jueves, 17 de agosto de 2017

Columna: Enero, frío, Damaso




El Mundo, Lunes 28 de Enero de 1990

Enero, frío, Damaso

FRANCISCO UMBRAL


ERA media mañana, había eneros traidores por todas las esquinas, había una luz de entierro y día corriente. «Dámaso muerto no se parece nada a Dámaso vivo», me dice Cela.

La dulce y lúcida turba de la inteligencia, en torno de Eulalia Galvarriato, manzana de muchas cosechas, que ayer tarde nos decía versos de Dámaso con gentil estilo. Manuel Alvar, Buero Vallejo, Alvarado, Pinillos, García Gómez, el duque de Alba, Rafael Alberti, de negro, sentado, callado y cansado, como un ángel golfo, príncipe y huérfano de una generación de oro, la suya, que le deja solo.

Gregorio Salvador, Luis Rosales, Zamora Vicente, Laín. La turba chapada y noble de la palabra.

En la calle, coronas de una muerte barroca, española, televisiones, Elena Quiroga, el libro de firmas (y qué firmas) y ese jaleo de furgones en que consiste la muerte. Enero, frío, Dámaso. La barca caoba sobre hombros como olas duras y extrañas. Un aplauso triste y vecinal, como una floración que enero quiebra, cuando el furgón se va.

Desaparecido Dámaso, soy el quinto en veteranía de la Academia, o sea en edad -me dice Cela en el taxi.

-La edad es sólo un concepto, Camilo.

Parque inmenso y final de la Almudena, este otro Retiro de Madrid, Retiro inverso con un clima que es también del otro mundo. Emilio Lorenzo, Ramón de Garcíasol, Leopoldo de Luis. Eulalia dice ante la tierra desguazada el epitafio que el poeta se hizo para sí mismo. Marcianos de la televisión y enterradores de sainete. Pienso en la vida de este matrimonio, lo que fué, larguísima, allá en el alto palomar de las palomas incunables. Cela de sombrero duro, el que llevó a Estocolmo. José García Nieto de sombrero negro y flexible. Enero, frío, Dámaso. Los viejos fotógrafos de Prensa que nos harán un día a todos la instantánea funeral y tenuemente gloriosa. Empezaron de muy jóvenes, enterrando famosos, y se les ve atrozmente veteranos de la calle, usados, entusiastas. Entre ellos está el que ha de hacernos esa foto borrosa y poco parecida que es la posteridad. Julián Marías. Me preguntan los periodistas: Dámaso era un señor que sabía mucho de palabras de alcoholes y de versos. Qué tres sabidurías. Qué fina alma de gordo. Carlos Bousoño, con jersey del joven poeta persa que fué. Fanny Rubio. Enero, frío, Dámaso. Emilio Marcos.

Se sale de la Almudena pasando por las tapias del cementerio civil, de un ladrillo carcelario, Alcalá/Meco o escuela pobre de los muertos:

Aquí está Zubiri , el teólogo, ya ves -me dice Cela.

De Dámaso Alonso ha escrito uno mucho toda la vida, y demasiado en estos días. Pierdo a un maestro, a un amigo y, lo que más voy a echar de menos, a un vecino. Eulalia vuelve a la casa con libros del XVII y cuadros de Eduardo Vicente. Cuadros madrileños. Pero era otro Madrid. Areílza con frío. El Dámaso pícaro de Alvaro Delgado.

Viajando ya por el centro, resulta que vamos hablando de bares: Ahora se ha puesto de moda un bar al que iba yo mucho en los años cincuentame dice Camilo. Entonces era suntuoso y se alternaba mucho. Lo fundó un amigo para bebérselo. Y quebró, claro. Parece que al Nobel se le va pasando la gripe momentánea del tiempo acumulado y la nostalgia fría. Le dejo en un café y vengo hacia mi casa para escribir esta columna.

Enero, frío, Dámaso. Madrid perdido en este siglo de siglas, que dijo él.

Era un señor que sabía de palabras de alcoholes y de versos. Tres musicales erudiciones que colman una vida. Esta mañana he orinado contra un árbol del cementerio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario