jueves, 24 de marzo de 2016

Entrevista a Umbral, 1972




En 1972 Francisco Umbral iniciaba el ciclo "las novelas de la infancia" con "Memorias de un niño de derechas", un libro donde Umbral ya es Umbral. En esta entrevista una desconocida Rosa Montero lo define como "autocrítico, contradictorio y vergonzoso". Ella era la musa, la Mafalda progre del tardofranquismo.



Revista “Destino”, 24 de Junio de 1972

Francisco Umbral: Memorias de un niño de derechas

ROSA MONTERO

Le pudimos ver hace unos días firmando ejemplares en nuestra mesetaria y capitalina Feria del Libro, sonriendo amablemente a enlutadas señoras y a caballeros correctos que le estrechaban la mano con calor, asegurando: “Somos grandes admiradores suyos, don Francisco”. A Umbral, sin embargo, todo este folklore ferial le viene un poco grande. O un poco chico, según se mire. Le veo allí, en el rincón de la caseta, con sus sandalias frailuno-hippies, de tiras cruzadas, sus cabellos lacios y largos, capturados discreta y ordenadamente tras las orejas, y sus gafas de miope más bien tímido, manejando con aire azorado su último volumen y sintiendo una especie de autovergüenza indeterminada, autovergüenza de stand, de felicitación y apretón de manos. Autovergüenza, quizá, de ser todo un escritor. Umbral ha hecho novelas y ensayos. Umbral hace mucho periodismo. Y ahora ha escrito “Memorias de un niño de derechas”. 

¿Qué es este libro? 

No es una biografía ni una novela. Tengo curiosidad por saber cómo la van a clasificar los críticos. 

Umbral posee una especie de sana y malévola alegría casi infantil para salirse de las pautas prefijadas de comportamiento, ser realmente auténtico y hacer lo que le venga en gana. 

He decidido últimamente no hacer más que lo que de verdad me apetezca. 

En esto es un ultrarrecontracontestario. No sólo se salió hace años de las normas de la sociedad establecida, sino que ahora, por evolución propia, ha roto con muchas cosas. Puede irrumpir en una reunión “in” con una tarta completamente “out”, para invitar a todo el mundo, y así, a pastelazo limpio, Umbral ha llegado, rizando el rizo, a firmar ejemplares de sus libros en la feria. “Memorias de un niño de derechas” es lo que el crítico denominará una obra deliciosa, ágil, fresca, despreocupada, informal, divertida, frívola y trascendente, que es lo bueno. En ella se narran, de una forma desordenada y casi coloquial los recuerdos de toda una generación, la de los llamados niños de la guerra. 

De modo, Umbral, que fuiste un niño de derechas. 

Si. Pasé la guerra en Valladolid.

Y ahora ¿qué eres? 

A lo mejor, leyéndome se sabe. 

Umbral tiene treinta y siete años, pero incluso físicamente todavía conserva algo de adolescente ruboroso, por mucho que se obstine en hablar de las etapas que ha quemado, de las ilusiones que ha perdido. Francisco Umbral es una especie de niño terrible, sin ser niño ni ser terrible; mas bordeando a veces ambas cosas. 

Y ¿por qué estas memorias generacionales? 

Verás, llevaba bastante tiempo buscando un género nuevo. Creo que todo escritor debe inventarse su propio género. Cada día estoy más desengañado de las clasificaciones tradicionales. La novela argumental, tal y como se ha entendido hasta ahora, es “un compromiso burgués”, como diría Sartre del hombre todo. Como género, me parece menos burgués el ensayo, sin que esto tenga nada que ver con los contenidos, claro. Hay muchas novelas que me aburren insoportablemente. Así, he llegado, y creo que se llega casi siempre, a escribir lo que le viene a uno a la cabeza, sin un compromiso formal determinado. De modo que ahora se me ha ocurrido echar mano de eso que todo escritor utiliza alguna vez en su vida: las memorias de la infancia. Pensé en hacer la inevitable autobiografía en primera persona, pero luego me pareció que sería más interesante para el lector encontrarse con unas memorias generacionales. Bueno, la verdad es que el libro me ha salido así, escrito en plural, sin saber muy bien por qué. 

Los niños de nuestra última guerra eran todos de derechas, “porque éramos los verdaderos niños. Los otros, los de la zona roja, debían ser unos pequeños endriagos indefensos”, según dice Umbral en las páginas del libro. 

Sí, estoy contento con estas “Memorias”, porque creo que se trata, quizá, de mi libro más natural, más espontáneo, más fresco y directo. Eso que Juan Ramón llamaba sus “borradores salvajes”. Sólo que él los tiraba y yo los publico.

¿Qué quieren que les cuente del niño de derechas? Si una fuese un docto crítico literario les hablaría de las cualidades estéticas y formales, de la prosa brillante y fluida del joven autor, de la agudeza e ingeniosa ironía de las descripciones, de la lograda amenidad de tan encantador libro, pero una a lo más que llega es a decirles que las “Memorias” son un tanto cachondas. 

Y ¿cuándo ya hayas contado toda tu vida? 

Nunca se acaba de contar una vida. En todo caso, creo que siempre escribiré, en el futuro, en este mismo tono, huyendo de todo formalismo, repitiéndome, sin principio ni fin, entre el estilismo y el terrorismo, anárquicamente, petardeando los géneros establecidos, y que están mucho más vigentes y rígidos de lo que quieren hacernos creer los vanguardistas de oposición a cátedra. 

¡Ah!, porque, eso sí, el niño de derechas, paradójicamente, es un anarquista de mucho cuidado. Tan pronto habla de los jerseis a rombos de Auxilio Social como de las queridas de rubio pelaje o la Rita-Gilda escandalosa, liviana y escarnecida de los moralistas, o de Manolete, el mayor torero de derechas, o del Coyote, el café- café, el café no café, el café sin café, el mercado negro, los Abastos, no me beses con descaro que nos multa Romojaro, y la merluza, la Piquer, arriba con el tiruriruri, abajo con el tiruriruri, y que en Sevilla hay una casa y en la casa una ventana y en la ventana una niña a la que luego el rio falaz coge y se la lleva, ayayayay, cómo se la lleva el río, ayayayay, niña de mi corazón, con razón tenía celos de él, niña de mi corazón, matarile, rile, ron.

Pienso que además he conseguido que parezca a veces que habla un niño. 

Francisco Umbral, para escribir este libro, ha sido un niño desde la altura de sus treinta y siete años. Un niño mañana tras mañana, ante su máquina de escribir, temprano. Suele trabajar constante, todos los días, a primera hora, que es cuando estoy más despejado. Nada de arrebatos de inspiración o momentos fulgurantes y sagrados del creador. Umbral se levanta todos los días, se desayuna, agarra su maquinita, y, ¡hale!, a escribir tranquila, pulida y ordenadamente. La época de la musa ferviente la ha superado hace mucho, mucho tiempo. 

Me divierte escribir, me gusta mucho. 

Quizá por ello lo hace de forma tan abundante. Sus artículos están en todas partes. Y luego, con una regularidad asombrosa, se van publicando (y vendiendo, que es más difícil) sus nuevos libros. Le gusta el dulce, la paz, la vida sencilla, contra lo que puedan suponer algunos de sus lectores, que le imaginan sumido en las más desenfrenadas orgías. 

Hubo un tiempo en que creía en esas cosas. Ahora me acuesto temprano, si puedo. Hay que levantarse a escribir al alba, como Azorín. La inspiración es haber dormido bien. El estilo es el hombre, pero el hombre que ha dormido ocho o diez horas. 

Autocrítico, delicado, riguroso, contradictorio, honesto, individualista, vergonzoso, ex niño de derechas, ex joven malvado, no fuma, ni bebe, ni conduce. Se levanta temprano y escribe. El resto (todo lo demás que se dice de él) es literatura.  

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