domingo, 27 de agosto de 2017

10 años sin Umbral





Hoy, diez años después le perdonamos todo (o casi todo) porque todo (o casi todo) lo que escribió vale la pena volver a leerlo para envenarse de nuevo con sus metáforas deslumbrantes, con la prosa poética de los periódicos, los libros golfos y líricos y la memoria obstinada del tiempo.

"...porque la vida es sólo una variante inútil del azul y la nada" 


Juan Cilleros


Entrevista a Umbral, 1979





El País, Martes, 12 de junio de 1979

Una tarde de feria con Umbral

BEL CARRASCO

Este fin de semana la Feria llegó a su máximo esplendor. Unas 100.000 personas la visitaron y, sólo el sábado, se vendieron diez millones de pesetas en libros. El público infantil disfrutó con las marionetas, Juegos literarios y la actuación de Los Trabalenguas, y los mayores tuvieron la ocasión de ver a sus escritores preferidos, que fueron a la Feria a firmar sus últimos libros. Bel Carrasco estuvo con uno de ellos, Paco Umbral, y cuenta lo que pasó.

Después de una semana de letargo la Feria revivió el sábado por la tarde y hasta resultaba difícil circular por allí entre el bullicio de la multitud bastante animada. Los niños se lo pasaban pipa en sus paraísos particulares de la primera planta y los expositores salían de las miserias comerciales que tanto han lamentado este año y gozaban como locos vendiendo un ejemplar tras otro. Además, estaba como aliciente la presencia de una pléyade de autores que iban a firmar sus libros: Torrente Ballester. Martín Gaite, Fernández Santos. Eduardo Mendoza... Los altavoces recitaban de cuando en cuando la larga lista de nombres: ilustres, famosos, desconocidos casi...

Por un fallo técnico, Paco Umbral no constaba en la relación, pero la gente supo en seguida que estaba allí. Sentado en la caseta de Espasa-Calpe, casi oculto detrás de montones de su obra póstuma Los amores diurnos (Kairós). El diario de un escritor burgués (Destino) y Ramón y las vanguardias (Austral)-, no dejó de firmar ni un minuto en las dos horas que duró la sesión con la calma imperturbable que da la larga experiencia, arropado en su chaqueta mientras los demás nos moríamos de calor.
Con esa caligrafía jeroglífica suya -caracteres árabes parecen- diseñaba más que escribía: Con mi recuerdo, cuando era para una señora; Con mi amistad, si se trataba de un varón...

Le leo con avaricia

«Yo creía que así sólo escribían los médicos», comentaba un lector, perplejo ante su dedicatoria. «A ver si me lo escribe claro que el año pasado no entendía nada» le recomendaba una lectora Fiel. «A mí me parece muy bonita mi letra» respondía Umbral a las indirectas. «Además, lo que importa es la calidad estética de la página». Venía gente de todo tipo y condición: jóvenes que le daban un nombre de mujer, a todas luces el de la novia a quien iban a regalar el libro; matrimonios de edad provecta. «Soy el autor de las familias», dice siempre Umbral; algún que otro progre y jovencitas primaverales como la Lutecia-Leticia de “Los amores diurnos”.

Pero las más cariñosas y expresivas eran sus admiradoras típicas de siempre; señoras de mediana edad en climatérica esplendidez, peinado de peluquería y respetable aire pequeño-burgués. Algunas coqueteaban en plan maternal con él, o se interesaban por su salud. «Le leo con avaricia», aseguraba una con fervor. Y otra, preocupada por su ausencia en las páginas de EL PAIS; « ¿Qué le ha pasado, ha estado enfermo? Le echábamos mucho de menos.»

Se acercó un chico con un periódico del día para que le firmara el artículo. "Es que no tengo dinero para comprar un libro», se excusó. Al rato, un joven barbudo le entregó unos cuadernos de poesía para que los leyera. Otro le pidió que firmara en su librería. La abundancia del sexo masculino empezaba a intrigar a Paco: «Estoy mosqueado. Normalmente mi público es femenino. ¿Será que me estoy poniendo…?", meditaba para sí.

Pero la verdad es que no parecía inquietarle mucho el fenómeno. Precisamente la víspera había tenido una buena prueba de que todavía despierta furores femeninos como un Bosé con faringitis. En la librería Antonio Machado sufrió la agresión sexual de una mitómana furibunda que intentó desabrocharle la camisa sin consideración alguna a la extremada sensibilidad de Paco a las corrientes de aire.

«La mujer se empeñaba en que era ella la protagonista de “Los amores diurnos”», contaba flemáticamente María España, la santa esposa de Umbral. «No, hija», tuve que desengañarla, «que yo la conozco y es más joven y, más guapa que tú ».

En paz con las feministas

Entre firma y firma hablamos algo de los dos nuevos libros, de la disciplina nazi que se autoimpone para mantener el ritmo de producción de los supositorios de optalidón, la única droga que practica. «Ahora los he dejado porque llevaba mucho tiempo con ellos y pueden llegar a ser peligrosos. Pero es algo fantástico, creo que es lo que tomaba Superman para volar. Además, es la droga literaria por excelencia. Con ellos hasta Amilibia podría escribir.»

“Diario de un escritor burgués” es, como el título indica, un diario que llevó Umbral el año 1977, íntimo hasta que decidió publicarlo y dejó de serlo. “Los amores diurnos”, un libro porno-poético según la contraportada, es una historia de amor en la que la crudeza henrimilleriana del lenguaje, plagado de pichas y vaginas, está toda impregnada de lirismo v ternura vallisoletana.
«Mi amiga Cristina Alberdi me dijo que el libro no era nada machista y, eso me tranquilizó mucho», comenta con cierta sorna.

Parece que las feministas han firmado la paz con él y hasta se habló de que fuera un día a firmar a la caseta de la Librería de Mujeres, «¿Cuál es tu libro más feminista?», le preguntaba candorosamente una chica de la Librería. « Es para tenerlo allí si vienes.»

Tal vez algún día, ¿por qué no?, Umbral escriba un libro feminista. Al fin y al cabo ya lo ha hecho Manuel Puig con su Pubis angelical. Pero, de momento, «lo que me gustaría es escribir algo sobre la poesía de González Ruano, que es muy poco conocida y está muy bien dentro del estilo de la época».

La sesión fue intensa y tranquila. «Otras veces me han pasado cosas chocantes». recuerda. «En El Corte Inglés un señor quería comprarme la mesa. Decía que le gustaba mucho y me preguntaba qué precio tenía. En otra ocasión se nos cayó el stand con todos los libros encima».

Hacia las nueve Paco Umbral levantó el campo y se fue a comer croquetas fósiles y, a ver a Rosa Montero, que, instalada en la Librería de Mujeres, con manchas de boli hasta las cejas, no daba abasto, para que le firmara una Crónica del desamor.

sábado, 26 de agosto de 2017

Entrevista a Umbral, 1982





Rosa Montero entrevisto en el año 1982 al personaje literario Francisco Umbral, con su aurelola de excéptico y su ternura dolorida que tenía como trabajo escribir la escritura, escribir la vida, escribirse a sí mismo. 



El País. Viernes, 8 de octubre de 1982

Francisco Umbral: "El éxito está vacío"

El novelista publica "Las giganteas"

ROSA MONTERO

Francisco Umbral publica esta semana una nueva novela, Las giganteas, que edita Plaza y Janés y que se presentará en Madrid el próximo miércoles. En este nuevo relato, el autor de “Mortal y rosa” y “Los helechos arborescentes”, entre más de cincuenta títulos de narrativa y de ensayo, prosigue en la investigación de un lenguaje cuyas claves explica en esta entrevista, en la que también habla de sus ideas del éxito ("el éxito está vacío") y de la memoria como materia prima principal de sus relatos.

Siempre me ha dado la sensación de que a Umbral le pesa la cabeza, porque se sienta, desmadejado, con un insistente escoramiento occipital, ora a la derecha, ora a la izquierda, como si no tuviera ganas o fuelle para permanecer erguido. Bajo esa cabeza omnipresente, de frente intelectual, carnosa y blanca, una llega a creer que su cuerpo no es más que el artilugio motriz con el que pasea las ideas, y que Umbral es esmirriado y algo tísico, como buen artista maldito que se precie. Nada más falso. Umbral es alto y grande, y, de tender hacia algo, su físico tiende más hacia la abundancia que hacia la desnutrición. El mismo Umbral, sin embargo, se ha pintado tuberculoso y débil en algunos de sus personajes literarios, en los que, como buen escritor, refleja siempre algo de lo que él es o de lo que no es. Quizá prefirió verse así desde muy niño, y luego, cuando fue creciendo y amacizándose de cuerpo, optó por ignorarlo, por seguir sintiéndose artista espiritado; de ahí puede venir su miedo al frío y a las corrientes de aire traicioneras; de ahí toda su parafernalia hipocondríaca, cuidadosamente mimada y recreada. Porque Umbral, para quien su trabajo es "aquello que nadie podrá quitarme"; Umbral, que escribe todos los días ("aunque no tanto como la gente cree, lo que sucede es que yo hago todo muy deprisa, soy en eso como Fraga") porque de no hacerlo se siente afantasmado y sin sustancia; Umbral, que desde pequeño quiso ser quien es y que parece vivir en un deslumbrante tumulto de palabras, desde sus innumerables libros a sus crónicas; Umbral, digo, se ha construido a sí mismo como personaje literario, y ahora, me parece, es el Umbral que él ha ido inventando cada día.

De modo que se envuelve en bufandas en pleno mes de agosto; contesta, en público, las cosas más inesperadas, que son las que todo el mundo espera de él; o consume una cena en la ardua tarea de dilucidar si Sara Montiel viste o no sostenes. Es como si quisiera hacer de sí mismo el protagonista de una novela interminable, un protagonista maliciosamente frívolo. Pero le traiciona lo que en realidad es, y su aureola de escéptico spleeniado se resquebraja con un izquierdismo de rojerío reciente y con una ternura dolorida que de vez en vez se ve. 

"La naturalidad absoluta no existe. Nunca me he sentido más artificial que haciendo desnudismo en Ibiza. La naturalidad no existe y creo que hay que elegirse, sí, que hay que hacerse a uno mismo. Vivir a la pata la llana, como decían nuestras tías, me aburriría mucho; yo prefiero invertirme en esa creación, lo prefiero a vivir ese otro yo, que además no existe. Porque la máscara no engaña: todo el mundo se disfraza del que en realidad es. Somos siempre lo que somos, lo que pasa es que unos lo son de una manera involuntaria e irreflexiva, y los hay, en cambio, que se están eligiendo".

Presencia de “Olvidito”

Pero usted ¿llega en su elección a preparar, por ejemplo, las apariciones en televisión a la búsqueda de un efecto chocante? 

"Ya que concretas en la televisión, diré que yo, que odio la televisión y que no la veo nunca, tengo, sin embargo, una idea clara de lo que es: algo que se consume en familia, mientras el niño llora y el perro ladra. En televisión hay que dar un impacto de imagen y de frase, porque si te enrollas hablando nadie te escucha, hay que ser breve. A lo mejor dices una frase corta, una tontería, y al cabo de los años, los taxistas o las señoras te siguen recordando esa frase. Hay que decir frases de impacto para que se les quede". 

¿Y para qué ese afán de perdurar?: 

"Hombre, no es que yo quiera que se les quede, pero ya que voy a televisión... Procuro no ir, digo que no, pero es un lío porque si no vas vienen a tu casa y es peor". No, no es el ansia de mantenerse en el triunfo: "El éxito está vacío. Dentro de él no hay más que señoras coñazas. El éxito puede ser paralizante: es eso de decirse, y ahora qué hago, cómo sigo, cómo les asombro. Hay que ser sublime sin interrupción, como diría Baudelaire, pero es que a mí me divierte jugar a ser sublime sin interrupción, aunque ya sé que es imposible. Lo que sí te proporciona el éxito es cierta tranquilidad: te evita un resentimiento que de otro modo probablemente tendrías, porque yo veo en amigos exquisitos, que parecen despreciar la popularidad, un mismo deseo, en el fondo, de alcanzarla. Pero de lo demás, de la angustia, de la presión, de la ansiedad que puede dar el éxito, de todo eso yo paso. Paso porque no voy a consentir que nada ni nadie altere mi dirección, mi trabajo". 

Ese trabajo, ese meollo que es "escribir la escritura", o escribir la vida, escribirse a sí mismo. Como su última novela, "Las giganteas", que ahora se publica y que es la historia de una ciudad de provincias contada por un río en la voz de un niño, El Olvidito, que se ahogó en esas aguas que se hielan en invierno. Es una novela escrita en su actual estilo de exuberancia fantástica. Porque a partir de "Los amores diurnos", explica Umbral, descubrió un nuevo modo de escribir: la prosa se le rebeló, se enloqueció, se despegó del realismo, se convirtió en algo libre, en "una escritura total, dentro de mis posibilidades, en la que cabía todo". 

"Los helechos arborescentes" continuaron esta línea, lo mismo que "Las giganteas", "aunque he de reconocer que este libro está más atemperado, más reconducido, que dirían los políticos, lo cual podría ser alarmante; claro que no sé si es cansancio o si es que el libro lo exigía así". 

Las giganteas es una novela del pasado, materia sobre la que Umbral prefiere trabajar "porque el pasado está cerrado, se ha convertido ya en literatura por sí solo, mientras que cada vez estoy más seguro de que el presente está desvalorizado, de que esto va a una marcha de la hostia, de que el presente no existe". Las giganteas es uno más de los libros que guarda en la memoria: 

"Diría que son todos libros necesarios, aunque esto suene pedante, libros necesarios que llevo dentro, que se han formado solos y que tienen que salir". 

Aún le quedan muchos libros necesarios por escribir, aún le queda mucho por inventar de sí mismo, hasta que, algún día, una rúbrica -su propia firma diminuta- aparezca sellando un rincón de su frente carnal de pensador y acabe definitivamente la única novela.

Libro: Los metales nocturnos, 2003



Libro: La belleza convulsa (1985)



Libro: Los cuadernos de Luis Vives (1996)



Entrevista a Umbral, 1986 (3ª Parte)




Revista “Barcarola”. Nº 20. 1986 

Entrevista con Francisco Umbral
L A D R O N   DE   F U E G O  (TERCERA PARTE)

Angel-Antonio Herrera



Rilke instaba a Claire Goll a quedarse ante el objeto mirándolo hasta haberlo devorado. Michaux asegura escribir para que Io que era verdad deje de serlo. Deliberadamente, por trastornar Io inamovible y Io establecido, por inventar. Patrice de Ia Tour du Pin intenta regir el tiempo por aquello que parece rebasarlo. Modos de traición. La Inocencia existe a partir el robo, tras Ia pureza del saqueo, Ladrón de fuego el poeta, que Rimbaud dijera siéndolo. 

No hay manos inocentes. En Ia mano Ia tarde empuña Ia crueldad de otras tardes, de todas Ias tardes, el dolor de Ia sangre con sus tribus y sus horóscopos, con su incendio de viñas y amantes. En Ia mano otra mano toma luz y enarbola Ia espada del príncipe que fue, el círculo de espadas que sombra antaño le rindiera. Guerrero de estío esta tarde tan lisa como el alcohol de Ias plagas, ladrón de fuegos. La mano habla mientras Ia tarde parece detenerse como un ocaso de lupas, como un arquero, como un trofeo para el presente tan tardío que mentimos. Como una mujer.
ENSAYOS

—Larra, Lorca, Byron. Ensayos, por entendernos. ¿Hasta que punto Ia atmósfera Iorquiana ponderó tu prosa en el “Lorca, poeta maldito”? 

R.- Hay afinidades importantes. Yo, como lector, necesito que me sorprendan desde el principio, ya de entrada. y Lorca sorprende desde el primer verso, deslumbra, fascina frente a Ia poesía que parece se Ileva ahora en donde se narra o más bien no se narra y queda ahí algo, bueno,  pero sin sorpresa por ninguna parte. Lorca sorprende constantemente.

Esta podría ser Ia primera afinidad. Luego está el poderoso surrealismo de Lorca, la capacidad metafórica, en Ia que yo sigo creyendo de una  manera absoluta y que me Ileva a leer siempre a los surrealistas. La capacidad metafórica de Lorca, sí, que unas veces es gongorina, otras de  Lope, otras de Quevedo, otras sencillamente surrealista y otras de Ramón Gómez de Ia Serna: su prosa está Ilena de greguerías. En Ia capacidad metafórica —quizás esto no Io digo en el libro y Io habría dicho hoy— es baudelairiano, es decir, Ia síntesis, reunir todo en un verso, empieza en Baudelaire, en Byron no está. Está en Baudelaire y en Lorca y eso es ya Ia modernidad. 

-El libro como ensayo-creación. ¿No crees que este binomino debería sustituir en muchos casos a esas interminables páginas de bibliografía y datos que se tiene por costumbre en libros sobre autores? 

R.- Yo creo que sí. En todo caso es el único ensayo que yo puedo hacer ya que no tengo ganas ni paciencia para hacer otro. Es el ensayo que a mí me fluye con naturalidad. Estamos, curiosamente, en un momento en el que se ha abandonado un ensayo científico. Roland Barthes, incluso, en sus últimos libros abandona el estructuralismo y hace un tipo de ensayo lírico, irónico, si quieres, fuera del rigor estructuralista, que a mí me encanta estudiar pero como el ajedrez, igual. No es que yo me propusiera un tú a tú con Lorca —hubiera resultado ridículo y estúpido— sino estudiarle modestamente, humildemente con mis instrumentos, mediante mis instrumentos que son líricos, estilísticos, intuitivos, no científicos. Que luego resulta que mi yo maníaco que tanto denuncian (sonríe) incluso en El País aparece demasiado, aflorando a Ia par con Lorca, eso ya es inconsciente, no hay consciencia por mi parte en que esto resultase  así. 
LA FABULA DEL FALO

—La Fábula del falo. El falo como icono, como el icono primero de Ia humanidad que ha ido callándole su alevosía. 

R.- Yo he descubierto, claro, a Io largo de una larga carrera amatoria, casi de profesional de esto, en Ia que no me gusta insistir porque queda  muy hortera y muy mal, he descubierto, a medida que Ia mujer se ha ido  liberalizando y esas pijadas, Ia profunda obsesión de Ia mujer por el falo. Obsesión siempre callada, porque Ias mujeres son muy putas y no Io dicen ni lo escriben, una verdadera obsesión, una verdadera obsesión. No cabe duda de que dentro de Ia religión sexual de Ia mujer, de Ia religión del cuerpo del hombre, el falo es un icono para ellas, no hay duda. Una mujer, claro, tiene muchos puntos de referencia en su propio cuerpo. 

Resulta que tiene muchas tetas, mucho culo, unos muslos bonitos, en fin, Io que sea. Por otro lado, el hombre tiene muchos menos puntos de referencio anatómicamente, ¿no?, así, Ilamativos. Puede tenerlos todos para un hombre o una mujer a quien le guste, pero en general, visto desde fuera, objetivamente, el hombre parece un ser asexuado, neutro, que si no recuerdas que tiene un falo y unos testículos y tal, bueno, pues resulta  que es una cosa que Ileva un traje.
Ajena duda Ia tarde estremeciéndose apenas entre Ias penúltimas  hebillas de junio, entre Ias primeras aguas en donde el verano se enclaustra. Ajena a Ia palabra, a los peligros de Ia palabra, a su espesura de mediterránea y sin ley ni fondo, como una mujer desnuda de pendientes, como una mujer con el escándalo de su desnudo, como un cuerpo sin ley bajo un mestizaje de alhajas. 

R.- El falo es un hecho insólito. La mujer va proclamando sexualidad. El cuerpo de Ia mujer es un mensaje sexual constante, una descarga  continua de mensajes sexuales, El cuerpo del hombre no, no tanto, ni  siquiera para Ia mujer. La descarga sexual no es tan fuerte. En compensación a esto ocurre que el falo es tan insólito que, como digo en ese libro, nuestra  civilización a estas alturas no Io ha asumido, no Io ha asimilado. La prueba es que en películas, en revistas, en cosas, todavía no se ven  falos en erección. No se ven, no hay posibilidad. 

En rodilla empieza todo. En Ia tarde se desencadena todo. Desatenta y gótica, no es Ia tarde quien congrega en su sombra Ia esbeltez de Ias muchachas que fuera. Las jóvenes han hecho de Ia tarde un perfume único dc fruta muy lisa, de espaciosa, tristeza, de leve densidad desaforada, 

R.- No se ven falos en erección, no hay posibilidad, ¿por qué? Evidentemente no hay censuras ni cosas así, y Ia cámara, en revistas, sí toma de cualquier modo Ia vagina de Ias señoras. ¿Por qué no aparecen falos en erección? La sociedad todavía no Io ha asimilado, es decir, yo acabo diciendo que el falo es prehistórico, algo no asimilado por Ia historia, por Ia historia de Ia cultura, que sí ha hecho una asimilación falsa: el falo  museal, el falo de museo, de los dioses, de Ias esculturas clásicas. Esto es una asimilación en falso, hipócrita, que es Ia que el arte suele hacer, siempre convencional.

Gravita Ia tarde hasta Ia orfandad del asfalto, Ajena asciende con sus hombres granados por el mediodía o el crimen. Viuda de inviernos y tréboles nos mira vestida con su perfume, con su edad apenas, con su desnudo.

R.- EI falo, Ia erección está bloqueada por Ia cosa artística, como tal instrumento, porque claro, los órganos de Ia mujer son internos. En una señora desnuda, por Io tanto, no ves más que un triángulo de vello. El falo sigue siendo insólito, prehistórico. De ahí viene el carácter icónico del falo qua yo creo que es múltiple para una respuesta, que puede remitir a Ia fecundidad de Príapo, a Ia religión secreta de Ia mujer, a muchas cosas. Múltiple, sí. Ten en cuenta que el falo es el icono secreto de una familia. Toda Ia familia desde Ia abuela hasta Ia niña pequeña, que sabe que el adre tiene ahí una cosa poderosa y que es Ia que ha fabricado todo aquel invento, saben que alrededor del falo, del que jamás se habla, gira todo. Vamos, el carácter icónico del falo es absoluto, anatómicamente, inclusa una configuración icónica. Creo que digo una boutade en el libro: falo es un icono para penetrar a Dios. Es una boutade pero también podría desarrollarse. 

Hacia atrás Ia tarde en rebelión de rutas, en cópula de arenas y días, mecida de sal y lujos, de ocasos y Ilantas. Hembra la tarde y enarenada de Iluvias que no Ilegan, rebelde de anillos, persiguiendo con sus manos marítimas lentas Ia melodía del falo, el canto del hombre, su devota música de bosque. 

—El falo, Paco, estrecha mucho Ia distancia entre el amor y el crimen. 

R.- Si el crimen es por dinero no hay relación, pero si el crimen es sexual o amoroso no hay diferencia. El acto sexual tiene mucho de crimen, de profanación y anulación de Ia otra persona mediante el placer, Ilega a destruir absolutamente. Esa mujer que yo en sociedad he visto muy construida se convierte en un verdadero placer al ser destruida, despiezada por el sexo. Es un modo de destrucción de una personalidad, 
Umbral da su pómulo derecho a Ia hoguera de Ia tarde que entra sin clemencia ni cota. En el pómulo izquierdo, más intimidado de mejilla, brilla, como un juego irreprimible del tiempo, como un vaivén de arpones que Ia piel desdice, una cicatriz que singulariza Ia curva ya singular del rostro, un trazo más hondo que fuera Ia cara misma, Ia herida entera de Ia soledad que se encaró a lucir izquierda y de costado y que ahora, ya solemnizada por mínima, canalla y sobria, es trasluz y cifra en donde Ia pureza decide abrir su capricho de sangre y sus lúcidas anchuras de oro. 

Convalaciente en Ia atención, vencido de triunfos (hay en él el revés romántico de hacer del autor Ia primera heroicidad de Ia obra, como una hechura de romántico que hubiera leído surrealismo, como un libertino leído por libertad surrealista) aguarda entre el rey redimido por Ia insolencia o Ias fiebres y el cónsul burlado por Ias navajas del cabello, en el blanco aldabón de Ia melena. La petulancia se cura petulando. La fealdad, ¿cómo se cura Ia fealdad? 

Despacio, inagotablemente, mientras se curva Ia tarde en su voz, el día se sincera y alarga, se encrespa o tiende: 

R.- La escritura fálica es frecuente. Henry Miller, Hemingway, eso que ahora llaman machistas, con palabra horrible, escritores fálicos, que escriben desde el falo, en hombre, en macho, y en macho que está penetrando y violando todo: Ia naturaleza, el relato, los personajes, Ia escritura, todo. Es un fenómeno frecuente en algunos escritores, y no digamos en aquellos Ilamados fascistas, como el caso de Malaparte, y en alguna medida en el caso de Valle-lnclán. Valle no es fascista en absoluto, claro, no haya equívoco, no voy a Ilamar fascista a Don Ramón, pero entre los hombres del 98, el más fálico es él. El que de verdad, por entendernos, escribe con los huevos encima de Ia mesa. 

Valle Inclán no es fascista, no hay equívoco. Cuando Umbral habla de sus escritores puede verse esa acentuación íntima que los hace queridos y clásicos. No haya equívoco. Bien sé yo que además de Ia obra, de Ias obras, cita Ia vida, Ia catástrofe, Ia biografía. Suscribe frases, versos, anécdotas al tiempo, secretamente, empuja Ia identificación, el conocimiento, Ia complicidad. 

Negro el tacón, como Ias botas, de puntera inteligente y seria, un poco estrecha, desde donde se yergue, sorprendente, su estatura de juez o enemigo.

Como dos maneras de asistir al mundo, como dos pistolas que subir frontales ante Ias cejas, como dos maneras de ausentarse, Umbral alterna sus dos gafas, que son dos formas de leer y vivir, de escuchar y esconderse. El cuerpo ha crecido demasiado para los hombros de Ia chaqueta, el alma ha ensanchado en exceso el cuerpo para Ia blanca chaqueta, que le queda pequeña, corta más bien, bastante corta. Abierta sobre el pecho, caída del revés, metidos los brazos en Ias mangas, traiciona Ia extensión de Ia espalda tasando Ia longitud del hombro. Túnica corta, capa con mangas, blanca y sin forro, Ia utiliza rebajada en abrigo de estío, con algo de manta ligerísima para hablar despacio: 

«Esto son problemas míos, puramente neuro-vegetativos. En esta jornada de calor, seguramente tengo espalda sudorosa. AI Ilevar esto así bloqueo el sudor y como con frecuencia me produce muchas faringitis, logro prevenirme». 

Túnica corta, capa de blancura y viaje con hurto de manga, Ia utiliza para extinguir el fuego florecido en el cuello, para ahuyentar el búho de las amígdalas, de Ia noche y sus filos, de Ia infancia y los duros comienzos, con su filo y su vuelo adverso. 

R.- La fealdad se cura con los años. Los franceses dicen una cosa maravillosa: el hombre joven es bello, el hombre maduro es grande. Con los años, entonces, el hombre maduro, si no es un gilipollas, en su medida, en su forma, se torna grande. 

—Dos infinitivos, Umbral: producir y exhibirse. Tú Io has tenido siempre muy claro. 

R.- Yo creo mucho en el escritor espectáculo. Eso Io explica muy bien, como sabes, Sartre en su Baudelaire, que ese sí que es bueno, aunque a mí ya no me parece tan bueno, porque le pega una bronca a Baudelaire y que Sartre reprenda a Baudelaire es ridículo, pero en fin, el libro es interesante y para su momento está muy bien. Lo que cuenta Sartre: el escritor ha sido durante siglos el protegido del príncipe. AI desaparecer el príncipe, el escritor se convierte en el príncipe y posa de príncipe. Pero claro, es también el bufón ante los príncipes que quedan en Ia tierra: Ia aristocracia, el dinero, Io que sea. El escritor es, pues, espectáculo. Ofrecer al mundo un libro de versos, una novela, un cuadro, es ofrecerse uno mismo. El escritor espectáculo, que Io es Lorca, en España, y así le fue, Valle, tantos en Francia, Byron y Wilde en Inglaterra, no es más que Ia situación límite del escritor. No hay que darle vueltas. Lo único que podemos ofrecer somos nosotros mismos. La objetividad es un cachondeo, no hay objetividad que valga: el escritor ofrece su propia vida. 

Drago Ia tarde con su amnistía de plata y trayectos. La tarde era indignación de rumbos y desatadas sombras, rabia de rastros con un sol de aviones y retraso. 

Había que envenenar, hay que envenenar. Había que ofrendar al mundo su despoblada ternura, había que tapiar Ia noche con el fuego que somos, con el robo que nos asiste y redime. Yo hubiera querido para Umbral el texto ardido que urge bajo el amor y los caballos, algo ardiente y doloroso, fatal y bello. 

La entrevista, inútil con Ia tarde, se va hasta Ia memoria, hasta Ia ceniza, y en ella participa en los vínculos que Ia alejan, de Ia música, del fuego del presente.

Entrevista a Umbral, 1986 (2ª Parte)




Revista “Barcarola”. Nº 20. 1986 

Entrevista con Francisco Umbral
L A D R O N   DE   F U E G O  (SEGUNDA PARTE) 

Angel-Antonio Herrera


Le veo blanco y creciente en Ia lucidez tránsfuga de Ia tarde que mira, que nos recorre y Ileva. La entrevista hay que robarla. La entrevista, como el amor, como el veneno de Ia cultura, participa del incendio, del robo, del desastre.

La entrevista hay que robarla. La entrevista no existe. Yo debiera hablar con él de desengaños, de ciudades, de mujeres, no sé, de perfumes, de desprecios. Conversar sobre sus venenos, que me son tan afines, para dar luego una prosa larga, para hacer más tarde el texto fajado y múltiple que fuera un sueño, una lanza, Ia majestad de un filo, para traicionar Ia entrevista legitimando el lenguaje y el hombre. De Ia traición viene la verdad, incluso Ia inventada, que tantas veces es más bella, más fiel y tardía. El veneno es Baudelaire.

Pero hablamos para Ia cordura, para el olvido de Ia tarde, que es Io que yo transcribo. Umbral responde con una gravedad convaleciente, con un retraso fuera su estatura dormida, con una represada inocencia que fuera cruel o falsa, cerradamente amable. 

Con el pelo oxidado por el oro de 10s viajes, con el pelo en desolado agravio de sienes y claros lutos se acerca un poco. Me sonríe en secreto. 

— ¿No tienes un caramelo, algo dulce? Me apetece. 

—No Tabaco, tengo tabaco. 

—¿Y la poesía, tu poesía, qué tal? 

—Bien, trabajando. Supongo que bien. A ti deben Ilenarte a diario el buzón con originales, Paco. Llegar al famoso, buscar Ia clave, el nombre, meter algo en el día del triunfador, en su casa. Eso no es serio. 

—Muchas cosas, claro. Tengo unos folios que se encabezan con una foto de esas románticas, como Ias postales. Hace sospechar. 

—Hace sospechar. Así no pueden darse excepciones. 

—Nosotros sabíamos dónde estaba Aleixandre. Visitábamos a Vicente Aleixandre. 

No es serio. Esas cosas son cursis. En poesía sucede con mucha frecuencia. No es profesional. El profesional conoce Ias vías. 

—CIaro, claro. 

Robar Ia entrevista, buscar Ia cortesía de Ia trampa, dejar que el tema, el personaje, mientan. Hacer Ia prosa deshaciéndola, nutriendo el lenguaje con su inclemencia de tronos y tábanos, traicionándolo. 

Volvemos al asunto: Los amores diurnos, el hijo de Greta Garbo. Mortal y rosa. Libros dedicados a cuerpos, presenciados y escritos desde el cuerpo hacia cuerpos, como constante y escritura. 

—Libros de cuerpos, efectivamente. Se escribe con todo el cuerpo. Cualquier tipo de realidad, un cuerpo, un paisaje, una ciudad o una comida se viven y se escriben con todo el cuerpo. No sólo los famosos cinco sentidos, sino Ia totalidad del cuerpo tiene que estar presente en Ia escritura, tomando contacto con Io que en ese momento se cuenta. Evidentemente, escribir es un cuerpo a cuerpo con el lenguaje y a partir de ahí todo cuerpo a cuerpo. 

—Tu en Lorca, en Gide, en Proust, has defendido Ia homosexualidad en contacto, en permanencia con el estilo, con Ia obra. Hay quien pretende sustraer Ia homosexualidad en el escritor para evitar así Ia estrechez de ciertos públicos. 

R.- No veo diferencia alguna entre homosexualidad y heterosexualidad. No encuentro diferencia en cuanto a experiencia de los cuerpos. Veo preferencias, sí, e inclinaciones, que dirían nuestras abuelas. Las mías son claramente hacia Ia mujer, y más hacia Ia mujer joven, y Io han sido siempre, incluso hacia Ia niña. Las de otro señor pueden ser hacia otro señor y Ias de una señora hacia otra señora. 

En el trance sexual, amoroso, un cuerpo se torna mitológico para otro cuerpo. Mitológico sin apelar, por fortuna, a Ia mitología griega. Una mujer que por Ia calle es un ser usual o casual, que decía Santo Tomás, es, de pronto, desnuda en una habitación, un acontecimiento, algo grandioso porque es Io insólito, porque nos saca de nuestra cotidianeidad e implantado —Ia prueba es que Io utilizaban los surrealistas— en una intimidad burguesa, convencional, se torna grandioso, mitológico. Está destruyendo el entorno. Esa es Ia experiencia, haber cohabitado con un dios o una diosa. Tengo Ia sensación de haberme tirado a un dios o a una diosa, siempre es una tía pero da igual, supongo, entre camioneros, mujeres, señoras de cuarenta o niñas de catorce. 

Umbral habla subrayando con pausado énfasis Ias frases que le parecen clave, aquellas frases que usa de clave o Ilave en el tema, Ias que ha dicho como ideas que se arborizan en su contraidea, dejándolas enfatizadas, hondas, lentas, dando una tregua, unos silencios, un tránsito abierto que colmar con Ia explicación posterior, con el ejemplo, con Ia vivencia, 

Levanta una frase, Ia síntesis de Ia respuesta y luego vuelve a ella insistentemente, se mueve en los alrededores, Ia matiza, Ia invierte, Ia olvida en un ejercicio de reencuentros, de mordiscos, de hallazgos, de posibilidades, como si todo, en efecto, hubiera ya quedado dicho en un principio, contesta acortando, responde en sucesión de cita, haciendo del párrafo, de Ia frase, una forma inagotable de Ia memoria, «Haber cohabitado con u n dios o una diosa, Un cuerpo se torna inmediatamente mitológico para dentro cuerpo, eso es Ia experiencia».

Umbral haría “Los amores diurnos”, un libro con sintaxis de sexo, unas páginas con arboladura de mujer abierta, un festival de cuerpos que Ia palabra reúne en Ia palabra húmeda de una mujer única, de un cuerpo único que se completa de hombre, de viril juntura, de juventud extinta. Plural el verbo y plural el cuerpo que, destinatario y cómplice, Io aviva. 

Transitado de menstruos y ocas, puro de orgasmos y emboscadas, pasa desnudo ya gastado de cielos ausentes y certezas, el monólogo de los muslos y el aria vaginal de los días, con surco de vello y metáfora: 

«Bragas, dulce braga femenina, pequeña braga joven, triángulo leve y calados mariposa le lencería sexual, funda gentil donde ella, ellas, enfundan Io más compacto y resuelto de su cuerpo, de su alma, efluvio, reflujo de Ia braga, de las bragas de todas, abandonado trapo, honda prenda, adorable tirantez que mide Ia pelvis con intención de puntillita, que aprieta Ia línea milagrosa de Ia cadera poniendo una inflexión en Io perfecto, permitiéndose un acento en Ia armonía inacentuada del universo».

R.- Lo canalla, un ensayo sobre Io canalla es una idea que tuve, sí, pero que creo que no Ilegaré a hacer nunca. Esa idea me rondó sí, Io canalla, que es una miseria que se cree sublime. Vas a un colmao, vas a un sitio, a una casa de putas, y se creen sublimes y no, no son más que canallas, pobres gentes que se creen sublimes por no sé qué, porque por algún mecanismo han Ilegado a sublimar sus miserias. Si Io hago no sería en abstracto sino referido a algún escritor y así de pronto no sé que escritor podría ser.

EL HIJO DE GRETA GARBO

P.- En “El hijo de Greta Garbo” aparece nuevamente como centro la mujer. Tu madre como hermana, como aprendizaje en la mujer, como madre, claro, como amante. La figura de la mujer de modo plural. 

R.- Es una metáfora de mi madre. Si esto lo hubiese escrito Balzac o Galdós o Baroja, que sí escribió sobre su madre, pues sería real, tal cual eran sus madres. Aunque yo cuento cosas históricas muy concretas como la República, la guerra civil, los problemas de mi padre, lo que yo quiero narrar es el rastro lírico que mi madre deja en mi vida hasta los veintitantos años que yo tenía cuando ella muere. Durante todo ese tiempo deja en mí un sello lírico poderoso e imborrable, lírico y erótica, sin duda. Eso es lo que a mí me interesaba y por eso tardé tanto en escribir el libro. No encontraba el tono. El rastro que ese ser que pasa por mi vida deja y que efectivamente puede sumar todas las mujeres que han pasado por mi vida, no mediante virtudes morales sino en otros sentidos. Eso es lo que deseaba: un rastro lírico de mujer que ocupa toda mi infancia, toda mi juventud y que queda en el cielo de mi vida para siempre. 

P.- Yo, a diferencia de otros libros que giran en torno a un cuerpo vea en él una menor fragmentación. A pesar del intenso clima lírico, de la palabra inventando y recordando ¿existió un método previo o al menos distinto del empleado en otros libros? 

R.- Hay, digamos, una prótesis, con palabra horrible. Una prótesis autobiográfica, que constantemente está funcionando y sustentando esa unidad que tú ves en el libro. Si te refieres, como te has referido antes a “Mortal y Rosa”, pues éste es un libro escrito a medida que va ocurriendo, pero no un diario, es decir, es tomar un hilo narrativo de la vida y seguirlo. Un hilo de los muchos que hay en nuestras vidas, de los que puede haber en tu vida: Barcarola, el libro que has hecho, unos amores, unas juergas, Albacete-Madrid, tomas uno y lo sigues, a ver qué pasa, a dónde te lleva. “Mortal y Rosa” está hecho así, día tras día, pero huyendo de la anotación del diario íntimo, siguiendo algo que está ocurriendo en mi vida, muy dramático y muy lírico, paso a paso. Es distinto entonces lo que llamas fragmentario, que son anotaciones diarias, seguir la pista a algo que ocurre todos los días, frente a lo otro. Figúrate, mi madre muere en el 54 y el libro está escrito hace más o menos cuatro años. Yo veo la vida de mi madre" como una elipse completa y cerrada, mientras que el libro de mi hijo lo estaba escribiendo día a día, lo estaba escribiendo a ciegas, yo no sabía lo que podía ocurrir al día siguiente.  


...CONTINUA (TERCERA PARTE)

Entrevista a Umbral, 1986 (1ª Parte)




Con el permiso de Angel-Antonio Herrera y de la revista Barcarola publico en este blog la entrevista que hace años llevaba buscando por todas partes. La encontré en una ciudad de tedio y plateresco, escondida en los sótanos de una biblioteca.

Revista “Barcarola”. Nº 20. 1986 

Entrevista con Francisco Umbral
L A D R O N   DE   F U E G O  (PRIMERA PARTE)

Angel-Antonio Herrera



R - A mí, como te comentaba en el restaurante, me interesa el lector que pueda llegar a hacerse un drogadicto de cierto autor, un "nicotinado de alguien, de algunos autores. Josep Plá, por ejemplo, se dedicó a escribir solamente artículos en su vida. Cualquier burgués catalán puede sentirse feliz poniendo los muchísimos tomos de su obra en la biblioteca: la llena completamente. Yo lo comentaba con Jorge Herralde, no escribió nada más que artículos pero la gente no se lo ha planteado ni le importa. La gente está nicotinada de Plá: consumía Plá, la prosa de Plá, los gustos de Plá, el mundo de Plá, las ocurrencias de Plá. Bueno, pues eso es lo que a mí me importa en un escritor: llegar a envenenar al lector. Lo otro, buscar una buena comedia, un buen poema, una buena película, una notable novela, pues sí, hay cosas por ahí, claro, cosas sueltas, pero ese no es mi modelo de escritor. Te dicen: Baroja, hombre, tal libro de Baroja, este libro de Azorín, bueno, claro, tal libro sí, pero nunca estaré envenenado de Azorín, ni de Baroja, como me ocurre con Paul Claudel. Paul Claude! no me envenena. A mí me envenena Baudelaire. Un envenenamiento, una posesión, si quieres, en el sentido que Sartre apunta en "Lo imaginario", algo diabólico. Eso es lo que me interesa y seduce entre autor y lector.

Drago de tardanzas en las primeras piedras del verano que se alarga apenas, entre las penúltimas hebillas de junio, dejando sus mares y sus trampas, drago y víctima de los espejos, la tarde era también rebelión de estíos en la plata de los coches, lejanía de sal de la que veníamos, desastre de sol y rutas que volvían con nosotros como blancas cantidades, como boas o frutas sin signo. 

La tarde era equidad blanca que enronquecía rabiosa de luz y sin leyes, poniendo un error de aviones y trayectos en la pizarra del día, en la llama del día con su tragedia de hoteles, en la palabra. 

Sentado y alto, sentado y grave. Lleva una camisa extrañamente usual, de viaje, que en el transcurso de la tarde suplantaría por otra rosa, cuyo cuello atiranta con frecuencia, cerrándolo, para entornar la tibieza de la garganta, la debilidad de la garganta, para cercar con un juego de calidez y albura la paloma de las fiebres, el escorpión de siempre, la ardiente espuela de las amígdalas, desde niño hasta hoy, tantas veces. «A mí me envenena Baudelaire». 

El escritor de voz grave y mano lenta, Umbral sentado en su estatura ante la estatura del siglo que escribe, como si ya se hubiera sentado a presenciar el siglo y sus duelos. Le envenena Baudelaire. 

Una oscuridad de cana, ruido de nieblas, discordia de niebla y albura, le ensancha la juventud de las sienes mientras la mano sigue atenta, más en puntualidad y caída que en descuido o costumbre.

P - Paco, hay en ti mucho Baudelaire, mucho de gesto baudelairiano.  

R - Yo creo que es absoluto, si, como actitud ante la vida y como actitud ante la literatura y también como descubrimiento de la síntesis que es la modernidad, es decir, que esa confusión vida-obra, ese vivir la literatura como una absoluta profesionalidad, pero además como una profesionalidad desesperada, que a nada conduce, con un distanciamiento, con una distancia de juego casi, me parece la relación más lúcida de un escritor con su literatura.

Baudelaire ante Víctor Hugo, que es sin duda su padre, su modelo anterior más claro, hace síntesis: encerrar o liberar el mundo en una imagen. Es por esto que no comprendo cómo después puede venir el naturalismo o cualquier tipo de descripción notarial de la realidad. Baudelaire descubre el poder asombroso de la síntesis, que, naturalmente, no es sólo un problema de economía literaria, es un problema de iluminaciones. Aunque la palabra es posterior y de Rimbaud, es una cuestión de iluminaciones, siempre más reveladoras que la larga deliberación sobre las cosas. Baudelaire se ilumina por relámpagos. 

Lenta la voz y honda, con el juego asimétrico de las manos. Cada mano pondera una vida distinta que presencia o copia, que envidia en la otra. Umbral optó, ha optado por la prosa a máquina, por el lenguaje desde el corazón mismo de la mecanografía, lavado por la música de las dos manos a un tiempo, creyendo en la lúcida inercia del pulso, fiel al delirio del tacto, creyendo en lo físico de la escritura, que es otro transcurso, otra atmósfera, una devoción en la que algunos nos movemos, otra manera de ver, el teclado, de dolerse, con su fertilidad frontal que suena. El tacto duplicado, trabajando. Las manos piensan, como en el pintor, aunque siempre haya una más femenina y frágil. «La mano que no trabaja es la que tiene más delicado el tacto», que Shakespeare anticipara. 

P.- A un lado Baudelaire, la síntesis, un gesto lírico. A otro lado Proust. 

Proust es engañoso. Proust es... no, no están tan lejos, habría que hacer un ensayo en serio sobre ambos. No son tan lejanos. Parece que Proust es la minucia, la observación minuciosa, y que necesita diez páginas para explicar un gesto de la señora de Guermantes, que Baudelaire hubiera resuelto en un verso, en una metáfora, y no es verdad. En esas diez páginas que él pudiera dedicar a Odette o a la señora de Guermantes hay mucha psicología, mucha sociología, costumbrismo, claro, mucha cultura, pero de pronto está la metáfora baudelairiana. Dices aquí está, aquí está el aprendiz de Baudelaire. Lo demás es sociología, cultura, divagación, delicioso, un prodigio, una prosa asombrosa, una delicia, pero la capacidad de síntesis permanece escondida. Cuando Proust dice que llega la criada, descorre las cortinas y el cuarto se ilumina de luz y que es como si desvendasen una momia egipcia, eso es Baudelaire; un Baudelaire enmascarado por la profusión arborescente y tremenda de la prosa. 

«Las manos tienen todavía el molde de la mano cainita, la estructura de la mano asesina y depredadora del antropoide, del primer hombre, del último homínido. De modo que no hay manos inocentes. Mi mano derecha está más trabajada, ha vivido más, tiene como mayor biografía. Mi mano izquierda es más femenina, más sensible, posa y vuela». 

A Umbral el verso se le cruzó de espejos, se le creció en la zarza de la prosa. Las páginas discurren salpicadas y húmedas, como un verso que no se atreve, que se atreviera en exceso, reciente de hélices y escarchas: «Mi mecánica de pensamiento es lírica, voy encadenando el mundo mediante una sucesión de silogismos líricos, digamos, de carácter más lírico que especulativo o dialéctico». 

El verso que Umbral era, el verso que le hacía, que le templa y hace, se pone a sonar extremo en la prosa, en el pecho del párrafo, en el cierzo de la página la hincha y la arracima, la desata de uvas, de cuerpos, de frenos, como una indignación de mieses y linternas, como el vino quebrado en la inconstancia de sus reyertas. El cuerpo de la prosa, su contención, se personaliza lírica en su incontinencia. 

«Baudelaire se ilumina por relámpagos». Umbral se inclina un poco para escuchar al detalle y se yergue después lentamente, quietamente, para responder arropado y alto. Jugando con la brújula de su voz, en la hondura de su voz hondísima. Deja la mano derecha algo lejos, en el diálogo, como si ella misma llevara una escucha distinta, otra vida, una atención lateral y tibia, a orillas del cuerpo. A veces sube, roza los cabellos y vuelve a detenerse a su lado y desde ahí, biográfica, narrativa, seria, contempla cómo la izquierda, más sutil y fémina, como un halcón hermano, como una tórtola gemela de sombra, acude en índice al labio para puntualizar, para insistir, como pidiendo silencio. 
-Pero a ti te beneficia mucho el espacio de la prosa, algo así como el ritmo de la prosa en donde el poeta se desate. 

-Claro, claro, yo soy un escritor a lo ancho. Si me enamoro de una señorita y le tengo que hacer un soneto, pues se me queda corto, claro; y bien, yo no he dicho todo lo buena que está esa señorita ni mucho menos. Necesite hacerle un libro entero. Esa señorita no cabe en un soneto. Luego me asombra cómo el poeta-poeta puede dar eso en un solo poema. A mí se me queda corto y se me queda corta la poesía para todo aquello que yo pretendo decir de las cosas. 

-Y hay que descubrir el misterio en lo próximo, una alucinación en lo cotidiano. Tú citas a Novalis en el “Diario de un escritor burgués”: «Otorgó a lo cotidiano la dignidad de lo desconocido». Escribir en actitud de asombro ¿no? 

-Un ejemplo inmediato serían esas páginas que incluisteis en Barcarola, eso que os envié. De pronto, del mero hecho de escribir un artículo convertirlo en el no-articulo, en el suicidio, en el pequeño suicidio literario de no escribir el artículo, de escribirlo en blanco. Esto ya supone una manipulación mágica, aquella magia cotidiana de que hablaba André Breton y los surrealistas. Todo depende del pasmo ante el mundo. Si uno deja de ser un pasmado ante el mundo, se acabó, ya no ve las cosas, ya no ve nada. A esto nos ayudaron mucho los surrealistas. Fíjate, cómo Duchamp de pronto coge un videt o unas botas viejas o un teléfono, extrae todo de su contexto y lo sitúa donde quiere. Cualquier objeto cotidiano desprovisto de su funcionalidad se torna mágico y bellísimo y sugerente. Esa es la operación que ha de hacerse, que el poeta hace en prosa, verso, pintura, lo que sea, para ver que las cosas siguen siendo personas para ver las personas como cosas, que es muy de Francis Ponge, de Ramón Gómez de la Serna en España, que ve a sus biografiados como cosas. Para él Quevedo es un candelabro. 

-Francis Ponge, que citabas, sugiere reemplazar el desafío de las cosas por el lenguaje. 

-Lo que se propone es construir la cosa, sí, sustituirla por el lenguaje, lo que hablábamos en la comida a propósito de Antonio López. Hay que sustituir una botella, construir una botella con palabras, hacer una botella de palabras. Francis Ponge hace esculturas léxicas, sustituye el objeto material por el objeto léxico. Esto me parece una experiencia apasionante y obliga a llevar el lenguaje a sus últimas consecuencias. No hay que confundirlo nunca con el realismo, es todo lo contrario del naturalismo descriptivo y minucioso. Es todo lo contrario. 

-La escritura engaña en su horizontalidad. Hay que escribir volúmenes. 

-Claro, claro, es que ... las cosas tienen que estar creadas en el libro. A mí no se me puede decir: aquel autobús iba atestado de gente. No lo soporto. En primer lugar, atestado es un participio odioso, y vulgar, y corriente y luego porque no se está creando nada, eso también lo dice mi tía. Y te he puesto un ejemplo que está en novelas recientes, no tomado del vacío. Yo creo, como Valle-Inclán, que las cosas tienen que estar creadas en el libro. No vale aludirlas, no sirve aludirlas y decir: era una pensión cochambrosa con unos huéspedes harapientos. Yo no sigo, yo no sigo, o usted me crea, que es muy propio de Galdós o Baroja, o no sigo, no me interesa nada. Usted tiene que crear la pensión y los huéspedes pero con palabras. Parece un problema puramente estético pero es un problema de honestidad literaria. Todos sabemos lo que es una pensión cochambrosa y unos huéspedes harapientos y pobres pero hay que crearlos, nunca limitarse a aludirlos con un lenguaje vulgar. Esto no me interesa, no hay creación. Es Io que yo Ilamo redactar, redactar novelas, que es muy frecuente. Escribir, crear dentro del libro Io ha hecho muy poca gente, modernamente, Valle, Gabriel Miró, Cela, en su medida Delibes, se acabó. Redactar, aludir con unos cuantos adjetivos tópicos, mucha gente, claro. 

—Y así nos encontramos ya, Paco... 

—Por cierto, perdona, me encanta releer, que me Io dio Trapiello, Ias «Venecias» de Paul Morand. Ahí se dice algo que yo vengo escribiendo reiterativamente: escribir bien es todo Io contrario de escribir correctamente. 

—…estamos, decía, en el encuentro escritor-pintor. 

—Retina y muñeca, yo Io he dicho a menudo. Un escritor es eso: saber ver y saber mover Ia muñeca. 

—El estilo entronca y se acerca con el voyeur, hacia el voyerismo, próximo una pasividad voraz. 

—Supone una doble mirada. Una a Ias cosas y otra al lenguaje, una doble mirada continuamente. Para un pintor es tan importante Ia montaña que está viendo en Ia naturaleza como Ia que está viendo en el lienzo. Tiene que Ilegar a un equilibrio entre Ias dos, del cual surgirá una cosa que no tiene por qué ser una montaña, pero que alude a ella. Es eso, ya te digo, mirada a Ia cosa y mirada constante al lenguaje para ver en qué zona de este se inscribe Ia cosa, y entonces se encuentra Ia palabra. 

—Insistiendo de nuevo en Ia falsa intencionalidad realista, en Ia trampa (del realismo: tus retratos transmiten una identidad plástica muy afortunada. Se levantan. La metáfora, el disparo de metáforas, define, corporiza. Eso no es Ia técnica común del retrato, de Ia semblanza. 

—Como todo oficio, supongo, tiene mucha malicia. Es decir, el retrato, por muy literario o lírico que sea, ha de estar cargado de ingredientes reales, si no se evapora, no das Ia persona. Si por el contrario Ia descripción es, pues eso, como Ias de Galdós o Baroja o no sé quién, dice: «Ilevaba traje raído... » esto es una estupidez, una vulgaridad, este señor habla como mi portera, no me interesa. Hay que crear, hay que volver a la escultura léxica, hay que hacer con palabras el personaje pero hay que tener también malicia para alternar con Ia metáfora datos concretos. Por ejemplo, muy breve, cuando murió, hace ya bastantes años, Ignacio Aldecoa, yo hice uno o varios artículos sobre él que me pidieron. Ignacio, muy amigo mío, admitía toda Ia literatura que quisieras, pero yo, de pronto, escribiendo, decía: le recuerdo en Ibiza, con un pantalón corto, pescando cangrejos o no sé qué, con unas piernas ridículas, delgadas, Ilenas de pelos, vamos, enfin, Io que una tía no entendería nunca como unas piernas maravillosas de hombre. Un amigo mío, un gran amigo común, me comentaba después: qué bien aquello pero qué falta de caridad con el pobre Ignacio. Eso también era el retrato, Ia semblanza. Si yo me limito al lirismo no está Aldecoa, o sea, Ia técnica de Ia rosa y el látigo: lirismo pero ahora vamos a decir una cosa concreta y si es posible negativa y el retrato cobrará mucha más fuerza.