Poema en prosa de 1966, donde Umbral se pregunta por su infancia y juventud en un golpe de olvido.
Noctuario íntimo
FRANCISCO UMBRAL, 1966
Decir de dónde vengo, de qué vengo,
aquella lluvia cayendo en interiores,
aquella tarde enferma que llamaré mi infancia.
Darle un nombre, por fin, a todo eso.
Era la más delgada tristeza, un quebradizo caos, una alta
cenefa de fulgor, de sueños, de inventiva,
mientras mis pies rodaban vagamente.
Una estatura que no me pertenecía, que me quedaba holgada y triste
como la ropa de los muertos.
Llamarle infancia a todo aquello...
Infancia es una larga y blanca palabra que dice arenas nuevas,
vida rubia. No le va la palabra a lo que cuento.
Solo para entendernos digo infancia.
Descamisado el corazón, más tarde,
pero no tan abierto que se me viese el miedo,
buscándole a los días su noche clandestina,
buscándole a las noches su oculto día pálido.
Llamarle a aquello juventud...
Juventud es una erguida palabra valerosa.
Pero yo bordeaba los ribazos de sombra,
le iba dando la vuelta, por detrás, al monte luminoso,
al sinaí de luz de cada día.
Llamarle a aquello juventud.
Vengo de tardes que a nadie hicieron feliz,
de ciudades sin calles, de calles sin ciudad;
soy resultado oscuro, producto, consecuencia
de una serie de inviernos que la lluvia nos trajo encadenados.
Soy un cruce de días anticipados y retrasados días.
No me ha llovido a tiempo, me ha dado el sol temprano.
Mi entramado del pecho me lo inventé yo mismo.
Pero puedo olvidar, y eso me salva.
Empezaba a escribir para contarlo todo.
Pero puedo olvidar, otras veces me ocurre.
(Hay un repentino golpe de olvido, como un mar que vuelve
la espalda.)
Olvidar que soy hecho de mitades, fingida mi unidad.
Y es ya solo la vida, el presente diverso, abierto en muchas calles.
Una plaza de lenta actualidad, caras que dan perfume,
innecesarias luces que solo la alegría puede haber encendido.
Provisional, el mundo, se prueba en mí chaquetas, ropas optimistas,
levedades de lienzos y de color.
Salgo y entro, y olvido, en esta mezcla, que yo también soy mezcla.
Me contrasto con todo, vagamente, al pasar por espejos, por miradas.
Me contrasto con vidrios, con tejidos.
Respondo en bloque al roce de la vida,
reacciono contra manos, contra amistosos picaportes.
Me resuelvo en saludo, en prisa, en paladar o carcajada,
como si fuera, como si todo yo tuviera un único sentido,
muy preciso y despierto.
Puedo olvidar.
Puedo llegar —ay— a creer que de verdad soy uno y soy yo mismo.
Que lo que el sol me toca es mi entereza.
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