Mi secreto era una tristeza,
y, de pronto,
mi secreto es una alegría.
Inexperto en la dicha,
compruebo y beso repetidamente;
y, al fin, espero, me abstengo,
dejo que tanto gozo al azar
se vaya haciendo complejo y mío,
difícil de recelos
y profundo de días,
que la impensada gloria
vaya echando raíces
en el firme dolor,
y se haga con él, eterna.
F.P. (1956)
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