
domingo, 26 de noviembre de 2017
Umbral & MSO

El escritor Miguel Sánchez-Ostiz comenzaba aquel año releyendo las páginas del último diario de Umbral y se reconocía en el espejo de las metáforas, en el nihilismo poético que provoca el paso de los años a cierta edad.
Domingo, 17 de enero de 2015
Mañana de brumas y veras, leyendo a Francisco Umbral en "Un ser de lejanías", literatura autobiográfica más genuina y valiosa de lo que se pretende –tal vez por eso encabrona tanto a ratos–. País de los grandes desdenes este, del lapo y la burla chocarrera, de la trampa y el cartón. Molesta la diferencia, en todos los sentidos. Todos somos seres de lejanías a nada que cerremos los ojos y la boca. «Hay días en que los muertos andan entremezclados con los vivos», dice, y resulta cierto a nada que te quedes quieto y mires en esa oscuridad que anda por los rincones. Nitideces de la duermevela febril. A cierta edad... Umbral, a quien leo, pero releo, catorce años después, Madrid, 2001, otra vida, que se deshace en jirones, Umbral, digo, se me va el santo al cielo, citó a Chillida donde este dice: «No me preocupa la vejez sino que se me olviden las cosas». Sí, cierto, eso mete miedo, esa niebla y esa nieve, y el silencio que va con ellas, las cosas que se pierden, se ocultan, desaparecen, ese es el silencio del miedo que no es silencio genuino, sino otra clase de ruido, más sordo, más persistente, un zumbido.
¿Suplementos literarios? “Leproserías de la literatura”, los llamaba Umbral… zahurdas de hampones… cuando te elogian en un artículo que puedes llevar doblado en la cartera para enseñar por los bares o en las redes sociales es otra cosa.
Con el despertar y el frío, espantar los murciélagos del pozo negro y no ponerse, sino “arrojarse” a escribir, como proponía Francisco Umbral en “Un ser de lejanías”.
Lunes, 17 de enero de 2017
La luz del crepúsculo (A cierta edad)
"Ah los miles de damnificados por el crepúsculo", escribe Francisco Umbral en “Un ser de lejanías”, su diario/dietario del año 2000, en donde confiesa su miedo (móvil) al miedo, siempre nocturno, a la enfermedad, al fracaso –él mismo se asombra de decirlo–, a la soledad, al dolor, a la vejez... Tenía 68 años y estaba lleno de fuerza creadora. Es la luz y la escritura, dice, lo que le salva del miedo. La escritura como consuelo, sí, cuando ya nada se espera. Hoy, cuando abrí la puerta de casa, las campanas del pueblo tocaban a muerto. A mí es el día el que me inquieta, salvo que camine, salvo que en la escritura no sepa si es de día o de noche, o si esa escritura va de verdad a algún lado y no pasa de ser algo clandestino, epigonal. El día. Un amigo me escribe para decirme que por el momento ando viviendo "en el pozo" y yo, para encorajinarme, me acuerdo de aquel relato del hundido en un pozo de arenas movedizas al que ya tragado una poderosa corriente subterránea arroja de nuevo a la superficie: moralidades para baldados, bálsamos de tigre, como la propia escritura, durante un rato, conjuros y milluchadas para hacer que el alma regrese, esa que se fue y nadie sabe cómo ha sido ni por dónde anda. A cierta edad, cuando ya poco se espera... versos estos que cada cual se escribe como puede, como le dicte el cuerpo.
Lunes, 30 de enero de 2017
Francisco Umbral murió dictando un artículo... ininteligible, pero dictando, peleando con palabras. Para escritura incesante, la suya.
Lunes, 23 de septiembre de 2021
Umbral en días crepusculares
Leo a Umbral en su otoño vital que es el mío, te cuenten lo que te cuenten. No hagas caso, has envejecido. Vas para abajo de cara al invierno. Todavía hay días de oro, de una luz que enciende tu entusiasmo por la vida, pero la verdad asoma, el invierno aguarda con boca de lobo, por muchas cucamonas que hagas para olvidarlo. Leo a Umbral en páginas vitriólicas, de una amargura que no tiene nada de impostado porque es la tuya, aunque no haya dos amarguras iguales, como no hay dos dolores o dos soledades iguales. Se me figura que Umbral escondió detrás de la máscara de un personaje que resultaba odioso, frivolón, descarado, cínico, a un escritor soberbio, que se la jugaba de continuo, en su prosa, con ideas sobre su oficio y sobre casi todo, que destellan entre las líneas de las crónicas del melonar nacional condenado al olvido. Umbral se medía con los grandes y eso se nota. Sus personajes serán hojas muertas, sus palabras y sus ideas sobre la persona y su escorredura vital, no: el tiempo, las falsedades del trato humano, la enfermedad, la muerte… ahí se muestra un escritor de primera, me cuenten lo que me cuenten: «los últimos días o años de nuestra vida se nos vuelven a todos mágicos y luminosos». El diario como novela, la escritura como invención del personaje, el juego de espejos trucados, la farsa…
MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
Domingo, 17 de enero de 2015
Mañana de brumas y veras, leyendo a Francisco Umbral en "Un ser de lejanías", literatura autobiográfica más genuina y valiosa de lo que se pretende –tal vez por eso encabrona tanto a ratos–. País de los grandes desdenes este, del lapo y la burla chocarrera, de la trampa y el cartón. Molesta la diferencia, en todos los sentidos. Todos somos seres de lejanías a nada que cerremos los ojos y la boca. «Hay días en que los muertos andan entremezclados con los vivos», dice, y resulta cierto a nada que te quedes quieto y mires en esa oscuridad que anda por los rincones. Nitideces de la duermevela febril. A cierta edad... Umbral, a quien leo, pero releo, catorce años después, Madrid, 2001, otra vida, que se deshace en jirones, Umbral, digo, se me va el santo al cielo, citó a Chillida donde este dice: «No me preocupa la vejez sino que se me olviden las cosas». Sí, cierto, eso mete miedo, esa niebla y esa nieve, y el silencio que va con ellas, las cosas que se pierden, se ocultan, desaparecen, ese es el silencio del miedo que no es silencio genuino, sino otra clase de ruido, más sordo, más persistente, un zumbido.
¿Suplementos literarios? “Leproserías de la literatura”, los llamaba Umbral… zahurdas de hampones… cuando te elogian en un artículo que puedes llevar doblado en la cartera para enseñar por los bares o en las redes sociales es otra cosa.
Con el despertar y el frío, espantar los murciélagos del pozo negro y no ponerse, sino “arrojarse” a escribir, como proponía Francisco Umbral en “Un ser de lejanías”.
Lunes, 17 de enero de 2017
La luz del crepúsculo (A cierta edad)
"Ah los miles de damnificados por el crepúsculo", escribe Francisco Umbral en “Un ser de lejanías”, su diario/dietario del año 2000, en donde confiesa su miedo (móvil) al miedo, siempre nocturno, a la enfermedad, al fracaso –él mismo se asombra de decirlo–, a la soledad, al dolor, a la vejez... Tenía 68 años y estaba lleno de fuerza creadora. Es la luz y la escritura, dice, lo que le salva del miedo. La escritura como consuelo, sí, cuando ya nada se espera. Hoy, cuando abrí la puerta de casa, las campanas del pueblo tocaban a muerto. A mí es el día el que me inquieta, salvo que camine, salvo que en la escritura no sepa si es de día o de noche, o si esa escritura va de verdad a algún lado y no pasa de ser algo clandestino, epigonal. El día. Un amigo me escribe para decirme que por el momento ando viviendo "en el pozo" y yo, para encorajinarme, me acuerdo de aquel relato del hundido en un pozo de arenas movedizas al que ya tragado una poderosa corriente subterránea arroja de nuevo a la superficie: moralidades para baldados, bálsamos de tigre, como la propia escritura, durante un rato, conjuros y milluchadas para hacer que el alma regrese, esa que se fue y nadie sabe cómo ha sido ni por dónde anda. A cierta edad, cuando ya poco se espera... versos estos que cada cual se escribe como puede, como le dicte el cuerpo.
Lunes, 30 de enero de 2017
Francisco Umbral murió dictando un artículo... ininteligible, pero dictando, peleando con palabras. Para escritura incesante, la suya.
Lunes, 23 de septiembre de 2021
Umbral en días crepusculares
Leo a Umbral en su otoño vital que es el mío, te cuenten lo que te cuenten. No hagas caso, has envejecido. Vas para abajo de cara al invierno. Todavía hay días de oro, de una luz que enciende tu entusiasmo por la vida, pero la verdad asoma, el invierno aguarda con boca de lobo, por muchas cucamonas que hagas para olvidarlo. Leo a Umbral en páginas vitriólicas, de una amargura que no tiene nada de impostado porque es la tuya, aunque no haya dos amarguras iguales, como no hay dos dolores o dos soledades iguales. Se me figura que Umbral escondió detrás de la máscara de un personaje que resultaba odioso, frivolón, descarado, cínico, a un escritor soberbio, que se la jugaba de continuo, en su prosa, con ideas sobre su oficio y sobre casi todo, que destellan entre las líneas de las crónicas del melonar nacional condenado al olvido. Umbral se medía con los grandes y eso se nota. Sus personajes serán hojas muertas, sus palabras y sus ideas sobre la persona y su escorredura vital, no: el tiempo, las falsedades del trato humano, la enfermedad, la muerte… ahí se muestra un escritor de primera, me cuenten lo que me cuenten: «los últimos días o años de nuestra vida se nos vuelven a todos mágicos y luminosos». El diario como novela, la escritura como invención del personaje, el juego de espejos trucados, la farsa…
MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
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