viernes, 12 de febrero de 2016

Poema: La cita



En este poema, Francisco Umbral parece tener una cita con su pasado "donde todo se destrenza y el silencio empieza a tener frío".


La cita
FRANCISCO UMBRAL, 1966

Quedándome parado, aquí parado, cuando se embota de belleza
— de belleza o de sangre—
el ir viviendo. Como una tarde que nadie se ha acordado de dar muerte
y se prolonga cielo adentro.
Como frente a una tapia de encalada tristeza
donde los ojos enseguida llegan
y ya no tienen qué mirar.
Como ese rodeo que a veces le doy a la costumbre porque la vida
— en lo que mi impuntual corazón se va tardando—
sea mentira ni verdad.
Entonces, lo que traigo conmigo, tanto mundo
como a mi andar se incorpora,
puede sobrevenirme por la espalda.
Pero no.
Lo que ocurre es que nada venía tras de mí.
Que si me paro, o si me siento, o si abro un periódico en blanco,
mi propia soledad me conmociona.
Tanta soledad desplazo
que es ya casi ruidosa y se la escucha.
Y nunca sabré —así parado, o tomando los atajos de llegar tarde,
o abreviando por donde nunca se llega—
si lo mío es quedarme o partir, si tengo
yo una cita o no la tengo.
Quizá resulta —sí, eso va a ser— que soy
la cita yo, que en mí se han dado cita.
Porque a veces lo siento —así parado, aquí, precisamente—,
siento que soy lugar adonde vienen.
Y es que acierto a quedarme entre dos calles,
en esa confluencia por donde ha de pasar todo el crepúsculo.
Donde silencio y sombra hacen su gran aparte.
Desde mí se ve bien que viene junio,
se abarca el panorama de las huertas,
las gentes que componen el futuro,
braceros de cada tarde, lentos horticultores
agotando el color de cada rosa,
tras las cercas que dan al ayer o al mañana.
En mí se han dado cita unos y otros.
Y los que solo vienen a asomarse, para cantar las horas
del esfuerzo,
y quienes vienen para descansar,
tienen en mí su cita, aquí se paran, presenciando el contorno,
el redondel humano del vivir.
Como que aquí parado siento yo todo esto.
Quizá, solo un momento. Pero yo soy la cita.
Sin mí, no estando yo, jamás coincidirían.
Jamás este hondo cruce, ápice de cada tarde,
en que la sola luz se va con todos,
cuando entre todos traen una sonrisa.
Soy yo —o me lo parece— la cita que tenían con la paz.
Aunque más tarde todo se destrenza
y la armonía en restos vuela y va.
Empezará el silencio a tener frío;
me quedaré, no sé si acompañado;
volveré sobre los pasos de la tarde,
pisando
la destemplada médula del aire.
Dudando, una vez más, si tengo yo una cita o no la tengo.
Pero, y ese momento, aquel momento, cuando acerté a pararme,
cuando algo me dio el alto, allá en lo verde,
y a propósito de mí ocurriría todo,
en tanto que una fuente nacía en cada calle.
En tanto que las madres y los niños,
la historia de cada pájaro, un suceso en el cielo, los tejados más bellos
y el esquinado pecho de los barcos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario