Revista “Barcarola”. Nº 20. 1986
Entrevista con Francisco Umbral
L A D R O N DE F U E G O (TERCERA PARTE)
Rilke instaba a Claire Goll a quedarse ante el objeto mirándolo hasta haberlo devorado. Michaux asegura escribir para que Io que era verdad deje de serlo. Deliberadamente, por trastornar Io inamovible y Io establecido, por inventar. Patrice de Ia Tour du Pin intenta regir el tiempo por aquello que parece rebasarlo. Modos de traición. La Inocencia existe a partir el robo, tras Ia pureza del saqueo, Ladrón de fuego el poeta, que Rimbaud dijera siéndolo.
No hay manos inocentes. En Ia mano Ia tarde empuña Ia crueldad de otras tardes, de todas Ias tardes, el dolor de Ia sangre con sus tribus y sus horóscopos, con su incendio de viñas y amantes. En Ia mano otra mano toma luz y enarbola Ia espada del príncipe que fue, el círculo de espadas que sombra antaño le rindiera. Guerrero de estío esta tarde tan lisa como el alcohol de Ias plagas, ladrón de fuegos. La mano habla mientras Ia tarde parece detenerse como un ocaso de lupas, como un arquero, como un trofeo para el presente tan tardío que mentimos. Como una mujer.
ENSAYOS
—Larra, Lorca, Byron. Ensayos, por entendernos. ¿Hasta que punto Ia atmósfera Iorquiana ponderó tu prosa en el “Lorca, poeta maldito”?
R.- Hay afinidades importantes. Yo, como lector, necesito que me sorprendan desde el principio, ya de entrada. y Lorca sorprende desde el primer verso, deslumbra, fascina frente a Ia poesía que parece se Ileva ahora en donde se narra o más bien no se narra y queda ahí algo, bueno, pero sin sorpresa por ninguna parte. Lorca sorprende constantemente.
Esta podría ser Ia primera afinidad. Luego está el poderoso surrealismo de Lorca, la capacidad metafórica, en Ia que yo sigo creyendo de una manera absoluta y que me Ileva a leer siempre a los surrealistas. La capacidad metafórica de Lorca, sí, que unas veces es gongorina, otras de Lope, otras de Quevedo, otras sencillamente surrealista y otras de Ramón Gómez de Ia Serna: su prosa está Ilena de greguerías. En Ia capacidad metafórica —quizás esto no Io digo en el libro y Io habría dicho hoy— es baudelairiano, es decir, Ia síntesis, reunir todo en un verso, empieza en Baudelaire, en Byron no está. Está en Baudelaire y en Lorca y eso es ya Ia modernidad.
-El libro como ensayo-creación. ¿No crees que este binomino debería sustituir en muchos casos a esas interminables páginas de bibliografía y datos que se tiene por costumbre en libros sobre autores?
R.- Yo creo que sí. En todo caso es el único ensayo que yo puedo hacer ya que no tengo ganas ni paciencia para hacer otro. Es el ensayo que a mí me fluye con naturalidad. Estamos, curiosamente, en un momento en el que se ha abandonado un ensayo científico. Roland Barthes, incluso, en sus últimos libros abandona el estructuralismo y hace un tipo de ensayo lírico, irónico, si quieres, fuera del rigor estructuralista, que a mí me encanta estudiar pero como el ajedrez, igual. No es que yo me propusiera un tú a tú con Lorca —hubiera resultado ridículo y estúpido— sino estudiarle modestamente, humildemente con mis instrumentos, mediante mis instrumentos que son líricos, estilísticos, intuitivos, no científicos. Que luego resulta que mi yo maníaco que tanto denuncian (sonríe) incluso en El País aparece demasiado, aflorando a Ia par con Lorca, eso ya es inconsciente, no hay consciencia por mi parte en que esto resultase así.
LA FABULA DEL FALO
—La Fábula del falo. El falo como icono, como el icono primero de Ia humanidad que ha ido callándole su alevosía.
R.- Yo he descubierto, claro, a Io largo de una larga carrera amatoria, casi de profesional de esto, en Ia que no me gusta insistir porque queda muy hortera y muy mal, he descubierto, a medida que Ia mujer se ha ido liberalizando y esas pijadas, Ia profunda obsesión de Ia mujer por el falo. Obsesión siempre callada, porque Ias mujeres son muy putas y no Io dicen ni lo escriben, una verdadera obsesión, una verdadera obsesión. No cabe duda de que dentro de Ia religión sexual de Ia mujer, de Ia religión del cuerpo del hombre, el falo es un icono para ellas, no hay duda. Una mujer, claro, tiene muchos puntos de referencia en su propio cuerpo.
Resulta que tiene muchas tetas, mucho culo, unos muslos bonitos, en fin, Io que sea. Por otro lado, el hombre tiene muchos menos puntos de referencio anatómicamente, ¿no?, así, Ilamativos. Puede tenerlos todos para un hombre o una mujer a quien le guste, pero en general, visto desde fuera, objetivamente, el hombre parece un ser asexuado, neutro, que si no recuerdas que tiene un falo y unos testículos y tal, bueno, pues resulta que es una cosa que Ileva un traje.
Ajena duda Ia tarde estremeciéndose apenas entre Ias penúltimas hebillas de junio, entre Ias primeras aguas en donde el verano se enclaustra. Ajena a Ia palabra, a los peligros de Ia palabra, a su espesura de mediterránea y sin ley ni fondo, como una mujer desnuda de pendientes, como una mujer con el escándalo de su desnudo, como un cuerpo sin ley bajo un mestizaje de alhajas.
R.- El falo es un hecho insólito. La mujer va proclamando sexualidad. El cuerpo de Ia mujer es un mensaje sexual constante, una descarga continua de mensajes sexuales, El cuerpo del hombre no, no tanto, ni siquiera para Ia mujer. La descarga sexual no es tan fuerte. En compensación a esto ocurre que el falo es tan insólito que, como digo en ese libro, nuestra civilización a estas alturas no Io ha asumido, no Io ha asimilado. La prueba es que en películas, en revistas, en cosas, todavía no se ven falos en erección. No se ven, no hay posibilidad.
En rodilla empieza todo. En Ia tarde se desencadena todo. Desatenta y gótica, no es Ia tarde quien congrega en su sombra Ia esbeltez de Ias muchachas que fuera. Las jóvenes han hecho de Ia tarde un perfume único dc fruta muy lisa, de espaciosa, tristeza, de leve densidad desaforada,
R.- No se ven falos en erección, no hay posibilidad, ¿por qué? Evidentemente no hay censuras ni cosas así, y Ia cámara, en revistas, sí toma de cualquier modo Ia vagina de Ias señoras. ¿Por qué no aparecen falos en erección? La sociedad todavía no Io ha asimilado, es decir, yo acabo diciendo que el falo es prehistórico, algo no asimilado por Ia historia, por Ia historia de Ia cultura, que sí ha hecho una asimilación falsa: el falo museal, el falo de museo, de los dioses, de Ias esculturas clásicas. Esto es una asimilación en falso, hipócrita, que es Ia que el arte suele hacer, siempre convencional.
Gravita Ia tarde hasta Ia orfandad del asfalto, Ajena asciende con sus hombres granados por el mediodía o el crimen. Viuda de inviernos y tréboles nos mira vestida con su perfume, con su edad apenas, con su desnudo.
R.- EI falo, Ia erección está bloqueada por Ia cosa artística, como tal instrumento, porque claro, los órganos de Ia mujer son internos. En una señora desnuda, por Io tanto, no ves más que un triángulo de vello. El falo sigue siendo insólito, prehistórico. De ahí viene el carácter icónico del falo qua yo creo que es múltiple para una respuesta, que puede remitir a Ia fecundidad de Príapo, a Ia religión secreta de Ia mujer, a muchas cosas. Múltiple, sí. Ten en cuenta que el falo es el icono secreto de una familia. Toda Ia familia desde Ia abuela hasta Ia niña pequeña, que sabe que el adre tiene ahí una cosa poderosa y que es Ia que ha fabricado todo aquel invento, saben que alrededor del falo, del que jamás se habla, gira todo. Vamos, el carácter icónico del falo es absoluto, anatómicamente, inclusa una configuración icónica. Creo que digo una boutade en el libro: falo es un icono para penetrar a Dios. Es una boutade pero también podría desarrollarse.
Hacia atrás Ia tarde en rebelión de rutas, en cópula de arenas y días, mecida de sal y lujos, de ocasos y Ilantas. Hembra la tarde y enarenada de Iluvias que no Ilegan, rebelde de anillos, persiguiendo con sus manos marítimas lentas Ia melodía del falo, el canto del hombre, su devota música de bosque.
—El falo, Paco, estrecha mucho Ia distancia entre el amor y el crimen.
R.- Si el crimen es por dinero no hay relación, pero si el crimen es sexual o amoroso no hay diferencia. El acto sexual tiene mucho de crimen, de profanación y anulación de Ia otra persona mediante el placer, Ilega a destruir absolutamente. Esa mujer que yo en sociedad he visto muy construida se convierte en un verdadero placer al ser destruida, despiezada por el sexo. Es un modo de destrucción de una personalidad,
Umbral da su pómulo derecho a Ia hoguera de Ia tarde que entra sin clemencia ni cota. En el pómulo izquierdo, más intimidado de mejilla, brilla, como un juego irreprimible del tiempo, como un vaivén de arpones que Ia piel desdice, una cicatriz que singulariza Ia curva ya singular del rostro, un trazo más hondo que fuera Ia cara misma, Ia herida entera de Ia soledad que se encaró a lucir izquierda y de costado y que ahora, ya solemnizada por mínima, canalla y sobria, es trasluz y cifra en donde Ia pureza decide abrir su capricho de sangre y sus lúcidas anchuras de oro.
Convalaciente en Ia atención, vencido de triunfos (hay en él el revés romántico de hacer del autor Ia primera heroicidad de Ia obra, como una hechura de romántico que hubiera leído surrealismo, como un libertino leído por libertad surrealista) aguarda entre el rey redimido por Ia insolencia o Ias fiebres y el cónsul burlado por Ias navajas del cabello, en el blanco aldabón de Ia melena. La petulancia se cura petulando. La fealdad, ¿cómo se cura Ia fealdad?
Despacio, inagotablemente, mientras se curva Ia tarde en su voz, el día se sincera y alarga, se encrespa o tiende:
R.- La escritura fálica es frecuente. Henry Miller, Hemingway, eso que ahora llaman machistas, con palabra horrible, escritores fálicos, que escriben desde el falo, en hombre, en macho, y en macho que está penetrando y violando todo: Ia naturaleza, el relato, los personajes, Ia escritura, todo. Es un fenómeno frecuente en algunos escritores, y no digamos en aquellos Ilamados fascistas, como el caso de Malaparte, y en alguna medida en el caso de Valle-lnclán. Valle no es fascista en absoluto, claro, no haya equívoco, no voy a Ilamar fascista a Don Ramón, pero entre los hombres del 98, el más fálico es él. El que de verdad, por entendernos, escribe con los huevos encima de Ia mesa.
Valle Inclán no es fascista, no hay equívoco. Cuando Umbral habla de sus escritores puede verse esa acentuación íntima que los hace queridos y clásicos. No haya equívoco. Bien sé yo que además de Ia obra, de Ias obras, cita Ia vida, Ia catástrofe, Ia biografía. Suscribe frases, versos, anécdotas al tiempo, secretamente, empuja Ia identificación, el conocimiento, Ia complicidad.
Negro el tacón, como Ias botas, de puntera inteligente y seria, un poco estrecha, desde donde se yergue, sorprendente, su estatura de juez o enemigo.
Como dos maneras de asistir al mundo, como dos pistolas que subir frontales ante Ias cejas, como dos maneras de ausentarse, Umbral alterna sus dos gafas, que son dos formas de leer y vivir, de escuchar y esconderse. El cuerpo ha crecido demasiado para los hombros de Ia chaqueta, el alma ha ensanchado en exceso el cuerpo para Ia blanca chaqueta, que le queda pequeña, corta más bien, bastante corta. Abierta sobre el pecho, caída del revés, metidos los brazos en Ias mangas, traiciona Ia extensión de Ia espalda tasando Ia longitud del hombro. Túnica corta, capa con mangas, blanca y sin forro, Ia utiliza rebajada en abrigo de estío, con algo de manta ligerísima para hablar despacio:
«Esto son problemas míos, puramente neuro-vegetativos. En esta jornada de calor, seguramente tengo espalda sudorosa. AI Ilevar esto así bloqueo el sudor y como con frecuencia me produce muchas faringitis, logro prevenirme».
Túnica corta, capa de blancura y viaje con hurto de manga, Ia utiliza para extinguir el fuego florecido en el cuello, para ahuyentar el búho de las amígdalas, de Ia noche y sus filos, de Ia infancia y los duros comienzos, con su filo y su vuelo adverso.
R.- La fealdad se cura con los años. Los franceses dicen una cosa maravillosa: el hombre joven es bello, el hombre maduro es grande. Con los años, entonces, el hombre maduro, si no es un gilipollas, en su medida, en su forma, se torna grande.
—Dos infinitivos, Umbral: producir y exhibirse. Tú Io has tenido siempre muy claro.
R.- Yo creo mucho en el escritor espectáculo. Eso Io explica muy bien, como sabes, Sartre en su Baudelaire, que ese sí que es bueno, aunque a mí ya no me parece tan bueno, porque le pega una bronca a Baudelaire y que Sartre reprenda a Baudelaire es ridículo, pero en fin, el libro es interesante y para su momento está muy bien. Lo que cuenta Sartre: el escritor ha sido durante siglos el protegido del príncipe. AI desaparecer el príncipe, el escritor se convierte en el príncipe y posa de príncipe. Pero claro, es también el bufón ante los príncipes que quedan en Ia tierra: Ia aristocracia, el dinero, Io que sea. El escritor es, pues, espectáculo. Ofrecer al mundo un libro de versos, una novela, un cuadro, es ofrecerse uno mismo. El escritor espectáculo, que Io es Lorca, en España, y así le fue, Valle, tantos en Francia, Byron y Wilde en Inglaterra, no es más que Ia situación límite del escritor. No hay que darle vueltas. Lo único que podemos ofrecer somos nosotros mismos. La objetividad es un cachondeo, no hay objetividad que valga: el escritor ofrece su propia vida.
Drago Ia tarde con su amnistía de plata y trayectos. La tarde era indignación de rumbos y desatadas sombras, rabia de rastros con un sol de aviones y retraso.
Había que envenenar, hay que envenenar. Había que ofrendar al mundo su despoblada ternura, había que tapiar Ia noche con el fuego que somos, con el robo que nos asiste y redime. Yo hubiera querido para Umbral el texto ardido que urge bajo el amor y los caballos, algo ardiente y doloroso, fatal y bello.
La entrevista, inútil con Ia tarde, se va hasta Ia memoria, hasta Ia ceniza, y en ella participa en los vínculos que Ia alejan, de Ia música, del fuego del presente.
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