Pla
FRANCISCO UMBRAL
Me entiendo bien, a distancia y por los papeles, con el maestro Josep Pla, pues él es un catalán cansado y yo soy un español cansado, como bien reza el título de esta sección y de un cierto libro mío.
El otro día, Pla me ha dedicado su atención en esta misma revista, y aprovecho la ocasión para decir que siempre me ha fascinado este tipo de escritor divagatorio y lírico, muy vago y muy preciso al mismo tiempo, “especialista en ideas generales”, como decía otro catalán. Un tipo de escritor que no sé si viene de Montaigne, pero que en Pla encuentra máxima expresión moderna y catalana, y que en Baroja tuvo un doble vasco-castellano mucho menos sutil, mas malhumorado y metido en una tarea que Pla ha rehuido casi siempre elegantemente: la de hacer novelas (e incluso la de leerlas), mientras que Baroja leía y escribía folletines y folletones sin parar.
Parece que lo primero que avistó Pla en mi literatura, con su mirada de rendija -mirada de buen cazador- fue el plumaje vistoso de mi erotismo -o lo que él llama tal-, cosa que le escandaliza como me escandalizará a mí cuando tenga su edad. La misma alarma que experimenta el maestro Pla ante mis doctrinas eróticas (que no son sino divulgación modesta de otras más autorizadas que andan por el mundo), la misma alarma, digo, me causa a mi leerle en sus descripciones gastronómicas y alcohólicas. Admiro el lirismo y la buena prosa con que las hace, pero a mí, poco comedor, no deja de echarme un poco para atrás tanto sano regodeo de paladar. A cada cual le come y le quema por do más pecado había, querido maestro, y ay del que no se deja comer ni quemar, porque ése ha perdido la vida tontamente: es apolítico, o frígido, o del Opus Dei.
El maestro ha leído un libro mío y le sorprende que a un profeso de sexualidades pueda exaltarle la paternidad. Quizá cree el genio de la boina que una visión erótica del mundo es una visión cachonda de ligue a calzón caído, y por eso no se ha percatado de que mi exaltación de la paternidad y la maternidad no es la contradicción de mi erotismo, sino la corroboración y legitimación de este. Hay señoras y señores que, sin ser Pla ni mucho menos, cuando nos oyen o leen hablando de erotismo creen que hablamos de la orgia perpetua y de saca el guisqui, Cheli, para el personal.
Pla ha ignorado elegantemente en su comentario el desenlace insoportable e intolerable de mi libro, el cual le habría explicado muchas cosas, pero lo que más me motiva (como se dice ahora) de su página, aparte la gratitud y la admiración de siempre, es ese inevitable distanciamiento que, respecto de las cosas del sexo -como de tantas otras cosas-, tenemos las gentes de distintas generaciones. He hablado repetidamente -y a veces en esta revista- de las madres solteras, del hijo como agresión, de las mujeres que hoy, en España y en el mundo, quieren tener un hijo y lo tienen, no como arrepentimiento o final de su erotismo, sino como consecuencia máxima de éste, como redondeamiento de su visión erótica del mundo.
En la redacción de DESTINO me mostraban hace poco originales de artículos de Pla, escritos con letra muy menuda y bastante clara, o, en todo caso, firme (ya quisiera yo ese pulso para esa edad, maestro, cuando, a mis cuarenta, tengo que firmar a maqui- na hasta los cheques bancarios: y le hablo de cheques por eso que me dice del sentido de la propiedad, que sé que le halaga). Los artículos de Pla están escritos, a veces, sobre cualquier impreso, sobre un calendario de agenda. Pues bien, yo creo, sin tomar en serio al señor Freud, que ya sabemos que era un frígido, que el erotismo, el sentimiento erótico del mundo, es más bien un derroche, un exceso, una abundancia, una dádiva: todo lo contrario de escribir aprovechando un impreso. Impreso que para mí ha sido como contemplar una reliquia literaria y que he tratado de descifrar luchando con la letra y con el catalán, pero ejemplo de orden que no aprovecharé nunca, querido maestro, por el natural derroche de palabras, espermatozoides y monedas que es mi vida. Habla usted de los excesos de lirismo que, para su gusto, hay en mi libro, y esos excesos se corresponden exactamente con el erotismo natural de la vida, con la sexualidad fecundante, abundante y socializante a que uno vive abocado. Se hacen metáforas como se hacen hijos, como se hacen amigos o como se hacen amores.
Me aprovecha, pues, la lección literaria del maestro, y yo, que no suelo contestar a los críticos, le contesto a él porque no es un crítico, sino que es Josep Pla, y le agradezco la ocasión de meditar sobre esta visión del erotismo de nuestro tiempo que tienen las gentes de otras generaciones. Cuando nos oyen hablar de sexualidad creen que estamos hablando del mundo como casa de lenocinio. Y no hablo ya de Pla, claro, que es un caso humano y literario aparte y al margen, sino de esos padres que vigilan la conducta prematrimonial de sus hijas -y si es posible también la matrimonial-, en tanto que ellos convivieron durante toda una vida con instituciones como la prostitución, que hoy apenas tiene sentido para los jóvenes. Erotismo es todo lo contrario de prostitución, como libertad es todo lo contrario de caciquismo y justicia es todo lo contrario de caridad. El que en algunos -por ejemplo España- siga subsistiendo la prostitución, el caciquismo y la caridad, no dice nada en favor de esas tres venerables instituciones ni en favor de España.
La contraposición paternidad-erotismo, o maternidad-erotismo, es una cosa que se daba y se da en las parejas tradicionales, en las que, como me decía (hace poco Mari Francis, el matrimonio destruye la comunicación. En cuanto al sentido de la propiedad, de que me habla el maestro, siento decepcionarle, pero no tengo ningún sentido de la propiedad porque nunca he tenido ocasión de ejercitarlo, o sea porque no tengo propiedades, pese a ser castellano, o sencillamente por eso. No cuento con otra propiedad que mi prosa, que por cierto algo le debe a la de Pla, pues ya en Juan Ramón aprendí muy pronto a estudiar y cultivar las otras culturas de la península. Empezando terminando por Josep Pla.
Revista "Destino", 23-25 de Octubre de 1975
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