sábado, 17 de noviembre de 2018

La prosa del siglo



La prosa del siglo
FRANCISCO UMBRAL


Para estudiar un poco la prosa del siglo, en castellano (con las inevitables escapadas a otras lenguas) hay que empezar distinguiendo entre escritores que escriben y escritores que redactan. Luis G. Seara me lo explicaba muy bien la otra noche: “Mira, Umbral, los ingenieros de caminos, en España, cuando tenían que hacer un camino a través de un monte, seguían el procedimiento del burro, o sea, soltaban un burro local, conocedor del monte, y por donde iba el burro hacían la carretera. No hay duda de que el burro había consagrado siempre el mejor camino. Y no estoy muy seguro de que no se siga utilizando el procedimiento del burro.”

Tampoco uno está muy seguro de que no haya, entre los escritores, algunos que sigan utilizando el procedimiento del burro: es decir, el camino más corto y aburrido para contar una historia. Mas, para ser escritor de verdad, hay que utilizar exactamente el camino contrario del burro. El primer escritor español del siglo que hace prosa, con voluntad de que el lenguaje signifique por sí mismo, y no sea un mero vehículo redaccional, es don Miguel de Unamuno (1). Unamuno, en el ensayo, la novela, la filosofía, pone siempre en funcionamiento la musculatura del lenguaje, frente a la astenia de Azorín y Baroja (y de Machado, a veces, en verso). El primer escritor en castellano consciente de que incluso la filosofía es lenguaje es Unamuno, y no sabemos cuánto le debemos a este viejo. Unamuno en el 98 y Juan Ramón Jiménez en el Modernismo hurden el nuevo castellano del siglo, como también Azorín, sólo que ellos actúan por exuberancia, y Azorín por estreñimiento. Valle-Inclán es un cruce del palabrismo conceptual de Unamuno y el lirismo de Juan Ramón y Rubén. En el 27 todos son poetas, salvo los brillantes intentos de Pedro Salinas en prosa. Unamuno hace la prosa como generadora de ideas. Juan Ramón hace la prosa lírica. Valle, la prosa descriptiva. Ninguno de los tres ha sido superado. Bergamín es una mala caricatura de Unamuno (2). Miró es una mala caricatura de Juan Ramón. Foxá es una mala caricatura de Valle. La prosa del siglo, pues, amanece especulativa, lírica, narrativa. Entendemos por prosa aquella que de la palabra genera una idea: Unamuno, Ortega.

Entendemos por prosa creadora, creativa, aquella que no se limita a redactar las cosas, sino a crearlas / recrearlas con palabras: Valle-Inclán. Entendemos por prosa aquella que contiene en sí todos los elementos de la poesía, pero liberada de la prótesis de la versificación: JRJ. Las metáforas comerciales o geodésicas no son literatura. Después del 98 no hay más que un prosista en España: Ortega. Un discípulo de Ortega, Julián Marías, ha dicho alguna vez que el pensamiento sistemático es contrario a la marcha natural del pensamiento humano. En una palabra, la filosofía clásica es "antinatural" (3). La gloria y ventaja de Ortega es que, incluso tratando temas cerradamente filosóficos, deja vagar su prosa por los meandros naturales del pensamiento. Por eso sigue estando vivo, incluso con su sabor de época. De otra parte, ya nadie cree en un sistema filosófico que pueda cerrar el Universo como una catedral (ni siquiera las catedrales se cierran arquitectónicamente: ahí está la Almudena). De modo que el pensamiento azaroso de Unamuno u Ortega vienen a resultar los más últimos y actuales de los pensamientos. En la generación del 36 no hay buenos prosistas. Cela y Delibes, en los 40, después de la guerra, superan con mucho el estilismo malo de Serrano Poncela o el proustianismo aprendido de Rosa Chacel. La prosa del siglo salta de Valle a Cela, en la narración, y de Ortega a nadie, en la filosofía y el ensayo.

Laín y Aranguren son ricos de ideas y cultura, pero sobrios de prosa (que es la materia que se estudía en esta lección, a saber). En cuanto a la prosa creadora, sólo hay dos nombres en la generación de postguerra: Cela y Delibes. Y no hablo -insisto- de merecimientos literarios, sino del entendimiento de la prosa como sustancia primera y última con que se hace un libro. No es tanto una cuestión estética como una cuestión ética. Se lo expliqué una vez a Lázaro Carreter en el Palacio de Liria:

- El escritor, cuando habla de un gitano, tiene que molestarse en hacer la "escultura léxica" de un gitano (Peter Weiss), y no limitarse a aludirle con cuatro tópicos: Galdós, Baroja, Azorín. Es la moral de la obra bien hecha. Los entes y las cosas tienen que emerger de las páginas como esos libros infantiles con ilustraciones erectas.

Y Lázaro, al fin, comprendió. Comprendió que el escritor bien, creadoramente, no es una cuestión estilística, estética, sino una cuestión ética, un hacer las cosas hasta el final: lo que los soviéticos debieran exigir a sus escritores, si los soviéticos no fueran tan burros. La inmensa minoría (no hay mayorías) de los escritores se limita a redactar las cosas como en una carta. Pero redactar una cosa es todo lo contrario de hacer una escultura léxica. Por eso he odiado siempre a los redactores de domingo, que, al cabo de toda una carrera, ni siquiera se han enterado de qué cosa sea la literatura. En la generación de los "niños de la guerra" -Ferlosio, Aldecoa, Martín Gaite, Matute, Goicoechea, Fernández Santos, etcétera- hay un solo creador en prosa: Ignacio Aldecoa. Martín Santos hizo el Ulysses pequeñito y nacional, como se ha hecho en cada país. Sánchez Ferlosio hizo una novela gramatical y calló para siempre. Ignacio sí sabía qué era la prosa.

Tiene uno escrito, a propósito del pintor Solana, que su genio está, no en pintar pobres, sino en pintarlos pobremente, con lo cual está pintando ya la pobredad. Bueno, pues Aldecoa, como sus predecesores inmediatos, Cela y Delibes, no pinta los pobres pobremente, sino con un secreto lujo de estilo que los enjoya. Resulta, irónicamente, que nuestros mayores "obreristas" han sido orfebres. Se es orfebre de oro o del estaño. Benvenutto Cellini no está en la materia trabajada, sino en sus manos. Quizá nos hubiera hecho falta el Solana de la literatura, pero ya lo fue el propio Solana, que escribía mal muy bien. La generación que hoy anda alrededor de los 60 años ha tenido un escritor, "el escritor": Ignacio Aldecoa. Y no me obliguen a repetir aquello de Nietzsche: "Una generación es el rodeo que da la naturaleza para producir un genio". Los demás lo han probado todo, de Joyce al intímismo, del anglosajonismo (que les hace parecer ingleses traducidos, como JRJ dijera de Cernuda) al realismo y el surrealismo. Nada, no hay escritor. Aldecoa deja varías novelas magistrales y dos tomos de cuentos que están, completos, en Alianza Editorial. Más que realismo lo suyo es hiperrealismo. Lo suyo, sí, está más en Antonio López que en Solana, por seguir utilizando la pizarra, tan explicativa de la pintura. Pero aquí no hay un dios que venda un cuento si no es Borges y ciego. La generación posterior o "tercera generación de postguerra", como dicen algunos críticos muy ordenados, me incluye generosamente, y ha vuelto a dar, sobre todo, de manera curiosísima, articulistas, columnistas, como la generación de la guerra. Vázquez Montalbán, Cándido, Vicent, Máximo, Rosa Montero, Carandell, Cueto, Verdú, Gala. ¿Somos también una generación de señoritos", como aquéllos? Probablemente; sólo que, ahora, de señoritos "de izquierdas", lo que no hace sino poner peor las cosas. Entre todos lo hemos hecho todo y de todo, pero el público nos conoce mayormente por el articulismo, cosa que nunca han admitido suficientemente los periódicos, y menos aún sus administraciones.

La prosa del siglo, pues, tras el didactismo redaccional del XVIII -Jovellanos- y el romanticismo huero o el neoclasicismo tardío del XIX, tras el gacetillerismo histórico de Galdós, vuelve a cobrar nervio en el 98, y el Modernismo, con Unamuno en el ensayo y Valle en la creación, vuelve a tomar conciencia de que escribir es generar una realidad no real, que está entre la escritura y el lector, y esto se debe en buena medida al surrealismo y las vanguardias. La prosa didáctica del XVIII había arruinado el barroco y, en cuanto al XIX y su Romanticismo, fue más creador en la poesía que en la prosa, de Hugo a Baudelaire. En España ni siquiera existió. La prosa del siglo es otra vez prosa, creación léxica, y el estructuralismo, más que a anunciar esto, viene a corroborarlo, mediada la centuria. Los estructuralistas nos recuerdan que un libro consta sólo de palabras, como un cuadro consta sólo de pinceladas. Lo demás son valores añadidos que, más que sumar, restan. O se tiene el genio de la palabra o se redacta. Tras dos siglos de didactismo y redaccionismo, el nuestro quedará -modernismo, surrealismo, vanguardias- como un siglo muy literario (ironía anti/McLuhan), de Joyce a García Márquez.


Publicado en El País, Lunes 13 de Enero de 1986

Notas

1. El juego de la prosa le viene a Unamuno de su "pariente" exístencialista Kierkegaard, y más entrañadamente, de Gracián.
2. Bergamín exhaustiviza el concepto unamuniano de ida y vuelta, hasta hacerlo gratuito.
3. Marías es el único discípulo de Ortega que ha mantenido la voluntad de estilo o calidad de página.

No hay comentarios:

Publicar un comentario