a María España, con el alfeta, y decía: -tú párate en el Pryca, y ya llegará España.

-¿Me paro dónde?

-En el Pryca, coño, en el Pryca, que es el Escorial de las salchichas.

Muere este año tras diez años sin Umbral, pero con él, de algún modo. Umbral es inolvidable, y yo le leo a diario, casi. Sostuve con él más de veinte años de amistad porfiada, y me consta que nunca le faltó o le sobró una coma. Pero ni una puta coma. Lo digo esto literalmente, porque a rachas me tocó editarle, allá en los ochenta, aquí en interviú, cuando era una firma de oro cumbre que se repartía en entrevistas, reportajes, crónicas, artículos y lo que le echaras. Sus textos eran impecables, como algún crimen. Siempre voló la leyenda urbana de que tenía negros, leyenda del todo falsa. A mí incluso me llamaron de Informe Semanal, cuando murió, para preguntarme si yo escribí para él, secretamente.  

Pero ni negros ni nada, porque trabajaba como un soldado, pero como un soldado con levita.Tengo algún original de Umbral, pulcro como una lápida, igual que él tenía un original de Ruano, en su dacha con gatos. Gastó pinta de poetón tísico, y no tuvo otro carnet de periodista que el carnet de interviú. “Con él entras gratis hasta en las discotecas de Ibiza, Herrera”. Cruzó a Quevedo con el grafitti, alternó a Ruano con Pitita, fue un apache de lejanías. El mejor. Conviene recordarlo. Porque jode, y porque sí.

Revista Interviu. Domingo, 23 de diciembre de 2017
Opinión / Por la cara

Obituario: José Antonio Marina





Cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo. Algo semejante padeció Umbral. En vez de mirar la intensidad de su escritura, los necios miraron el formato. Umbral poetizó la realidad en prosa. Mostró que no hay asunto, por insignificante o tedioso que parezca, que no pueda ser transfigurado por el talento. 

"La realidad hay que inventarla siempre a partir de cuatro datos que nos da la vida". 

En esto, sólo admite comparación con Neruda. Me gustaría hacer una antología que recogiera esas iluminaciones del ahora. Citaré dos bellísimas: 

"Hoy me ha mirado un perro como preguntándose por mí. Era un perro negro, grande, ya un poco viejo, sin otra nobleza que la edad. Un perro de alguien, sin duda, un perro de otro, que repentinamente se ha interesado por mi persona. Quizá es el perro de un amigo y eso basta para que él me considere continuación difusa e interesante de su amo". 

La segunda: 

"Han venido a mi casa dos palomas de barro. Tienen el color gris de los viajes. Están tomando posesión del mundo. Se acercan a la fuente como a una gran pagoda. Y mi jardín se ensancha cuando vuelan". 

Hoy, que vuelvo de nuevo al periódico, quiero recordar estas cosas, para animarme.


JOSÉ ANTONIO MARINA / Filósofo
El Mundo. Domingo, 2 de Septiembre de 2007


viernes, 16 de noviembre de 2018

La luz adolescente



Los placeres literarios


Amar en Madrid



Miguel Delibes



El Giocondo


El Cesar Visionario


Cortázar



Cortázar

Se cumplen 20 años de la muerte de Julio Cortázar y hemos de admitir que su vida y su obra han quedado en un ramo de olvido, después de una explosión de vida que iluminó la prosa austral, el verso, la vida. Julio Cortázar fue el escritor mítico del medio siglo y hoy es el más olvidado de los capitanes del boom. La verdad es que no hay cómo decirlo. Todo suena a elegía artificiosa porque aquí falta algo, y lo que falta es la juventud. 

La juventud ya no lee a Cortázar y en cambio lee a García Márquez obligatoriamente. Quiere uno decir que García Márquez es una asignatura del siglo XX, pero Cortázar, con su gracejo, con su estilo corrido, con sus costumbrismos argentinos, con su cachondeíto fino, ha quedado como un escritor de época, como una brillante revelación de época que con su época ha pasado. 

Era un tiempo en que se leían y escribían muchos relatos cortos en España, pero los relatos cortos tenían que ser de Borges o de Cortázar. Aquí teníamos algunos maestros del cuento, como Ignacio Aldecoa y el propio Cela, mas todos quedaron borrados y barridos por la invasión de estos dos grandes narradores americanos que venían a revolucionar y erigir un género que estaba acabado desde casi el XIX. El aniversario de Cortázar nos sugeriría toda una reflexión sobre el relato corto, pero baste con decir que los hispanos dominaban el género por influencia de los yanquis -Capote, Hemingway, etc.- y que en general eran mejores los cuentos que los novelones en trilogía de la América hispana. 

A mí el que más me gustaba era Alejo Carpentier, embajador de Fidel Castro en París que tenía la embajada en la calle de la Faissanderie. Como que era el menos esnob y el más confeso en la influencia española del Barroco, Lope de Vega, Valle-Inclán y por ahí. Él me devolvía las visitas en el Palace de Madrid, junto con su esposa, y un día se nos murió el viejo comunista y la revolución cubana se hizo menos literaria porque si Carpentier era la versión escrita de aquel Fidel Castro, Cortázar era la versión escrita del Che Guevara. De modo que el argentino tuvo leyenda política y leyenda humana, que son las dos cosas que necesita un escritor para persistir, pero le falló el tiempo cuando ya empezaba a hablarle a su mujer de escribir sus memorias y ella se burlaba: «¿Memorias? Os falla la imaginación a vos o qué». Esas adivinaciones de las mujeres son estremecedoras porque vienen de más allá de la vida y de la muerte y sólo las engendra el matrimonio. 

Lo mejor de Cortázar está en algunos relatos cortos y la consagración que se quiso hacer de su novela "Rayuela" era la obligada consagración del libro que religiosamente necesita un gran escritor. Pero Rayuela hace tiempo que no se vende. A Cortázar le debo algún artículo y algún dibujo. A Cortázar le debemos todos un largo olvido erigido a medias con la justicia literaria y la injusticia del tiempo. Todavía se ve pasar por las orillas del Sena un argentino/parisino que pudiera ser Cortázar, que se parece, que le recuerda como anterior a su estancia en París. Todavía quedan miles, millones de Cortázar paseando bajo los puentes, leyendo a los poetas y sin haber llegado a más que a mendigos de París.

El Mundo, Lunes 11 de Febrero de 2004

jueves, 15 de noviembre de 2018

Tirano Banderas




Valle-Inclán y la bohemia 

Aquella bohemia de principios de siglo que al parecer capitaneó don Ramón del Valle-Inclán, era en realidad una población fluctuante y nocherniega que entraba y salía de los cafés, las churrerías, las botillerías y todos los establecimientos que mantenían la noche abierta, como más adelante escribiría Paul Morand. Valle anduvo entre aquella gallofa madrileña de gentes que habían confundido la literatura con acostarse tarde. Pero el genio laborioso, creativo, trabaja siempre y cuando don Ramón improvisaba en el café, estaba haciendo dedos, como dicen los pianistas, además de que en la improvisación permanente siempre surge algún hallazgo nuevo que más tarde servirá para la obra. Valle frecuentó la noche de los mendigos y los malos poetas, pero casi podemos decir que se estaba informando para escribir «Luces de bohemia» y tantas piezas cortas. El hombre que ha hecho una obra tan vasta y trabajada, tan trabada y coherente, tan mejorada y personal, no puede decirse que haya perdido el tiempo en la Puerta del Sol alternando con las almas de los sablistas muertos, como habría dicho Ramón. Valle-Inclán hizo la bohemia imprescindible y se quedó mucho en casa torturando el estilo. Pero incluso cuando andaba de farra y jarifa, su mirada vivísima y tectónica estaba trabajando ya con los materiales confusos y deslumbrantes de la vida y el arte. 


EL MUNDO: LAS 100 JOYAS DEL MILENIO. NUMERO 32 
"Tirano Banderas" de  Ramón María del Valle-Inclán 
por FRANCISCO UMBRAL 



domingo, 24 de junio de 2018

Tuits umbralianos



Tuit: "La realidad sublimada"

domingo, 10 de junio de 2018

Literatura & Periodismo




La escritura (Literatura & Periodismo) fluían en la máquina de escribir de Francisco Umbral como un río de metáforas, adjetivos y palabras que desbordaban cada mañana las últimas páginas de la prensa de Madrid.

viernes, 8 de junio de 2018

Francisco Umbral




"En los diarios de Francisco Umbral encontramos el inasible lirismo ácido de un prosista extraordinario ya en los años de la muerte de Franco" de JORDI GRACIA

Libro: Iba yo a comprar el pan




"Hoy tocaba salir a comprar el pan y a dar una vuelta por el barrio, las calles y descampados de las casitas que fueron huertas y  chabolas. Umbral fue durante mucho tiempo a comprar el pan, ¿se acuerdan? Yo no recuerdo si era por Fleming o en Argüelles, o en los dos. No me levanto a comprobarlo. A cierta edad es mejor recordar a bulto, la atmósfera más que el dato inmobiliario. Umbral se encontraba con las putas del barrio y los barruntos que le contaban de cómo iba la vida y la cosa que decía él. No somos Umbral, apenas alguien que está de paso, aunque bajemos a comprar el pan".

Miguel Sánchez-Ostiz en su diario "Vivir de buena gana" (Sábado, 9 de junio de 2018)

domingo, 3 de junio de 2018

Francisco Umbral: Periodismo y literatura



Lo nombraron Doctor Honoris Causa en una universidad de Madrid y nos dio con su discurso de cinco folios, una aula magna sobre periodismo y literatura.


Periodismo y literatura
FRANCISCO UMBRAL 

Don Francisco de Quevedo rasga el papel con su pluma de buitre, en el sotabanco de los mesones, y llena su siglo XVII de obras jocosas y escritos satíricos, críticos, costumbristas, muy plásticos de escritura y vivos de traza, que son siempre folios cortos, de la dimensión de una columna de periódico actual, pues Quevedo estaba inventando el periodismo dos siglos antes. Era un periodismo de mano en mano, de copia y difusión verbal o manuscrita, que volaba por Madrid y se leía en las escalinatas de San Felipe. El periodismo, pues, nace como género literario -siempre lo ha sido- y mantiene a los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y al Gobierno inquieto.

En el siglo siguiente, el XVIII, Voltaire incurre en ese género corto y satírico, literario y faltón, que resultó ser la más lograda, vocacional y eficaz de sus dedicaciones, abundando en el vicio quevedesco con un oreo de salón que le distancia de los mesones del madrileño. Lamartine, en el XIX, poseedor ya de la noción de periódico, escribe: "Voltaire dio al francés el instrumento de la polémica, creó la lengua improvisada, rápida, concisa, del periodismo".

He aquí, pues, lo que estaban haciendo nuestros dos clásicos, el español y el francés: periodismo sin saberlo. También Quevedo es improvisado, rápido, conciso, y muy pariente de intenciones con Voltaire, aunque predecesor.

El periodismo, según esto, no nace sólo como hoja agraria (yo mismo empecé dando las cotizaciones del mercado de granos a El Norte de Castilla de Miguel Delibes, al que reconozco como mi primer maestro periodístico), pero como pájaro ciudadano, gorrioncillo de Corte, artista de dimes y diretes. Tiene el periodismo moderno, pues, dos orígenes, el informativo y el crítico, el rural y el cosmopolita, y padres o padrinos tan levantados que no podemos seguir dudando de la dignidad literaria del género.

Pero estas dignidades y otredades que hoy me erigen y edifican, asimismo vienen de la Filología, de la cual diré dos palabras, que son de Ortega y dirigidas al gran filólogo alemán, Curtius. Ortega decide muy joven consagrarse filólogo, para desde ahí abarcar el mundo, el hombre y el pensamiento, a partir de la palabra/cosa, como Heidegger. Sostiene Ortega que la Filología no puede quedarse en ciencia del objeto/palabra, sino desplegar la palabra en toda su magnitud antropológica de significación, de lo cual vendrá una explayación del mundo y del hombre, que ha hecho el lenguaje, aunque quizá sea al contrario. He aquí, pues, los manaderos de mi pensamiento y de mi periodismo, que ahora se dignifica. Mi primer libro, 1965, fue una biografía de Larra, que primero pensé subtitular "El chaleco de tisú de oro", como luego he subtitulado a Valle-Inclán "Los botines blancos de piqué". Quiero decir que el periodismo literario, donde la nota plástica sustituye a la foto, o se anticipa a ella, ha sido siempre el mío, y en estos títulos está su origen.

Larra inaugura en España el artículo de costumbres y de malas costumbres, que escribe por las mañanas en su solitud de la calle de Santa Clara, Madrid de los Austrias, luego de los Borbones, y a seguido de la escritura se viste de dandy, como afrancesado que era, y pasea hasta la cosmopolita calle de la Montera, llegándose a Sol, corazón de las Españas, donde ladran todos los perros de la literatura y de la política, todos los perros de los vendedores de perros, y, como luego diría Ramón, en su clariver, "todavía flotan las almas de los sablistas muertos".

Mesonero y Larra son costumbristas, sólo que Larra es un costumbrista de las malas costumbres, un crítico, y tan verídico es Larra que la última vez que fui a verle, febrero, frío, Sacramental de San Justo, con Espronceda y otros, al lado de allá del río, me acudió un ejecutivo de la muerte, con brisas de peluquería, a venderme mi propio nicho, y me dejó la tarjeta por si acaso, "nunca se sabe", dijo.

Los del 98, después de Jovellanos, que hacía planes quinquenales en verso y artículo, se producen mucho en el periódico, primero por necesidad económica y luego por llegar a la gente que no lee libros. Lo mismo que hoy, o sea. Menos mal que el periódico ya era un género literario. El que más escribe en los periódicos es Azorín y el que menos Baroja. Valle-Inclán sostiene que "el periodismo avillana el estilo", pero no deja de colaborar.

Unamuno también colabora mucho en los periódicos de Madrid, lo primero para clavar su pluma de morabito en el corazón de España y luego para pagar la pensión de un hijo que tenía estudiando medicina en Madrid. A fin de mes el chico cobraba las colaboraciones de papá e iba tirando. Alguna vez se ha conmovido España por un artículo de Unamuno que sólo estaba escrito pensando en el pupilaje del niño.

Pero el que mejor encaja en el artículo de periódico es Azorín, por los límites y el carácter de su prosa. A mí me lo dijo en una entrevista, detrás de las Cortes, en su casa como de médico famoso de la literatura:

- Yo soy hombre de un solo folio.

Se levanta al alba y escribe a mano o en su vieja máquina, contra los amaneceres ruidosos y clarísimos de Madrid, su folio con destino a un periódico u otro, que Azorín fue muy chaquetero y estuvo a bien con todos. El periódico es una necesidad económica para los escritores de entonces, por supuesto, pero también es una necesidad profesional, vocacional, que ya hemos visto cómo Quevedo y Voltaire, articulistas sin el molde del periódico diario, dejan sus artículos al ventestato de la calle.

De modo que para hacer literatura en el periódico no basta con necesitar dinero, sino que hay que pulsar este género literario como el solo de violín del periodismo, como un soneto con sus reglas y medidas. Hay grandes escritores que nunca han sabido escribir un artículo y hay articulistas que nunca han dado la medida de otro género, como el narrador en corto, que tiene más que ver con el poeta que con el novelista.

Después del 98, ahí está Ortega confesando que escribe artículos para vivir, y esos artículos se convierten en libros, como "La rebelión de las masas" y tantos. Ortega -que nació en una linotipia-, maldice de ese género "alimentario", pero luego hace con los artículos alimentarios un libro tan coherente como el citado y otros. Ortega tiene la clave del artículo, porque sabe jugar en un recuadro con una metáfora, una idea, una noticia, una imagen, una actualidad alarmante y una anécdota.

Los escritores puros piensan quizá que eso no vale, pero luego resulta que el público lee, asimila y se educa con estos artículos de Ortega, porque el que es filósofo segrega filosofía siempre, y el que es poeta segrega lirismo siempre, y el que es sabio segrega sabiduría. Los periódicos de principios de siglo, aquí como en Francia, están llenos de literatura periodística, que no es otra cosa que literatura. Ortega escribe en la mesa del comedor de su casa hasta que su esposa le dice que retire esos papelajos, que va a poner la mesa para comer. No puede haber mayor ni más hermosa confusión entre la literatura y la vida. La menesterosidad literaria de España da lugar a un género nuevo que ya estaba, como hemos visto, en Quevedo y Voltaire. Quizá lo que hoy llamamos columna sea el más moderno de los géneros literarios.

En este siglo XX que ahora se apaga sólo se han inventado dos géneros literarios: la greguería y la glosa. Y ambos géneros nacen en el periódico. Voz nemorosa, ceja o selva negra, ya dijo don Manuel Azaña que a Eugenio d'Ors le preocupaba mucho la manera de mirar. Pero no sólo, añadimos, la manera de mirar a las mujeres o a los ángeles, sino la manera de mirar el mundo y sus literaturas. La glosa de Eugenio d'Ors es el resto de un naufragio. Ni filósofo reconocido, ni poeta ni narrador, d'Ors es todas esas cosas en catalán, francés y español, dentro de un recuadro de periódico. Porque la urgencia y cotidianidad del periódico le permiten lo que no le permitían las otras artes: la ironía. D'Ors, en su hercúleo diario íntimo de los periódicos, que es menos pedante que el de André Gide y menos beato que el de François Mauriac, hace la nota urgente, periodística, de la actualidad, siempre en clave de pensador y siempre en clave de ironista. Para los catalanes fanáticos y graves era demasiado. Sólo en un periódico fascista de vuelta, el Arriba de Madrid, que no se hacía en una redacción, sino en un café, el Comercial de la Glorieta de Bilbao, cabía y funcionaba la ironía volteriana y católica de Eugenio d'Ors. Sólo un periódico con loro, como las casas de lenocinio, podía entender el escepticismo ilustrado de d'Ors, y de colegas como Ismael Herráiz, director con la pistola sobre la mesa.

Eugenio d'Ors aporta al periodismo un tonelaje de filosofía y de humor, una cultura pasada por la calle, pasada y paseada, haciendo familiares los grandes nombres a los lectores de periódico. Todo el periodismo literario que se ha hecho después de d'Ors, o se asemeja a la glosa o cae en el editorial.

Ramón Gómez de la Serna, antes del gran periodismo gráfico, pone en los periódicos la plástica de sus greguerías, que son como fotos surrealistas de lo que pasa. Hemos cantado a Ortega como creador del artículo/ensayo, lo cual que Ortega es un ensayista de periódico -cuando quiere-, y d'Ors es un periodista del ensayismo y la crónica. Lo grave de un genio es que resulta abrasivo para toda su generación, y al costado de Ortega sólo herborizan el mediocre Maeztu, por la derecha, y el pedantesco Pérez de Ayala, por la izquierda. Ortega arrasa una generación de ensayistas y escritores de periódico. Sólo d'Ors le hace competencia, pero d'Ors es un exiliado de Barcelona y Ortega le relega al Blanco y Negro.

Después de la guerra surge una gran generación de ensayistas de periódico, los intelectuales que han ganado. Mourlane-Michelena, González-Ruano, Sánchez Mazas, Eugenio Montes, Foxá, García-Viñolas, Víctor de la Serna, etc. Ninguno de ellos hace gran obra en libro, pero le dan a la prensa española un nivel literario que nunca había tenido. ¿Esto por qué es? Porque aquellos intelectuales que se mantuvieron al lado de Franco, no soportan el peso ominoso de la Victoria franquista, y unos derivan hacia el trirreme latino, otros hacia el escaso catolicismo europeo, y Foxá, el más explícito de todos ellos, dice:

- Soy conde, soy rico, soy gordo, soy embajador, soy feliz. Y todavía me preguntan por qué soy de derechas. ¿Pues qué coños quieren que sea?

Para Foxá, el éxtasis de su carrera diplomática era llegar a embajador de una dictadura en una democracia. Disfrutaba de ambas ventajas. Pero el que encuentra la fórmula fija y feliz para no hacer caudillismo ni evadirse en la abstracción y el plomo de las grandes páginas, es César González-Ruano, escritor de café que se refugia en la glosa sencilla y sentida de la calle, la actualidad, la vida igual siempre a sí misma, poniendo una breve pavana de emoción directa y humanidad artesana en el formidable y espantoso periodismo de posguerra, que prolongó mucho tiempo las supersticiones fascistas y estalinianas, cuando la gente estaba ya tocando el cielo y el porvenir con las manos. A César se le leía por magistral y porque no hablaba de política.

En los 40/50 irrumpe Camilo José Cela con un género nuevo y caudal, como siempre en él. Lo llama "apuntes carpetovetónicos". Ortega y Gasset, por estos apuntes, le define como "cazador de iberismos".

Con la transición y la democracia podemos herborizar un naciente y plural columnismo que cultivan unos cuantos escritores jóvenes, pero ya conocidos en el ensayo, la novela, las memorias prematuras y el propio periodismo. La escritura en libertad permite que estos nuevos o no tan nuevos columnistas den a la prensa todo lo que llevaban represado, ganándose en seguida la atención del público. Los rasgos comunes de ésta que podríamos llamar generación los resumiré así:

Todos son más o menos de izquierdas, pero sólo alguno de ellos militante. Todos escriben muy bien, y ya dijo Marcel Proust que una metáfora o un buen estilo es algo así como el embalsamamiento que perenniza una idea. Todos proceden de las revistas de humor, y este humor aciertan a hacerlo soluble en los contenidos altamente políticos o ideológicos de sus columnas.

El columnismo se hace imprescindible al nuevo periodismo posfranquista, y todo periódico de provincias tiene su columnista -a veces varios- Viene a romperse así la imagen hierática del periodismo de la dictadura, que jugaba a confundir mutismo con veracidad. Las cosas, en la dictadura, se decían muy en serio, y sólo por eso eran verdad o adquirían carácter del tal. Este mutismo requería una homogeneidad entre las informaciones, los editoriales, los comentarios y los sucesos, incluso. La vida se comportaba como decía el periódico. Los nuevos columnistas, con su estilo abierto, de tú a tú, su humor y su crítica viva de lo inmediato, vienen a demostrar que el público está esperando diálogo, y que con ellos se puede dialogar y sentir, incluso jugar.
Entre la mole informativa del periódico, hay un columnista agaritado que piensa mucho más libre que los editorialistas y que es más comunicativo. Todo el periódico se ha vuelto crítico, pero el columnista es el crítico de esta crítica, va siempre un paso más allá. Y se entabla así un diálogo cotidiano entre el lector y su periódico preferido, diálogo que dura hasta nuestros días. 

Columnismo o nuevo periodismo, se desmiente para siempre el mito de la uniformidad como categoría periodística, y el público tiene sus favoritos de la columna, a favor o en contra, pues se da el caso del columnista que es leído a la contra, para insultarle y reprocharle cosas, lo cual supone una querella continua y una asiduidad "negativa", digamos, del comprador. El mejor amigo del español es siempre aquel con el que más discute, pues los españoles sólo nos divertimos discutiendo. Todo esto es pluralismo, democracia, amenidad y libertad.

El periodismo literario no tiene nada que ver, pues, con los suplementos literarios y otros dominicales, cuya oferta se hace hoy por arrobas, sino que está incardinado en la maquinaria más íntima del periódico, en su cilindrada ideológica e intelectual. Una buena columna vende más que el rancio destape o la muerte de un torero. Porque los columnistas, como los rockeros, de los que algo tienen, son unos viejos muchachos que nunca mueren.


Discurso de Francisco Umbral en la Universidad Complutense de Madrid durante el acto de recepción del doctorado honoris causa. España, 1999.