Acariciada por sábanas de espuma, el sol de cada mañana, blanco y rubio, recuerda a los madrugadores de Nevada o de Nueva York el cuerpo adolescente y maternal de aquella mujer que parecía darse a todos en cada sonrisa.
Hoy, Marilyn no tiene 50 años más de los que tenía aquella noche insomne y suicida, sino que la muerte se hizo joven en ella para siempre.
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