El Profesor Miguel García-Posada fue tal vez el crítico literario que mejor entendió y analizó la obra de Francisco Umbral. Lo descubrí en aquella edición crítica (y esclarecedora) de "Mortal y rosa" y después lo fui siguiendo por los periódicos, suplementos y revistas culturales. Su libro "La rosa y el látigo" se puede considerar la verdadera biografía autorizada del escritor perpetuo, que era como él llamaba a Francisco Umbral.
RESEÑA :: Abc de las Artes y las Letras
Palabras duraderas
POR MIGUEL GARCÍA-POSADA.
Francisco Umbral escribió “Carta a mi mujer” en los veranos de 1985 y 1986. Pero no se decidió a publicarla hasta más de veinte años después, cuando falto el escritor de las fuerzas necesarias para acometer una obra de nueva planta, retomó a instancias de su admirable mujer, María España Suárez, este original que comenzó a revisar con el concurso de ella. Pero la muerte le llegó cuando apenas había iniciado su tarea, que no hubiera sido muy profunda por los indicios que muestra el mismo original (mecanocristo con leves correcciones a mano).
No es fácil conocer con exactitud las causas por las que un escritor deja inédito un texto, salvadas circunstancias trágicas, pero en el caso de Umbral no parece aventurado sostener que en plena y espectacular irradiación de su imagen pública de leidísimo columnista, escritor popular y literato multíparo, el escritor temiera por la interferencia que podía suponer la comparecencia de un Umbral muy íntimo, hogareño, familiar, esposo afable.
Yo privado. Cierto que no era la primera vez que Umbral reivindicaba su yo privado en público, pero sí la primera vez que el autor hacía aparecer con tanta intensidad su circunstancia íntima, inserta en una poderosa, casi excluyente cotidianidad. No cabe, pues, considerar la posibilidad de que el texto hubiera sido hibernado en espera de una nueva revisión por lo antes expuesto y por la perfecta condición de obra acabada con que Carta se muestra.
Texto capital, es Carta una memoria interior, una narración interiorizada de los años de madurez del escritor, que evoca y a la vez contempla su tiempo de convivencia matrimonial. Al señalar esa condición narrativa importa destacar que el término se emplea aquí solo en una acepción aproximada, pues, como el mismo escritor dice, lo que importa de una vida, novelesca o no, es lo que no pasa. Carta es la rememoración y representación de aquello que no pasa (les «pasa» a Francisco Umbral y su mujer, María España Suárez, rápidamente desposeída del patronímico para evitar instrumentalizaciones equívocas).
La mujer adquiere destacado protagonismo, pero Carta no contiene ningún retrato de mujer; tampoco es la historia de una pareja, ni, desde luego, sirve para urdir la biografía del escritor, sometida como está a un proceso de interiorización en que la realidad tiende a no rebasar su condición de elemento objetivo, al margen de las bellísimas imágenes que el autor despliega. Y por más que algunas páginas encierren esas sugestiones, no alberga tampoco ninguna pastoral o visión idílica y campestre del chalet y jardín en donde se desenvuelve la mayor parte de la acción.
Dignidad vital. La obra enlaza con los textos interiorizados de Umbral, fuertemente transitivos, tales "Mortal y rosa" y esa otra obra maestra que es "Un ser de lejanías". Son textos en los que el apoyo argumental es escaso y se sustentan de su propia falta de base. Escribir sin tema es un viejo sueño literario, y el escritor lo cumple aquí. De ahí la fulguración del estilo, que genera su propia realidad y no es nunca un suplemento añadido, un exorno, sino una necesidad exigida por la propia urdimbre conceptual, que remite, en fin, a lo que es el auténtico leitmotiv del libro: la declaración de una dignidad vital, la del escritor y su pareja enfrentados al tiempo decisivo de la madurez.
La belleza de las imágenes hunde sus raíces en este espesor ético y estético a la vez. Belleza de las imágenes, belleza de la dignidad, que se salva en el fulgor de las palabras, que celebran un mundo espléndido de vida, a la vez que abren paso a la presencia del acabamiento final, en el que la mujer se convierte en la samaritana del tránsito, en la mediadora ante las sombras de la irremediable víctima: en la criatura capaz de oficiar como guardiana y ángel tutelar del emplazado a morir.
Abc de las Artes y las Letras. Domingo 8 de marzo de 2008 - Número: 840
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