domingo, 27 de agosto de 2017

Entrevista a Umbral, 1979





El País, Martes, 12 de junio de 1979

Una tarde de feria con Umbral

BEL CARRASCO

Este fin de semana la Feria llegó a su máximo esplendor. Unas 100.000 personas la visitaron y, sólo el sábado, se vendieron diez millones de pesetas en libros. El público infantil disfrutó con las marionetas, Juegos literarios y la actuación de Los Trabalenguas, y los mayores tuvieron la ocasión de ver a sus escritores preferidos, que fueron a la Feria a firmar sus últimos libros. Bel Carrasco estuvo con uno de ellos, Paco Umbral, y cuenta lo que pasó.

Después de una semana de letargo la Feria revivió el sábado por la tarde y hasta resultaba difícil circular por allí entre el bullicio de la multitud bastante animada. Los niños se lo pasaban pipa en sus paraísos particulares de la primera planta y los expositores salían de las miserias comerciales que tanto han lamentado este año y gozaban como locos vendiendo un ejemplar tras otro. Además, estaba como aliciente la presencia de una pléyade de autores que iban a firmar sus libros: Torrente Ballester. Martín Gaite, Fernández Santos. Eduardo Mendoza... Los altavoces recitaban de cuando en cuando la larga lista de nombres: ilustres, famosos, desconocidos casi...

Por un fallo técnico, Paco Umbral no constaba en la relación, pero la gente supo en seguida que estaba allí. Sentado en la caseta de Espasa-Calpe, casi oculto detrás de montones de su obra póstuma Los amores diurnos (Kairós). El diario de un escritor burgués (Destino) y Ramón y las vanguardias (Austral)-, no dejó de firmar ni un minuto en las dos horas que duró la sesión con la calma imperturbable que da la larga experiencia, arropado en su chaqueta mientras los demás nos moríamos de calor.
Con esa caligrafía jeroglífica suya -caracteres árabes parecen- diseñaba más que escribía: Con mi recuerdo, cuando era para una señora; Con mi amistad, si se trataba de un varón...

Le leo con avaricia

«Yo creía que así sólo escribían los médicos», comentaba un lector, perplejo ante su dedicatoria. «A ver si me lo escribe claro que el año pasado no entendía nada» le recomendaba una lectora Fiel. «A mí me parece muy bonita mi letra» respondía Umbral a las indirectas. «Además, lo que importa es la calidad estética de la página». Venía gente de todo tipo y condición: jóvenes que le daban un nombre de mujer, a todas luces el de la novia a quien iban a regalar el libro; matrimonios de edad provecta. «Soy el autor de las familias», dice siempre Umbral; algún que otro progre y jovencitas primaverales como la Lutecia-Leticia de “Los amores diurnos”.

Pero las más cariñosas y expresivas eran sus admiradoras típicas de siempre; señoras de mediana edad en climatérica esplendidez, peinado de peluquería y respetable aire pequeño-burgués. Algunas coqueteaban en plan maternal con él, o se interesaban por su salud. «Le leo con avaricia», aseguraba una con fervor. Y otra, preocupada por su ausencia en las páginas de EL PAIS; « ¿Qué le ha pasado, ha estado enfermo? Le echábamos mucho de menos.»

Se acercó un chico con un periódico del día para que le firmara el artículo. "Es que no tengo dinero para comprar un libro», se excusó. Al rato, un joven barbudo le entregó unos cuadernos de poesía para que los leyera. Otro le pidió que firmara en su librería. La abundancia del sexo masculino empezaba a intrigar a Paco: «Estoy mosqueado. Normalmente mi público es femenino. ¿Será que me estoy poniendo…?", meditaba para sí.

Pero la verdad es que no parecía inquietarle mucho el fenómeno. Precisamente la víspera había tenido una buena prueba de que todavía despierta furores femeninos como un Bosé con faringitis. En la librería Antonio Machado sufrió la agresión sexual de una mitómana furibunda que intentó desabrocharle la camisa sin consideración alguna a la extremada sensibilidad de Paco a las corrientes de aire.

«La mujer se empeñaba en que era ella la protagonista de “Los amores diurnos”», contaba flemáticamente María España, la santa esposa de Umbral. «No, hija», tuve que desengañarla, «que yo la conozco y es más joven y, más guapa que tú ».

En paz con las feministas

Entre firma y firma hablamos algo de los dos nuevos libros, de la disciplina nazi que se autoimpone para mantener el ritmo de producción de los supositorios de optalidón, la única droga que practica. «Ahora los he dejado porque llevaba mucho tiempo con ellos y pueden llegar a ser peligrosos. Pero es algo fantástico, creo que es lo que tomaba Superman para volar. Además, es la droga literaria por excelencia. Con ellos hasta Amilibia podría escribir.»

“Diario de un escritor burgués” es, como el título indica, un diario que llevó Umbral el año 1977, íntimo hasta que decidió publicarlo y dejó de serlo. “Los amores diurnos”, un libro porno-poético según la contraportada, es una historia de amor en la que la crudeza henrimilleriana del lenguaje, plagado de pichas y vaginas, está toda impregnada de lirismo v ternura vallisoletana.
«Mi amiga Cristina Alberdi me dijo que el libro no era nada machista y, eso me tranquilizó mucho», comenta con cierta sorna.

Parece que las feministas han firmado la paz con él y hasta se habló de que fuera un día a firmar a la caseta de la Librería de Mujeres, «¿Cuál es tu libro más feminista?», le preguntaba candorosamente una chica de la Librería. « Es para tenerlo allí si vienes.»

Tal vez algún día, ¿por qué no?, Umbral escriba un libro feminista. Al fin y al cabo ya lo ha hecho Manuel Puig con su Pubis angelical. Pero, de momento, «lo que me gustaría es escribir algo sobre la poesía de González Ruano, que es muy poco conocida y está muy bien dentro del estilo de la época».

La sesión fue intensa y tranquila. «Otras veces me han pasado cosas chocantes». recuerda. «En El Corte Inglés un señor quería comprarme la mesa. Decía que le gustaba mucho y me preguntaba qué precio tenía. En otra ocasión se nos cayó el stand con todos los libros encima».

Hacia las nueve Paco Umbral levantó el campo y se fue a comer croquetas fósiles y, a ver a Rosa Montero, que, instalada en la Librería de Mujeres, con manchas de boli hasta las cejas, no daba abasto, para que le firmara una Crónica del desamor.

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