martes, 19 de marzo de 2019

Reseña: Un ser de lejanías (2001)




El Cultural, Miércoles 18 de Abril de 2001
Un ser de lejanías

Un ser de lejanías semeja un diario íntimo (quizás sería mejor llamarlo interior) tratado con procedimientos verbales cercanos a la intensidad, esencialidad y gratuidad de la lírica. Es eso que suele calificarse como literatura pura. 

SANTOS SANZ VILLANUEVA 

Los últimos libros de Francisco Umbral (Madrid, tribu urbana y El socialista sentimental) comparten una explícita dimensión cronística, por encima de la particularidad del género que los ahorma, el memorialismo y la novela, respectivamente. En el nuevo fruto de su incesante escritura, Un ser de lejanías, da un giro en apariencia completo. Aquí lo externo apenas consiste en una plataforma sobre la que desplegar un texto sin género específico de un intimismo absoluto, o casi.

La distancia entre estos tres títulos muestra un par de cosas. Por un lado, la versatilidad de un escritor que, desde sus orígenes, ha dado pruebas constantes de moverse con parecido acierto en distintos dominios de la prosa, ya sea la urgencia testimonial, ya la esencialización poemática. Por otro lado, que no existen compartimentos estancos entre las modalidades que frecuenta. En todas ellas se perciben unos hilos que sostienen la globalidad de una forma de entender la literatura consistente en el entrelazado de subjetivismo, autobiografía y fascinación por el idioma.

Con estas vetas sustanciales cuaja un estilo que en otra ocasión traté de definir refiriéndome a un “género unipersonal”. De este modo, los tres títulos arriba citados, siendo tan distintos, resultan cercanos. Sólo el acento puesto en uno de sus ingredientes determina a la postre la cualidad artística de un libro de Umbral. Valga esta explicación para decir ya, sin más preámbulos, que “Un ser de lejanías” intensifica la vertiente lírica. Bajo ella subsume un levísimo valor de crónica de actualidad, más una forma memorialística expuesta en una especie de diario, “o lo que sea”, como apostilla el propio autor.

Dicho de otra manera, “Un ser de lejanías” semeja un diario íntimo (quizás sería mejor llamarlo interior) tratado con procedimientos verbales cercanos a la intensidad, esencialidad y gratuidad de la lírica. Es, en su mayor parte, eso que suele calificarse como literatura pura, y enlaza, en la trayectoria de Umbral, con la elegía por el hijo, “Mortal y rosa”, y el homenaje a la madre, “El hijo de Greta Garbo”. Hasta cabría sospechar que añade ahora el capítulo que faltaba para formar con estas dos obras una trilogía familiar distanciada por los años.

Sería, visto así, el episodio referido al padre, el propio Umbral, en sus arrabales de senectud, por decirlo a la manera manriqueña recordada en el texto. El personaje surge enfocado desde el latido del paso del tiempo y sus consecuencias, el triunfo vano (gozoso e insatisfactorio) y el miedo intranquilizador. El estremecimiento ante el tiempo me parece el motivo más importante del día a día. La temporalidad, uno de los temas poéticos por excelencia, intemporal y universal, nutre este libro que viene a ser un poemario en prosa; o, si se quiere, poesía auténtica despojada incluso de la rémora del verso, como en el proyecto final de Juan Ramón Jiménez, a quien se cita, y no por casualidad, varias veces.

Otro bloque fundamental de asuntos del diario aborda cuestiones artísticas. Insiste Umbral en conocidas posturas suyas planteadas con su habitual criterio excluyente. Rechaza rotundo el interés de los contenidos, no sólo en las letras, también en las artes plásticas o en la música. Reniega del realismo. Alaba la “literariedad” con el apoyo de una peculiar lectura del formalista ruso Jakobson. Hace un encendido elogio de la metáfora. Y, en fin, proclama un ideario personal: “he aspirado a escribir la escritura”, dice.

La suma de estos principios, esta “poética” umbraliana, cobra plasticidad anecdótica en el pasaje en el que explica cómo ha ido desterrando los cuadros figurativos, con historia, de las paredes de su casa y los ha sustituido por pintura abstracta. “Un ser de lejanías” es coherente con esta perspectiva; casi, incluso, viene a ilustrarla. Breves pasajes toman pie en un pretexto, a veces nimio, para desplegar un metaforismo caudaloso.

Merece la pena anotar la raíz de la mayoría de estas metáforas. Guía al autor el propósito confeso de asociar realidades lo más distantes posibles, pero no son, por lo común, resultado de un ejercicio intelectual. Al contrario, predominan las metáforas casi inmotivadas, subconscientes, oníricas a veces. Surgen así asociaciones inesperadas, reveladoras; tan extrañas algunas como hermosas. Un paisaje, una mujer o una sensación se convierten, por medio de comparaciones o sinestesias, en imágenes inusitadas; vigorosas, emocionantes y cálidas, además, porque no proceden del cálculo frío de la razón sino de la alquimia verbal o de la intuición.

De este modo, Un ser de lejanías cumple en buena medida la ambición de convertirse en literatura en estado puro. De ello da fe una parte del libro, con secuencias tan redondas y admirables como la que lo abre. Otros pasajes, en cambio, aún conservan algo del peso anecdótico. Podría haber sido el autor más radical y haberlos suprimido. Sobran, desde este punto de vista, las cenas con Cela y los comentarios sobre su personalidad, por ejemplo. Son obstáculos para esa suprema meta de presentar una creación autónoma, valiosa por sí misma y no por contraste con un referente ajeno. Que es lo que se alcanza en la mayor parte de este gran libro: creativa y novedosa expresión verbal depurada de casi todo lo que no sea el sentimiento y la emoción decantados.

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