sábado, 26 de agosto de 2017

Entrevista a Umbral, 1982





Rosa Montero entrevisto en el año 1982 al personaje literario Francisco Umbral, con su aurelola de excéptico y su ternura dolorida que tenía como trabajo escribir la escritura, escribir la vida, escribirse a sí mismo. 



El País. Viernes, 8 de octubre de 1982

Francisco Umbral: "El éxito está vacío"

El novelista publica "Las giganteas"

ROSA MONTERO

Francisco Umbral publica esta semana una nueva novela, Las giganteas, que edita Plaza y Janés y que se presentará en Madrid el próximo miércoles. En este nuevo relato, el autor de “Mortal y rosa” y “Los helechos arborescentes”, entre más de cincuenta títulos de narrativa y de ensayo, prosigue en la investigación de un lenguaje cuyas claves explica en esta entrevista, en la que también habla de sus ideas del éxito ("el éxito está vacío") y de la memoria como materia prima principal de sus relatos.

Siempre me ha dado la sensación de que a Umbral le pesa la cabeza, porque se sienta, desmadejado, con un insistente escoramiento occipital, ora a la derecha, ora a la izquierda, como si no tuviera ganas o fuelle para permanecer erguido. Bajo esa cabeza omnipresente, de frente intelectual, carnosa y blanca, una llega a creer que su cuerpo no es más que el artilugio motriz con el que pasea las ideas, y que Umbral es esmirriado y algo tísico, como buen artista maldito que se precie. Nada más falso. Umbral es alto y grande, y, de tender hacia algo, su físico tiende más hacia la abundancia que hacia la desnutrición. El mismo Umbral, sin embargo, se ha pintado tuberculoso y débil en algunos de sus personajes literarios, en los que, como buen escritor, refleja siempre algo de lo que él es o de lo que no es. Quizá prefirió verse así desde muy niño, y luego, cuando fue creciendo y amacizándose de cuerpo, optó por ignorarlo, por seguir sintiéndose artista espiritado; de ahí puede venir su miedo al frío y a las corrientes de aire traicioneras; de ahí toda su parafernalia hipocondríaca, cuidadosamente mimada y recreada. Porque Umbral, para quien su trabajo es "aquello que nadie podrá quitarme"; Umbral, que escribe todos los días ("aunque no tanto como la gente cree, lo que sucede es que yo hago todo muy deprisa, soy en eso como Fraga") porque de no hacerlo se siente afantasmado y sin sustancia; Umbral, que desde pequeño quiso ser quien es y que parece vivir en un deslumbrante tumulto de palabras, desde sus innumerables libros a sus crónicas; Umbral, digo, se ha construido a sí mismo como personaje literario, y ahora, me parece, es el Umbral que él ha ido inventando cada día.

De modo que se envuelve en bufandas en pleno mes de agosto; contesta, en público, las cosas más inesperadas, que son las que todo el mundo espera de él; o consume una cena en la ardua tarea de dilucidar si Sara Montiel viste o no sostenes. Es como si quisiera hacer de sí mismo el protagonista de una novela interminable, un protagonista maliciosamente frívolo. Pero le traiciona lo que en realidad es, y su aureola de escéptico spleeniado se resquebraja con un izquierdismo de rojerío reciente y con una ternura dolorida que de vez en vez se ve. 

"La naturalidad absoluta no existe. Nunca me he sentido más artificial que haciendo desnudismo en Ibiza. La naturalidad no existe y creo que hay que elegirse, sí, que hay que hacerse a uno mismo. Vivir a la pata la llana, como decían nuestras tías, me aburriría mucho; yo prefiero invertirme en esa creación, lo prefiero a vivir ese otro yo, que además no existe. Porque la máscara no engaña: todo el mundo se disfraza del que en realidad es. Somos siempre lo que somos, lo que pasa es que unos lo son de una manera involuntaria e irreflexiva, y los hay, en cambio, que se están eligiendo".

Presencia de “Olvidito”

Pero usted ¿llega en su elección a preparar, por ejemplo, las apariciones en televisión a la búsqueda de un efecto chocante? 

"Ya que concretas en la televisión, diré que yo, que odio la televisión y que no la veo nunca, tengo, sin embargo, una idea clara de lo que es: algo que se consume en familia, mientras el niño llora y el perro ladra. En televisión hay que dar un impacto de imagen y de frase, porque si te enrollas hablando nadie te escucha, hay que ser breve. A lo mejor dices una frase corta, una tontería, y al cabo de los años, los taxistas o las señoras te siguen recordando esa frase. Hay que decir frases de impacto para que se les quede". 

¿Y para qué ese afán de perdurar?: 

"Hombre, no es que yo quiera que se les quede, pero ya que voy a televisión... Procuro no ir, digo que no, pero es un lío porque si no vas vienen a tu casa y es peor". No, no es el ansia de mantenerse en el triunfo: "El éxito está vacío. Dentro de él no hay más que señoras coñazas. El éxito puede ser paralizante: es eso de decirse, y ahora qué hago, cómo sigo, cómo les asombro. Hay que ser sublime sin interrupción, como diría Baudelaire, pero es que a mí me divierte jugar a ser sublime sin interrupción, aunque ya sé que es imposible. Lo que sí te proporciona el éxito es cierta tranquilidad: te evita un resentimiento que de otro modo probablemente tendrías, porque yo veo en amigos exquisitos, que parecen despreciar la popularidad, un mismo deseo, en el fondo, de alcanzarla. Pero de lo demás, de la angustia, de la presión, de la ansiedad que puede dar el éxito, de todo eso yo paso. Paso porque no voy a consentir que nada ni nadie altere mi dirección, mi trabajo". 

Ese trabajo, ese meollo que es "escribir la escritura", o escribir la vida, escribirse a sí mismo. Como su última novela, "Las giganteas", que ahora se publica y que es la historia de una ciudad de provincias contada por un río en la voz de un niño, El Olvidito, que se ahogó en esas aguas que se hielan en invierno. Es una novela escrita en su actual estilo de exuberancia fantástica. Porque a partir de "Los amores diurnos", explica Umbral, descubrió un nuevo modo de escribir: la prosa se le rebeló, se enloqueció, se despegó del realismo, se convirtió en algo libre, en "una escritura total, dentro de mis posibilidades, en la que cabía todo". 

"Los helechos arborescentes" continuaron esta línea, lo mismo que "Las giganteas", "aunque he de reconocer que este libro está más atemperado, más reconducido, que dirían los políticos, lo cual podría ser alarmante; claro que no sé si es cansancio o si es que el libro lo exigía así". 

Las giganteas es una novela del pasado, materia sobre la que Umbral prefiere trabajar "porque el pasado está cerrado, se ha convertido ya en literatura por sí solo, mientras que cada vez estoy más seguro de que el presente está desvalorizado, de que esto va a una marcha de la hostia, de que el presente no existe". Las giganteas es uno más de los libros que guarda en la memoria: 

"Diría que son todos libros necesarios, aunque esto suene pedante, libros necesarios que llevo dentro, que se han formado solos y que tienen que salir". 

Aún le quedan muchos libros necesarios por escribir, aún le queda mucho por inventar de sí mismo, hasta que, algún día, una rúbrica -su propia firma diminuta- aparezca sellando un rincón de su frente carnal de pensador y acabe definitivamente la única novela.

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