
CAMILO JOSÉ CELA
Qué grieta de hombre, tremedal caído,
cómo colmó su siglo a manos llenas,
él sí hizo de la prosa otra cosa.
Qué sola la mañana sin memoria,
las cosas vagan como peces altos
porque ya su palabra no las fija.
Perdimos el color de la mañana.
Hoy el 98 al fin se muere,
nadie sabe decir que hay sol de enero.
La bonhomía del árbol derribado
extiende sus liturgias por el tiempo.
Ya no está ni en sus libros, lento muerto,
sólo está en esa espada a la que abraza,
ese idioma brutal y castellano
al que dio sutileza, finas flores
y le puso domésticos pianos
para meter un tigre en cada libro.
Profesor de energía, como el otro,
nos enseñó a vivir en hombres libres,
su violencia pacífica edificaba el tiempo
y su silencio de hombre primitivo
iba dejando ideas y dibujos,
un reguero de dioses por el mundo.
Cómo crece el silencio a cada paso
cuando su muerte es ya definitiva,
las palabras sin nido de árbol viejo
habitan la distancia entre los vivos.
Y yo inicio ahora mismo, esta mañana,
mi aprendizaje de caligrafía,
pues todo se ha borrado, como un ángel,
hay un hueco en enero, un día sin falta.
Los párvulos de España le recitan.
FRANCISCO UMBRAL, 2002
FRANCISCO UMBRAL, 2002
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