A pesar de la enfermedad y del cansancio la última entrevista a Umbral (en las postrimerías de aquel mes de abril) fue una lección de literatura y periodismo inteligente. Jordi Galves lo entrevistó para el diario La Vanguardia con el pretexto de hablar sobre el desaparecido siglo xx.
La Vanguardia (Culturas) Miércoles, 9 mayo 2007
Entrevista a Francisco Umbral
Lleva cuarenta años dedicados a las letras y los sintetiza en su último libro, cuyas ideas comenta con ‘Cultura/s’
“Mi patria es el siglo XX”
JORDI GALVES
Solemne y grave, tan delgado y tan alto, gigante, Francisco Umbral (1935) nos recibe en pie, el gesto duro, la barbilla adelantada, el pelo deshecho y blanco. Está muy cansado, menguado por la dolencia, y el elegante bastón de su diestra no es aditamento sino sostén sin temblor. Americana cruzada y botones dorados, pechera blanca y abierta, pantalones rojos de dandy. Los ojos vivos, nunca nada podrá apagar esos ojos que son como un reloj que mezcla una y otra vez su arena con el aire, la inteligencia con la ternura, el talento con el oficio, la voluntad con más voluntad de seguir viviendo aún más, él también como todos, tan mortal y rosa. Su último libro, “Amado siglo XX”, ha sido presentado como culminación, como un adiós definitivo a la literatura.
Maestro, la última frase de su libro concluye que “Umbral contempló su obra con sosiego y se tumbó a descansar”.
Claro, porque son más de cuarenta años dedicados a las letras, de escribir a diario libros y artículos, de escribir sin parar.
¿Para qué tanto esfuerzo? ¿Para qué sirve escribir?
Para cobrar.
Vamos, hombre, ¿sólo para cobrar?
El comercio del libro es tan respetable como el comercio de la naranja. Para cobrar. Hasta que ha llegado el momento de escribir en serio.
Usted ha escrito muy en serio...
Hombre, sí. “Mortal y rosa” por ejemplo, un libro sobre un hijo muerto no puede ser en broma. O mis ensayos literarios sobre Valle, sobre Lorca, sobre Larra, sobre Cela, que son literatura a tope. Lo más. Yo siempre tuve muy claro que quería dedicar mi vida entera, toda mi vida a esto.
En España no hay casi ensayos literarios.
Sí, sí que hay. Bueno, lo digo por mí mismo. Porque el último libro de José Antonio Marina, gran ensayista, está en alguna medida, en algunos capítulos, dedicado a mí absolutamente, a estudiar mi escritura. Y Marina sólo se ocupa de cosas muy importantes.
‘Amado siglo XX’ es una magnífica síntesis de todo lo esencial del siglo para usted, de todo lo que ha dejado huella. Un ejercicio que tiene mucho de Heidegger como ya lo fue ‘Un ser de lejanías’.
Heidegger es muy importante sobre todo por su reflexión sobre el tiempo. El tiempo es lo único que hay, es la sustancia de la vida, lo único que existe, lo que nos pasa, lo que nos hace hombres y lo que nos mata.
La obra de Umbral puede entenderse como una huella, un resumen y una vindicación de toda la literatura española.
Bueno, de toda no. Hay autores que no los he tocado. Me apasiona don Luis de Góngora como poeta lírico. Pero como creador, Quevedo, es mucho más creador. Pero la moderna poesía lírica española, desde la Generación del 27 viene de Góngora.
Usted viene de ahí, de Góngora y el 27. Es el hijo predilecto de ese mundo.
Bueno, es que yo no soy poeta. Pero sí, el 27 me entusiasma, me interesa un montón. Y los he conocido, les he tratado personalmente, a casi todos los del 27. Y claro, luego está Góngora. En mis artículos se puede ver perfectamente, cada vez voy siendo más complicado. Joder, me van a echar del periódico.
No es verdad. Precisamente usted nunca ha creído que la cultura deba ser algo indescifrable, sólo para privilegiados. Su periodismo está hecho de pensamiento fuerte.
Mis cosas, mis textos, quieren mezclar el lenguaje más retórico y elevado con el más popular. Yo lo que busco son lenguas, registros originales, nuevos, vivos. Y no la lengua muerta de los tópicos. Eso sólo se encuentra en la aristocracia intelectual, como la española del siglo XVII y en la calle, en las barriadas, en los alrededores de Madrid, donde están las fábricas, en esos sitios. El lenguaje popular no es el refranero sino el cheli madrileño o lo que se hable en cualquier otro lugar. Pero que esté vivo.
Usted no cree en la cultura para cuatro.
Sí, sí que creo. Pero uno de esos cuatro quiero ser yo.
Usted conoce muy bien Catalunya.
Yo escribí quince años en La Vanguardia con una columna diaria y me fue muy bien. Fue un periodo cojonudo, perfecto. Fue toda la época de Horacio Sáenz Guerrero que para mí se acabó cuando se fundó El País y me ficharon.
Usted ha querido mucho a algunos escritores catalanes.
Sí, a Pla mucho. Y a D'Ors más aún. De Pla me ha interesado su contenido, su tema que no es otro que Catalunya, Catalunya que está viva y palpitante en su obra, contenida en su lenguaje. Qué maravilla. Como lo está Francia en el francés, vamos. Y Eugenio D'Ors está en su gran pensamiento y su gran escritura. La suya es una escritura muy suya, admirable, prodigiosa, un barroco muy bello, adornado por una ironía continua. Así D'Ors se ríe de su propia escritura. D'Ors, él sólo, es un mundo. Los dos son muy buenos pero no hay uno que pueda decirse que sea mejor que el otro. La literatura no es la vuelta ciclista.
Pla no es barroco y usted sí. ¿Barroco, yo?
No lo sé. Me gustaría ser barroco. El barroco supone el idioma, ese idioma sensacional. En todo el barroco supone más, en la música, en la pintura, en todo, supone más. Ir a más en lo que se inventa, en lo que se crea. Es lo inesperado, la paradoja, el juego, la ironía, la posibilidad de pensar de otro modo. La clave de todo para el artista barroco es sorprender. En mi libro me meto con los escritores aburridos, los que no ofrecen ninguna sorpresa y son planos y previsibles.
Hombre, no me diga que no se mete mucho con Francisco Ayala en el libro, por decir uno.
¿Yo? No, si yo le respeto mucho, es un señor muy mayor.
Ya, ya, cien años...
Bueno, también me meto con otros mucho más jóvenes.
Sí, y ya puestos, incluso usted arremete contra sí mismo en el libro. Umbral critica a Umbral.
Es una idea de Sartre, de sus postrimerías. En estos momentos no sé si hacer ese juego en mi propia obra o en mi propia vida. Utilizar mi obra para volverme contra mí o respetar mi obra y utilizar mi vida, cosas de la vida, por ejemplo una mujer, para desmentirlas. Yo he aprendido de mí mismo, escribiendo. Y de mí, he aprendido a escribir. Trabajando en eso. Desde que saqué mi primer libro de cuentos que se llama “Tamouré”, escrito en una buhardilla del barrio de Salamanca. En esa época, caramba, yo fui muy feliz. Luego hice esa literatura densa, espesa, que culmina en “Mortal y rosa”, que me parece lo mejor que he hecho. La literatura que debiera hacer siempre. Debiera hacerla pero no la hago, porque cobraría menos.
Umbral, no se ha refugiado en la literatura ni en la erudición como otros, como Borges.
Borges es estupendo. He leído hace poco de él una idea: que en Estados Unidos la democracia es una superstición. Qué lúcido. Claro que la democracia no es sólo una superstición pero también es eso, una superstición. Borges tiene cosas muy buenas pero otras malas, como el cuento en que Borges encuentra a un desconocido. Y descubre que su interlocutor es Borges, le identifica sólo a través de los libros que han leído. Eso me parece inverosímil. La vida real lo contradice. La gente no se identifica así, dice de donde es, cuál es su pueblo, por muy cultos que sean. Un personaje es Borges, de acuerdo. Pero el otro es mentira. Y en cambio tienes a Cela, que fue un padre para mí y que siempre tiene detalles verdaderos. Como cuando cuenta que siendo niño tiene una bronca con los adultos y dice: “Me fui de aquella casa arrastrando los pies, para levantar polvo”. Que se jodan. O cuando Cela dice que en la Academia esperaba que a Laín Entralgo se le cayera el bastón “para no cogérselo”.
La venganza es una palabra muy bonita en su boca.
Sí, claro que sí. Es una palabra preciosa. Como la mujer venganza.
Usted no hace alarde de sus lecturas, como Gimferrer. Y no ha leído menos.
Bueno. Borges tenía pocas defensas, casi no veía nada y se refugia en los libros, era muy tímido. Y Gimferrer es muy cobarde. Pero esa cobardía quizás la llevamos todos. Y no me importa que me llamen tampoco sentimental. Con las mujeres funciona muy bien.
Basta leer a Umbral para saber lo que ha sido España en estos últimos cuarenta años.
Muchas gracias. Eso también lo dice Pedro J. Ramírez. Mi patria es el siglo XX, lo que yo he vivido, mi tiempo. Y he vivido para contar ese tiempo. |
Francisco Umbral "Amado siglo XX". PLANETA. 250 PÁGINAS. 21 EUROS
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