miércoles, 23 de agosto de 2017

Libro: El hijo de Greta Garbo (1982)




El retrato lírico de una madre
JUAN CILLEROS (Mayo 1996)


Había leído en algún lado el cariño que el escritor profesaba a su novela “El hijo de Greta Garbo", un libro que él como escritor le debía a su madre y Umbral se quejaba a la editorial, por qué no lo había vuelto a reeditar. Yo tardé en encontrarlo y cuando al fin lo tuve entre mis manos intenté leerlo de corrido, pero estaba demasiado saturado de literatura y tuve que aparcarlo en mi pequeña biblioteca, hasta que llegara la ocasión. Y la ocasión se disfrazó de primavera y así pude retomar la lectura de aquellas páginas líricas, que había empezado a leer en un invierno prematuro y letárgico.

“El hijo de Greta Garbo”  es el retrato lírico de una madre fascinante de grandes ojos pardos “con resoles de oro”, una madre con perfil de Greta Garbo, inteligente, lectora y con oído musical. Aunque el libro también es a su manera, la crónica  ausente de la figura del padre, preso en la cárcel, que vive como un fantasma dentro del armario, vestido con un húsar de sangre.
  
Umbral/niño, Umbral/adolescente es iniciado en el mundo de la literatura de la mano de su madre y en este viaje iniciático descubrirá a Dante, a Quevedo, a Guillén y sus “operas de lo incógnito”, a Galdos y a todo ese largo etcétera que irá interiorizando en sus lecturas noctívagas.

La novela está atravesada por la enfermedad de la madre y por una guerra civil que recorrió las ciudades con su odio y su muerte. Todo ello visto a través de la mirada del joven adolescente, que presiente una tarde de verano que la mancha de moras que su madre se ha hecho en el vestido blanco, es el anagrama de sangre de una muerte prematura.

La prosa poética que Umbral utiliza para narrarnos la vida de aquellos años felices junto a su madre, está llena de adjetivos inesperados, de frases brillantes y reflexiones esclarecedoras, como aquella en la que dice “Nuestros recuerdos más vivos e indiscutibles son los que de ninguna manera pertenecen al recuerdo”.

La novela tiene la sintaxis de un poeta que escribe con versos alejandrinos, sobre la luz de un domingo infinito, sobre el paisaje que ve a través de las ventanas de un tren o sobre los ojos de un oro quieto de su madre. 

Umbral mantiene durante las ciento noventa y dos páginas un pulso poético con su fértil memoria, es consciente como decía Borges que la poesía trabaja siempre con el pasado y al narrarnos su recuerdo los ojos se le llenan de adjetivos desconcertantes, versos insólitos e imágenes reflejadas en el espejo del esperpento y teñidas de un surrealismo fugaz. “El tren con sol y estruendo, recorría incendiado, como un astro de sangre y de carbón, la interminable elipse kepleriana”. También aparecen desperdigadas por sus páginas greguerías llenas de aquel humor ramoniano, como ésta: “El carbón es un diamante feo, es el demonio de los minerales”.

La estructura de la novela está concebida en tres partes divididas por los epígrafes de Libro Primero, Segundo y Tercero y cada uno de ellos va acompañado de una cita reveladora, como lo es la de Baudelaire: “La nada aureola a lo que existe”. Síntesis y sentimiento del joven protagonista ante la muerte de su madre. 

Cada parte del libro no está dividida en capítulos, sino que Umbral utiliza un recurso único, creo que inventado por él: la primera palabra de cada nuevo capítulo está escrita en versalitas, anunciándolo visualmente gracias al tamaño de las mayúsculas.

Por la novela aparecen personajes familiares del autor y del lector, como la famosa Tía Algadefina, el bisabuelo o las criadas, todos ellos retratados con una ternura infinita, aunque no exenta de ironía y un poco de humor. Lo que Umbral nos cuenta, ya ha aparecido en algunas de sus anteriores novelas, como por ejemplo en “Los males sagrados” escrita en 1976, con similar estructura. Ambas empiezan con el recuerdo de la madre y las dos finalizan con su muerte, pero la diferencia estriba en el tratamiento formal que el autor le da a los acontecimientos que perviven en su memoria. 

En “Los males sagrados” su memoria se desliza hacia el descubrimiento sexual de la mujer, hacia sus amigos de la calle, hacia el olor pobre de la posguerra y en “El hijo de Greta Garbo” el eje central es la figura de la madre “novia de guerra de un húsar incógnito”, una mujer que fue la idea más luminosa y exigente que aquella ciudad tuvo nunca de sí misma. Una madre transfigurada por la muerte en “alabastro caído, ángel desprestigiado”.

Francisco Umbral ha vuelto a enriquecer mis días con una novela lírica de emoción y prosa, en la que llega a escribir al final: “No es su habitación lo que habito, sino el cuerpo blanco de mi madre. Dentro de esa blancura me muevo y nutro”.



COMENTARIO DE UMBRAL SOBRE EL LIBRO:

"Mi libro "El hijo de Greta Garbo" es una metáfora de mi madre. Si esto lo hubiese escrito Balzac o Galdós o Baroja, que sí escribió sobre su madre, pues sería real, tal cual eran sus madres. Aunque yo cuento cosas históricas muy concretas como la República, la guerra civil, los problemas de mi padre, lo que yo quiero narrar es el rastro lírico que mi madre deja en mi vida hasta los veintitantos años que yo tenía cuando ella muere. Durante todo ese tiempo deja en mí un sello lírico poderoso e imborrable, lírico y erótica, sin duda. Eso es lo que a mí me interesaba y por eso tardé tanto en escribir el libro. No encontraba el tono. El rastro que ese ser que pasa por mi vida deja y que efectivamente puede sumar todas las mujeres que han pasado por mi vida, no mediante virtudes morales sino en otros sentidos. Eso es lo que deseaba: un rastro lírico de mujer que ocupa toda mi infancia, toda mi juventud y que queda en el cielo de mi vida para siempre". 

FRANCISCO UMBRAL

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