El escritor y algunas de sus herramientas básicas: sus manos, la máquina de escribir, las gafas de miope y un enorme talento para la prosa poética de los periódicos y para escribir libros líricos, golfos, noctívagos, memorias inventadas y diarios desordenados por el tiempo.
La máquina de escribir
FRANCISCO UMBRAL, 2000
Pequeña metralleta entre mis manos,
máquina de matar con adjetivos,
máquina de escribir, arma del tiempo.
En todas las mañanas de mi vida,
el tableteo audaz de mi olivetti,
ese ferrocarril de ortografía
en que viajo muy lejos de mí mismo
o retorno a los campos de la prosa
para reñir batallas en mi lengua
con todos los que mienten, los que gritan,
con los que escriben en feroz tanqueta
para no decir nada y meter miedo.
Vieja olivetti verde, azul o negra,
escalinata alegre de las letras,
sobre esta escalinata, una mañana,
me encontrarán tendido, no vencido.
Libros, papeles, cosas y poemas
han salido y saldrán de este cacharro.
Pavonado revólver de mi prosa,
sus muecas son ministros fusilados,
canto de codorniz, canto de urraca,
como las que ahora pueblan el jardín.
Alegría y salud, mi vieja máquina
me regala un estilo, una escritura
y las gentes se paran para verlo.
Las manos
FRANCISCO UMBRAL, 1997
Las manos, estas manos de la foto, son mis manos mecanográficas que aprendieron hace casi medio siglo a escribir el padrenuestro en una underwood casi ferroviaria, por decreto de mi abuela, y desde entonces no han parado de producir padrenuestros laicos, ese padrenuestro que es el artículo, la crónica, la columna, la página "con calidad de página", pidiendo a los cielos el pan nuestro de cada día, para mí y para el lector, santificado sea el nombre de los editores de libros y periódicos que nunca me han negado ese pan, la calderilla del escritor, la limosna que se le da en España al que pide por el bien de todos y escribe para el deleite de algunos.
Las manos, mis manos, estas manos, han penetrado muy femeninas pieles amorosas, ardorosas, muy femeninas cabelleras como relente de estrellas, dulce escoria de sol o de luna. "Manos de pianista", dicen las enamoradas (enamoradas del tópico más que de uno). Manos de obrero, digo yo, laborales manos que picotean el abecedario todos los días de una vida, porque el tiempo es un texto que hay que pasar al arameo, al cirílico o al castellano para que no se nos vuele. No tengo más que estas manos, no tengo más que dos manos, choca esa mano, lector.
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