domingo, 28 de enero de 2018

Umbralianas: La muerte y El sexo



Libro: Mis paraísos artificiales (1976)



sábado, 27 de enero de 2018

Obituarios



:: O B I T U A R I O S ::

Destaco aquí algunos artículos dedicados a Francisco Umbral, "la instantánea funeral y tenuemente gloriosa" del escritor que ya no está.

Haz un CLICK en los títulos para poder leerlos:


01. "Un coño en la solapa" de Raúl del Pozo
02. "Canto a un amigo" de Miguel García-Posada
03. "Fue columna" de Arcadi Espada
04. "Imágenes de un solitario" de Juan Cruz
05. "Un apache de lejanías" de Angel-Antonio Herrera

Los sótanos del tiempo




En esta secuencia de "Un ser de lejanías" Umbral se confiesa propenso a hundirse en los sótanos del tiempo, en lo sombrío de las cosas. Al menos algunos días, como hoy.



SOMOS seres de lejanías, los hombres, no porque nos vayamos yendo lejos con la edad, sino que son las cosas las que se van, es el mundo lo que ya no nos queda al alcance de la mano. Todo está ahí, pero un poco más lejos.

Por las mañanas, al despertar, si tuviera una pistola en la mesilla, me pegaría un tiro casi con alegría. La inmóvil desesperación de la noche no tiene otra salida que la muerte, el suicidio, y de esa claridad espantosa del sueño, de esa nitidez de la duermevela, le queda a uno la marca para todo el día. El presente, con su canto variado, del teléfono al trabajo, de la voz a la luz, ayuda un poco a confundir las cosas y acabamos haciendo como los demás (que quizá también han tenido una noche de mortal clariver).

El transcurso de un día no es sino un viaje de vuelta a lo nuestro, tras el fúnebre alejamiento del sueño despierto. La flor, la prosa, la mujer, el halago, los perfumes, los dones claros y fríos del invierno, el beneficio de la luz, todo eso es lo que hallamos en el camino de vuelta a la realidad, a esa convención que llamamos realidad, a esa conjunción de mimbres de oro que fingen el presente, cesto por donde se va el agua del tiempo y ya estamos otra vez en la noche. La conquista de la realidad (que efectivamente lo es, por otra parte: no menos real el día que la noche, la risa que el miedo) se cumple en el plazo de un día. Somos seres diurnos, formamos parte de las invenciones de la luz. Cuando la luz se ha ido, todo es cementerio de vivos con el rejón de la muerte en el costado que fue de oro.

Ser de lejanías. ¿Qué sé yo, en realidad, del mundo cercanísimo y oriental de la gata? A veces la sorprendo como una desconocida hostil, a veces me mira como habiendo olvidado ella quién soy yo. Sin duda los gatos también tienen alucinaciones. Ser de lejanías, animal de fondo. El animal de fondo juanramoniano es animal de fondo de aire. Yo soy animal de fondo porque vine de un claustro y volveré a otro, siquiera sea por la puerta deseable del fuego.

Animal de fondo, siempre en lo sombrío de las cosas, propenso a hundirme en los sótanos del tiempo, en lo subterráneo de las cumbres, que no son sino subterráneos/inversos. Las cumbres son los subterráneos del cielo, donde el sol pierde la mirada. Yo en seguida me voy al fondo de una amistad, de un amor, de una conversación, de una situación o un clima, a ese doble fondo nunca dicho y tan evidente bajo lo que se habla o lo que se ama. Somos lo que subyace. Lo exterior, lo visible y audible no es sino el esfuerzo conjunto por mantenernos al nivel de la luz. Lo que subyace nos está enviando siempre vaharadas de frío, de silencio, de revelación sombría, y yo tiendo a dejarme sumergir en lo que subyace, al menos algunos días, como hoy. Experimento ya la vida como un afán colectivo por estar al nivel del día, mientras el día dure. Cuando lo subyacente emerge, a eso lo llamamos tener sueño.

Yo casi siempre tengo sueño de lo subyacente, de estar en lo oscuro con los ojos muy abiertos, mirando cómo los demás se bañan en el calor de la hora, en el frío vivísimo del invierno claro. La edad de las mujeres no es sino una insolencia de la luz, y eso lo veo bien desde mi subyacer.

Del mismo modo, la alegría de los hombres, o su tristeza, no es sino una insolencia solar que nos permite ver el hígado enfermo del amigo, los años dormidos de la amiga, el bosque de sombra que hay tras el bosque diurno en que ahora vivo y escribo.

Animal de fondo, deslumbrado y deslumbrante Juan Ramón, no sólo en el sentido que tú lo dijiste, sino en este otro que explico. Animal de fondo de tiempo en el mediodía de todas las criaturas. Alma que acecha, triste y perspicaz, la fiesta del día desde las bodegas de la luz.

viernes, 26 de enero de 2018

Cuentos




:: C U E N T O S ::

He aquí algunos cuentos de Francisco Umbral, pequeñas piezas de orfebrería literaria donde el tiempo parece estar detenido.

Haz un CLICK en los títulos para descubrirlos:


01. La mecedora
El vaivén de una mecedora como una letanía donde se duerme el niño en brazos de su padre

02. Como el lento crecer de la cutícula
Los niños de la guerra, Sofía Loren y el tiempo

03. Tamouré
Era verano y la década del 6o no había hecho más que empezar.

04. Teoría de Lola
En la mañana neutra el cuerpo desnuda de Lola

05. Tatuaje
Un viaje en tren al encuentro con su madre convaleciente en una ciudad de cristal y luz

06. Domingo de invierno
La ciudad está quieta, silenciosa y vacía porque es domingo

07. Mortal y rosa (*) 
Jonás es un adolescente inseguro, nudo de lujuría y turbación




viernes, 12 de enero de 2018

Cuchilladas nocturnas




En ese diario de postrimerías que es "Un ser de lejanías" Umbral sólo quería escribir la escritura, escribir el escribir como el pintor abstracto pinta el pintar. Lejos se ha quedado la batalla de la cultura.


ELEGÍ la literatura como reino fuera de este mundo, como reducto de sosiego y silencio, al margen de la guerra y el crimen, pero no era verdad.

No era verdad. La literatura está llena de cuchilladas nocturnas, secretos mediocres, delincuentes con buena letra y meretrices que han arruinado con su lepra sexual a los grandes poetas. La historia de la literatura es un vasto cementerio que todavía huele a la sangre derramada de los clásicos y al cadáver reciente del crimen erudito de anteayer.

Sócrates y Séneca tuvieron que suicidarse por orden superior. Nuestros clásicos del XVI y el XVII se acuchillaban entre ellos y se clavaron insultos que ahí están, en las antologías, como testimonio de que uno escribe mejor cuando está dispuesto a matar. La mejor prosa sería una prosa criminal. Y el verso. A Oscar Wilde le tuvieron trenzando y destrenzando esparto, en Reading, destrozando sus manos de poeta y sutilísimo ensayista. Baudelaire es condenado por un libro inmortal e ignorado o traicionado por el gran crítico de la época, Saint-Beauve. Baroja calumnia a Valle Inclán, Sawa llama «negro» a Rubén, la Pardo Bazán dicen que mantiene relaciones esquineras con los grandes hombres de su época.

En estos días, Vargas Llosa ha criticado a los críticos y los críticos han dicho al fin lo que pensaban: que el peruano es mejor ensayista que novelista. El lúcido Borges escribió cosas deliberadamente torpes contra García Lorca y tantos españoles. Eliot saquea a Joyce y a Pound, los surrealistas definen a Anatole France y a Barrès como «cadáveres exquisitos», Althusser asesina a su mujer, la asfixia, a Nerval lo cuelgan de una verja, Virginia Woolf se suicida, Byron se acuesta con su hermana...

Tres puntos suspensivos como tres gotas de sangre. Cuando yo empecé a hacer literatura en los periódicos, me dijeron que era muy bueno, pero que era siempre igual. Unos críticos han consagrado mis libros y otros han deseado por escrito mi no existencia corporal, mi inexistencia no sólo literaria, sino física. Todos han elogiado mi estilo por ocultar mi pensamiento. Cuando algún filósofo ha reparado en mi pensamiento —Marina—, nadie se ha hecho eco. Una amante muy literaria me dijo: «Tus libros me parecen todos el mismo y con el mismo título.» Un director de periódico, a mis cuarenta y tantos años, me dijo que yo estaba «muertecito». Pero en los veinte años siguientes el muertecito ha escrito sus mejores cosas y ganado sus más ásperas contiendas. Tengo en la memoria cicatrices de todos los que van armados por la literatura. El discípulo amado pronto trueca su discipulazgo en rencor. Tengo tajos en el alma de todos los jefes de grupo. La tribu literaria es la más salvaje e irritable de todas las tribus urbanas. A mi vez, conozco a mis damnificados y no me arrepiento.

He sufrido condenas de silencio largo y conjuras de frivolización, incomprensión o estupidez. La única realidad, la gran paz dentro de esta tribu es la paz laboral de sentarse al sol, a la puerta de casa, a escribir sobre la belleza del mundo, de una mujer o de una palabra. Sin rencor, o purgado de todos los rencores por las enseñanzas de la edad, uno escribe su escritura, escribe la escritura, como la vieja que en cuclillas hace el guiso pobre para los perros, sin saber siquiera si pasarán los perros a comerlo. Basta con el placer de guisar.

En el silencio vertiginoso de esta mañana de agosto, cuando la luz es todavía verde, cada perro literario se lame su cipote y yo me doy saliva en las heridas, en las viejas cicatrices, consciente de que la batalla de la cultura sigue por ahí fuera, con ruido y furia, cada vez más lejos de mí, que escribo el escribir como el pintor abstracto pinta el pintar, luz gloriosa que amo, inicial o final, de una prosa o un lienzo que ya no dicen nada sino que son. Que mi palabra sea y yo me coma el guiso de los perros.

Francisco Umbral de "Un ser de lejanías" (2001)

La distancia definitiva



Libro: Lola Flores (1971)



viernes, 5 de enero de 2018

Umbraliana: La literatura



Columna: Ignacio Aldecoa




El Mundo, lunes 25 de Abril de 2006

El fulgor y la sangre

FRANCISCO UMBRAL 

Ignacio Aldecoa escribió “El fulgor y la sangre” allá por los 50, cuando los jóvenes novelistas, experimentalistas del SEU, los maoístas de la prosa, los anglosajones en general hacían novela traducida para despegarse un poco del fatigoso ladrillo costumbrista que se leía como la última aportación de Galdós a la novela realista. Pero Aldecoa y otros pocos no entendían el realismo español sino como una respuesta literaria a la literatura política del franquismo. 
“El fulgor y la sangre” apunta como una gran novela de tiempos y espacios que presiden la vida española y ese cuerpo militar que ahora van a desmilitarizar los nuevos socialistas. Lo de Aldecoa era un primer documento sobre la Fundación de Ahumada. En esa novela restallan ya los primeros rabotazos de independencia y libertad militar que hoy se están levantando en España con el Gobierno y contra el Gobierno. No se comprende que la censura leyese y permitiese este libro si no es en razón misma de la calidad literaria. He aquí un caso de grandeza como el Quijote. La construcción solemne del libro, el escenario fulgurante y miserable en que transcurre, la calidad del narrador, una calidad llena de cualidades, todo esto hace posible la existencia de “El fulgor y la sangre”. Irónicamente, esta novela no existiría si la hubiese escondido la censura de entonces. 
Aldecoa, que creía fijamente en la literatura, no está aquí para experimentar el milagro de su libro. Milagro que tampoco es tanto, pues que la otra censura, la del público, se ha desentendido siempre de la novela gremial, bien trate de guardias civiles o dependientes de coloniales. Pese a su perfección sumarísima, el gran libro de Aldecoa se ha quedado viejo para los jóvenes, que todavía consumen el realismo internacional de Sansum, pero menosprecian nuestro realismo, que viene del Lazarillo a Ignacio Aldecoa. Pero la realidad se ha hecho verdad, que es lo que pasa con el tiempo, y ahora mismo hemos tenido en España una huelga de guardias civiles que se levantan contra Zapatero sin haber leído un libro de tantas verdades que nos vendieron como tales mentiras, según está probando el tiempo. El señor Zapatero prometió descorporeizar ese Cuerpo, y otros muchos beneficios militares y no militares, se supone que a cambio de votos y sumisión. El tiempo de las realidades se ha cumplido y el que no cumple es el presidente. Una huelga de la Guardia Civil es como una caricatura de España, un tricornio vuelto del revés, una pareja comiéndose los frutos que debiera proteger. Hemos llegado así al supremo revés de esta España enrevesada. Antes se le levantaría a Zapatero el Valle de los Caídos que la Guardia Civil, tan representativa de la oligarquía cuando iba a caballo detrás de los segadores. Ahora van siempre a pie y digamos que se ha reverdecido el verdor de su uniforme en este juego absurdo de darle la vuelta a España con todas las consecuencias. No creo que ni así se vuelva a poner de moda la novela. Pero el editor Lara o cualquier otro lince metido en barba ya sabe dónde tiene el mejor libro del año y la representación fulgurante y sangrienta de la España eterna que no dura nada.

El Mundo, lunes 29 de Agosto de 2006

Ibiza

FRANCISCO UMBRAL 

Aludida, salvaje, viajera isla. José Pla, cuando viajaba por el Mediterráneo, se quedaba en cubierta, al llegar a Ibiza, disertando a los turistas ese Peñón Perejil desnudo y bravo. Preferían escuchar las explicaciones de Pla mejor que ir a una librería a leerlas. Catedrático de gabardina, José Pla dirime las últimas matrices del Mediterráneo entrando a saco como entraron los griegos. 
Los metros, los kilómetros de este último islote de mi vida los he medido en papel higiénico color de rosa hasta tener un lazo de agua como florón de mis años. Por aquí me paseó en su barcaza Ignacio Aldecoa, un prosista que escribía como un griego, pero con menos faltas de ortografía. Mientras ella servía a domicilio -desayuno en las habitaciones a los clientes más literarios- yo desayunaba en el claustro adolescente de mis amigos más jóvenes, los que cuadraban el círculo como rehenes de la música, siempre amarrados auricularmente a la canción del verano. Tenía otros amigos en el barrio de la droga, sepultados vivos en barcas convalecientes al atardecer, que habían ganado un premio literario en Ibiza y un día embarcarían hasta Barcelona para escribir su nombre en las Ramblas con letras de champán. Eran los que no habían encontrado rosas para su madre y querían obtener de mí un padre literario que les enseñara a escribir con valium. 
Ibiza es ese sitio donde siempre se cena con un director de cine, una princesa y una musa del tanga que por entonces aún no había nacido. 
A la vuelta de uno de esos viajes se nos murió Ignacio Aldecoa, el amigo de los Dominguín, el narrador del Gijón y el limosnero desengañado de los chicos de Mao. Por entonces, el maoísmo era una religión que tenía su culto en el Café Gijón de Madrid. Recuerdo una holandesa con ojos color de Amsterdam que se sentaba solitaria, distante, en la playa, para reencarnarse en el sol de España. Se vino a Madrid detrás de alguien, quizá detrás de mí, abandonando aquella Venecia de canales campesinos, bares electrónicos, museos abstractos y tiendas porno donde compraba sus miniaturas especiosas Luis García Berlanga. El último grito de Ibiza tenía que ser un grito de sangre, allí donde nunca pasa nada y los pintores de Barcelona tienen que inventarse la realidad de sus cafés y sus mujeres. Modest Cuixart me devolvía a Madrid en un enorme lazo hecho con papel higiénico y un retrato mío que recordaba muy vagamente al escritor madrileño. Me llamaban el reporter Tribulete porque ellos eran escritores puros y difíciles que buscaban la espuma homérica de la isla y el párrafo impecable. Nunca logré su prestigio ni siquiera su amistad, salvo el humanismo realista de Aldecoa. Me sacaron los periodistas catalanes envuelto en mi lazo fúnebre en rosa, pero en Madrid no se leen los periódicos barceloneses, por más que digan. Maragall es el presidente maniatado de una República mediterránea que vive de los desnudos españoles y los libros de Pla. Arcadi Espada es el último niño terrible de la isla. Maragall, el abuelo, qué cosas, iba a ser el primero. Ibiza hablaba alemán y tenía una vaca ciega. La Historia acaba siempre en poesía.