viernes, 19 de febrero de 2016

Libro: Trilogía de Madrid




Esta reseña de Raúl del Pozo está contaminada de "umbralismo" y las citas, greguerías, nombres propios y adjetivos utilizados son los síntomas más comunes de esta enfermedad transmitida por los periódicos de Madrid (golfa ciudad y personaje de ficción) donde escribía Umbral.


Trilogía de Madrid: Una greguería infinita 

Para conocer el espíritu «rumiante» de Madrid, nada mejor que volver a esta obra de culto, ahora con prólogo de Javier Villán 

RAUL DEL POZO

Hay un Madrid moro, un Madrid árabe o andaluz, un Madrid judío, un Madrid cristiano y godo, un Madrid republicano. «Todos esos Madrides no eran sucesivos, sino recurrentes, mareantes; esta es una ciudad rumiante, que está siempre rumiando en su pesebre de siglos». En Trilogía de Madrid se cuenta la historia de esta golfa ciudad, desde el Puente de los Franceses a la Manhattan de Cuzco. En un museo de cera que reviviera aparecen los escritores, los generales, los actores, los pintores, los toreros. Se inicia la fábula cuando el escritor novel llega con su maleta de carterista a la ciudad de la gloria, de la leña, los mangurrinos, los mariposas, la madera, la marela, y los manguis.

«La guerra civil del 36 fue la guerra entre un general de Africa y un crítico de arte, Don Manuel Azaña». Estamos ante la memoria total de Madrid. Para ir a Grecia ninguna persona solvente puede olvidar el libro de Durrell, Las islas griegas; nadie que llegue a Madrid en los próximos siglos, si es que llegara, olvidará Trilogía de Madrid, una autopsia, un friso pompeyano, escrito por uno de Valladolid que vino a incendiar una ciudad, cuya única industria es el poder y su comercio, la potestad de confirmar los mitos. Y el pirómano de provincias relata, con la delicadeza y la música de un ciego, la jet-set y la high-life, el tardofranquismo, la transición rubia, el fin de 40 años de gerontocracia, Francisco Franco en el ataúd de ruedas de neumático escoltado por la guardia mora, el entierro de César González Ruano y todos aquellos acontecimientos dignos de ser contados.

Para algunos la obra cumbre de Umbral es Mortal y rosa, para otros El hijo de Greta Garbo; tengo yo la secreta opinión de que Trilogía de Madrid, el himno de Madrid, la hidra de cemento, la ciudad darwiniana que selecciona al más apto o al más cabrón es una de sus obras cumbres, si no la cimera.

En esta epopeya de traperos y capas, académicos y putos, Madrid no es una geografía sino un personaje de ficción. Trilogía de Madrid no es memorialismo, ni refrito de sus genialidades diarias, sino una novela en la que el protagonista es Madrid y el antagonista un maldito que mea whisky Chivas aunque viva en el arroyo Abroñigal, con los gitanos y los cromañones.

He aquí la inconsciencia de un Joyce posmodernista que veía por los ojos de Juan Ramón a los niños pequeños muy de mañana, como en un carrito de helados pintados de blanco, como si el niño estuviese haciendo la primera comunión y comiéndose un helado de vainilla. El libro es una infinita greguería de Madrid. Madrid una forma de meterse las manos en los bolsillos y limpiarse los zapatos, un porrón de vino, una taberna taurina, no saber la diferencia entre esmoquin, chaqué y frac. Un Madrid que se inicia en el Puente de los Franceses y fluye hasta los 60, se refleja en la página y en el agua esquelética del río, «la mierda de la sierra, el oro del Club de Campo, el Hipódromo, el Pardo, el rebeco locuaz y silencioso, muerto a telerifle, las niñas de Serrano, las marquesas».

En este libro, Francisco Umbral completa su teoría del posfranquismo, de la literatura, del dandismo. Profanador de tumbas y mitos, dice cosas terribles de los escritores cuando coloca una guillotina en su máquina de escribir. Habla de la «dudosa lírica de Antonio Machado»; «Berceo, Balzac, Galdós, Baroja escriben mal, no pulsan el idioma ni son pulsados por él. Gustan a quienes no gustan de la literatura». De Miguel Hernández : «A mí no me iban ni su bondad, ni sus dramas de aldea»; «Bergamín, embohardilldo, perfileño y feo creyendo que con dar una vuelta a las palabras puede obtenerse una verdad».

Más que en otras obras de Umbral ésta es una lectura de su yo. Ve el pasado con crueldad, con lucidez, sin arrepentimiento. En él, la memoria es el estilo, el principio de su genio y al escribir su vida escribe la de todos los que llegaron de provincias, un «atardecer temulento, en un autocar gris y mareado de su propio motor...».


Referencia: El Mundo (La Esfera de los Libros), 1999

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